Violencias colectivas. Linchamientos en México
Leandro A. Gamallo
Directora de tesis: Dra. María Luisa Torregrosa y Armentia
Portada
Introducción
I. Los estudios sobre linchamientos en América Latina
El origen: los linchamientos en Estados Unidos
El primer interés por los linchamientos en América Latina: el caso de Canoa
Los primeros análisis sistemáticos: los estudios en Brasil y la visión de la MINUGUA sobre los linchamientos en Guatemala
Las críticas a la MINUGUA
Los linchamientos en Sudamérica: la región andina y Argentina
Los linchamientos en México
Reflexiones finales
II. Hacia una aproximación teórica de la violencia colectiva
El enfoque relacional
La zona gris
Los “padres fundadores” de los estudios sobre violencia
Recapitulando conceptos: nuestra propuesta
III. Los linchamientos en México en el siglo XXI
La justificación metodológica
Radiografía de los linchamientos en México (2000-2011): tiempos, lugares y actores
La dinámica de los linchamientos
El grado de coordinación de las acciones
La zona gris: las amenazas de linchamientos
Conclusiones generales
Bibliografía
Anexos
Notas
Dedicatorias
Agradecimientos
Créditos
Contraportada
I
El 26 de julio de 2001 se celebraba en el pueblo de Magdalena Petlacalco, delegación Tlalpan del Distrito Federal, la culminación de la cuarta jornada de festejos en honor de Santa María Magdalena, patrona del pueblo. Cerca de las 19 horas los mayordomos de la iglesia limpiaban el atrio cuando vieron a tres individuos sacando de su nicho a la imagen, adornada con un vestido rosa recargado de alhajas y más de diez collares pendiendo del cuello. “Todas de oro y perlas, ahí no se andan con baratijas, en ese pueblo son muy generosos”,[1] señaló el cura local.
Ante esta situación, varios vecinos se congregaron en el atrio de la iglesia e intentaron atrapar a los individuos (supuestamente dos hombres y una mujer), aunque sólo capturaron a uno de ellos, Carlos Pacheco Beltrán. El presunto ladrón sólo atinó a refugiarse en el Centro de Salud T-1, que se ubica frente a la iglesia, pero fue sacado a golpes por los enfurecidos vecinos, al tiempo que el sacristán hacía repicar incesantemente las campanas, convocando a más población. En minutos, unas mil personas, casi una sexta parte de la población local, se concentraron en el centro municipal.
Mientras la gente se iba acercando, algunos hombres comenzaron con los golpes: arrastraron a Pacheco hacia el kiosco municipal y lo ataron al barandal. Las trompadas y patadas arreciaron contra el cuerpo del presunto ladrón; luego, “una señora llevó un palo para que lo golpearan más”.[2] La multitud comenzó a inquirirlo sobre la identidad de sus compañeros de atraco: “¡Ya dinos quiénes son los otros!”, reclamaba la gente. Las mujeres, más clementes, le rogaban: “¡Ya dinos, si no te van a matar!”.[3] Pacheco Beltrán sólo atinaba a suplicar que lo dejaran de golpear, “gritó que ya no más, que le dolía, que le dolía mucho la cabeza y el estómago”.[4] En medio de la multitud, niños de diversas edades presenciaban el espectáculo como si se tratara de un entretenimiento circense.
Al ver la convulsión, patrulleros policiales intentaron acercarse a dialogar con la multitud, pero no pudieron hacerlo porque ésta había cerrado el paso de las avenidas que conducen a la plaza. Por otra parte, José Apeaz Rojas, el subdelegado de Enlace Territorial de Tlalpan, se acercó sin éxito a tratar de disuadir a la muchedumbre, entre empujones y agravios. El vicario de la parroquia, Lorenzo Arroyo Vargas, agotó las últimas instancias: mediante un altavoz intentó contener a la población, tratando de negociar una entrega a los policías. Tampoco logró su cometido.
