Alejandro Bermejo Jiménez - Las crónicas de Ediron

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En Ediron, la magia ha desaparecido. Sus razas, tras trágicos acontecimientos ocurridos hace más de medio siglo, se recluyeron y cerraron las puertas cortando los lazos que las unían, permitiendo a los humanos reclamar el vacío territorio. Ahora, una oscura amenaza se está gestando, poniendo en peligro cada uno de ellos.
El humano Remir, junto a su fiel amigo Sideris, viajan de ciudad en ciudad aceptando todo tipo de contratos con los que poder sobrevivir un día más. Con cada paso que da, Remir se aleja cada vez más de un doloroso pasado que intenta enterrar.
Pronto la rutina de Remir se verá interrumpida, pues una vorágine de acontecimientos los atrapará. Experimentarán de primera mano la oculta presencia que se cierne sobre Ediron, conocerán a diferentes razas y a seres únicos —como a la habilidosa elfa Elira—, desenmascararán secretos olvidados del pasado y el de las misteriosas Tres Hermanas, y se enfrentarán a peligros salidos de las mismísimas pesadillas.
Las acciones de Remir frente a cada obstáculo darán forma al futuro de Ediron, quedando escritas en sus crónicas para toda la eternidad.

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Las estrellas empezaron a aparecer en el cielo mientras Remir seguía buscando alguna respuesta. Un ladrido de Sideris sacó a Remir de sus pensamientos: la Corona de Arân ya era visible en el horizonte.

A medida que se acercaban a la ciudad, esta parecía más imponente. Una enorme cabeza de Gigante surgía de la arena, con una mirada sin ojos fijada en el lejano horizonte del firmamento. Toda la boca estaba oculta bajo la tierra. La muralla de la ciudad, de cuadradas almenas, rodeaba toda la cabeza creando una corona de piedra para la cabeza del Gigante. En cada baluarte había varias antorchas encendidas.

Desde la distancia, bajo la noche estrellada, la enorme cabeza parecía estar encumbrada por una corona de piedra, llena de titilantes joyas de fuego creadas por las antorchas de los guardas.

4

La oscura luna lucía imponente en el cielo, rodeada de una infinidad de estrellas. Algunas parpadeaban y otras se movían dejando a su paso un rastro de luz que poco a poco se iba difuminando.

Toda la belleza del firmamento estaba siendo ignorada, pues la noche estaba llena de vida: la música envolvía todos los rincones, las risas explotaban constantemente, unidas por muchas más. Los diferentes aromas envolvían la congregación, y pequeñas mariposas de color azul, brillando gracias a la luz de las estrellas, aleteaban alegremente alrededor de vivas llamas puestas en largas antorchas. Las alegres conversaciones mantenían el nivel de risas.

Las columnas que Iliveran había colocado estaban cubiertas por diferentes plantas que se habían enredado en ellas para luego saltar de una columna a otra formando arcos. Este fenómeno había sido conseguido gracias a los elfos que habían usado el Mutualismo. Cada planta había creado una flor distinta: algunas eran pequeñas y rojas, y un característico aroma dulce emanaba de ellas. Otras, igual que las mariposas, se iluminaban de azul, y muchas otras cambiaban su color a voluntad.

Elira estaba sentada en una de las mesas junto a su madre. Observaba a todos los habitantes de Feherdal, que, por una noche, se habían unido como hacían en cada ciclo para celebrar la llegada de uno nuevo, aunque esta vez celebraban algo más. Todos se iban acercando de vez en cuando para felicitar a Elira. «¡Qué afortunada eres de cumplir años en un día tan señalado!». «Debes de estar llena de felicidad en este día, ¡y tu madre llena de orgullo!». «¡La Madre Naturaleza te ha sonreído este año!». Los comentarios de este mismo estilo resultaban ya muy repetitivos pero Elira respondía agradecida, aunque un rato después se limitó solo a ofrecer una sonrisa que ella sentía vacía. Para la elfa ese día no era diferente de cualquiera, y no podía evitar pensar en la última conversación con su madre: cada vez estaba más cerca de ocupar su lugar como líder del clan Feherdal.

—¡Elira, ven, va a empezar!

Elira no había acabado de girarse cuando Iliveran apareció y la cogió de las manos, librándola de más felicitaciones. La joven elfa la llevaba a un espacio entre las mesas, donde una multitud de mariposas revoloteaban en círculos alrededor de una columna solitaria, abrazada en su totalidad por los tallos de varias plantas que recorrían la columna en toda su altura. Las plantas mostraban sus capullos aún sin florecer.

Varios elfos se habían sentado alrededor con instrumentos musicales y en ese instante empezaron a tocar. Los espectadores quedaron en silencio y se congregaron cerca de la columna. Algunos se limitaron a escuchar las bellas melodías, pero muchos otros empezaron a bailar, entrando con gran ritmo en la zona de las mariposas.