Bañado en un charco de sangre y sostenido sólo por las ataduras al barandal del kiosco, Pacheco Beltrán continuó siendo golpeado durante dos horas, hasta que perdió el conocimiento y luego murió. La autopsia posterior detectó politraumatismos y signos de asfixia, probablemente por las fuertes ataduras que le pasaban por el cuello. Al día siguiente, la calma volvió a Magdalena Petlacalco, como si nada hubiera sucedido. Los vecinos mantenían un silencio cómplice, a la vez que justificaban el accionar popular: “lo hubieran quemado o ahorcado”,[5] afirmaban los entrevistados. Nadie reconocía haber visto nada, incluso el vicario que sostuvo negociaciones se negó a dar nombres propios. Sin embargo, algunos residentes de la población dijeron a los medios que detrás del linchamiento habían estado las “autoridades morales de Magdalena: los Nava, los González, los Mendoza y Garcías, ‘búsquenlos, que les pregunten, no van a poder negar que estuvieron ahí’”.[6]
En otra jornada sangrienta, en la medianoche del 19 de mayo de 2000, un individuo abordó un microbús de la Ruta 2 del Distrito Federal, que cubre el servicio de transporte de Indios Verdes a Constituyentes. El sujeto pagó su pasaje y se sentó en uno de los lugares disponibles que había. En el cruce de la calle Clavel y calzada de Guadalupe, colonia Vallejo, se incorporó y amenazó con un picahielos a los pasajeros para que le dieran sus pertenencias. Ya había recogido varias billeteras, cuando uno de los que viajaban aprovechó un descuido del asaltante para someterlo a golpes. Al ver la acción, los veinte usuarios de la unidad se le sumaron y, entre todos, comenzaron a golpear duramente al ladrón hasta que uno de ellos lo despojó del arma y lo hirió de muerte, sin que ninguno de los otros lo detuviera. Según el testimonio que dio el chofer de la unidad a los medios,[7] al ver la herida que presentaba el sujeto y que éste ya no se movía, los usuarios huyeron del microbús sin dejar rastro alguno. Las autoridades se enteraron del incidente gracias a que el chofer dio el aviso.
II
Si esta investigación cumple lo que se propone, al finalizar el texto el atento lector comprenderá la paradoja en la que hemos incurrido: nuestro libro ha comenzado por el final, es decir, por la descripción de las distintas formas que asumen los linchamientos en el México contemporáneo.
Dicho objetivo, secundario en primera instancia, se ha ido conformando en el curso de la exploración, a partir del reconocimiento del vacío existente en la literatura sobre las formas específicas que pueden adquirir los linchamientos en México. Por esta razón, nuestras preguntas fueron pasando de ¿por qué se producen los linchamientos? a ¿qué formas pueden adoptar (si es que tienen más de una)?
En efecto, como veremos en el primer capítulo, las escasas referencias académicas a la problemática se han abocado más al desarrollo de hipótesis explicativas con distinto grado de desarrollo y comprobación empírica que al conocimiento exhaustivo de aquello que se pretende explicar, dando casi por sentado que cuando hablamos de linchamientos nos referimos siempre a un conjunto de acciones relativamente homogéneas. En este sentido, nuestra investigación se plantea brindar un aporte empírico exhaustivo sobre el fenómeno de los linchamientos a partir de su descripción analítica.
Sin embargo, la adopción de un objetivo principal de carácter descriptivo no nos hará renunciar a la búsqueda de relaciones explicativas o, en su defecto, al hallazgo de no-relaciones que permitan descartar o discutir algunas de las hipótesis explicativas más conocidas. La construcción de una tipología de linchamientos, constituida entonces como punto de llegada y, a la vez, como lugar de partida de nuestra investigación, debería permitirnos disparar reflexiones en diversos sentidos. Aun pretendemos, por ejemplo, observar si hay alguna relación entre los agravios que precipitan acciones de linchamientos y las formas que éstos adquieren (el objetivo inicial de nuestra investigación era precisamente conocer si la presencia de un tipo de linchamiento dependía de las acciones previas que los detonaban), así como rastrear las distintas causas que pudieran provocar la aparición de un tipo de acciones en determinadas localizaciones sociales y su evolución histórica: ¿han cambiado las formas en que se producen los linchamientos a lo largo del tiempo?, ¿en qué sentido han cambiado?, ¿por qué lo han hecho?, ¿nos dice algo ese cambio acerca de la relación entre las comunidades y las instituciones políticas formales?
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