El pelo plateado de Iliveran reflejaba los destellos azules de las pequeñas alas de los insectos cada vez que giraba sobre sí misma. Con una mirada convenció a Elira de que se uniera. La elfa sonrió, esta vez de manera sincera, y se adentró en el vivo mar que eran las mariposas. Elira disfrutaba de este momento; el mundo parecía desaparecer: solo existían las luces de los pequeños alados y la música que entraba por sus puntiagudas orejas, creando un mundo único apartado del real. Cerró los ojos y se dejó llevar por el ritmo.

Elira siguió danzando alrededor de la columna, compartiendo movimientos con varios de sus compañeros de clan y con Iliveran hasta que unos gritos de alegría y asombro hicieron que abriera los ojos. Los capullos que había en la columna se estaban abriendo. Las frágiles prisiones empezaron a temblar ligeramente, y una detrás de la otra, se abrieron con suma delicadeza liberando a minúsculas luciérnagas que salieron volando, juntándose rápidamente con las mariposas. Zumbaban entre ellas dando la sensación de bailar conjuntamente; la música se intensificó al momento. Ahora se había unido al baile la mayoría del clan.

—¡Mira cuántas luciérnagas, Elira! La Madre Naturaleza estará contenta —la felicidad de Iliveran era contagiosa.

—¡Su nacimiento es tan bello! —exclamó ella, con los ojos fijos aún en los pequeños animales que se iban esparciendo poco a poco.

—¡Cada ciclo parece que lo disfrutas más!

—¡Incluso aunque en cada ciclo cambies el lugar de la columna! Es realmente hermoso, pero ¡mira! Incluso Ewel parece que lo está disfrutando.

—El viejo cascarrabias me tiene demasiado cariño. ¿Por qué crees que me escoge en cada ciclo?

Iliveran se alejó con una sonrisa. Elira admiraba la facilidad con la que su joven compañera era feliz; siempre sonriendo a todo y siendo positiva. Elira, poco a poco, se veía contraria a esas emociones sin saber por qué.

Durante toda la noche la música no paraba de sonar y, a su vez, la comida del enorme banquete no tenía fin: diferentes salsas de frutos aparecían en las mesas, panes hechos de hojas que crujían al morderse eran untadas con las salsas. Calientes sopas emitían deliciosos aromas, y en el centro de todo, en una mesa para él solo, estaba el jabalí que había cazado Elira. Su piel había sido cubierta de varias hojas para dar sabor. Un elfo rociaba un líquido por encima del animal de vez en cuando mientras otro iba cortando trozos.

—¡Vamos, dale un bocado al plato estrella, te lo has ganado! —invitó Iliveran mientras le traía una porción.

Elira no se lo pensó dos veces y se llevó un trozo a la boca. En cuando sus dientes mordieron la carne, percibió una cantidad de sabores increíbles. Se dejó envolver por aquel delicioso aroma de hierbas. Era como si todo el bosque estuviera en ese pequeño bocado. Su lengua probó un suave y jugoso líquido que hizo que todas sus papilas gustativas tuvieran una pequeña fiesta. El siguiente trozo no tardó en llegar. Estaba exquisito.

Después de que todos hubieran probado el jabalí, tuvo lugar el inicio de los pertinentes juegos. El primero de todos fue el tiro con arco: varios participantes se agrupaban en el mismo lugar y otro elfo se apartaba. El solitario elfo utilizaba el Mutualismo y pedía a la Madre Naturaleza que hiciera aparecer diferentes objetos en diferentes lugares. Estos objetos podían ser de toda índole: desde una rama, una raíz o una extraña hoja. Para añadir más emoción, a veces el objeto aparecía unos segundos antes de desaparecer. Los participantes debían acercar el máximo número de objetivos. Sus flechas estaban decoradas con plumas de diversos colores, lo cual servía para identificar correctamente quién había acertado más.

Elira adoraba este juego, por lo que no dudó en apuntarse. Tras varios objetivos de mucha dificultad, culminó su victoria al acertar a una pepita que había sido disparada por una flor. La flecha atravesó la pepita en medio del aire, partiéndose en dos. Todo el clan aplaudió al magistral tiro.

El siguiente juego consistía en tener una conversación musical. Los participantes escogían un instrumento y se sentaban en círculo. Un juez se sentaba en medio de los músicos. Se escogía una dirección y cada uno, en su turno, debía crear una corta melodía que el siguiente debía contestar. Si era coherente, a juzgar por la persona que estaba en medio, el participante seguía. Si no, abandonaba el círculo. A medida que se iban perdiendo participantes, el círculo se hacía cada vez más pequeño hasta que se alzó un ganador, que para sorpresa de Elira, fue el anciano Ewel.

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