Luis Carlos Toro Tamayo - Representar las memorias

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Hablamos de memoria política en América Latina y encontramos en las formas y en las representaciones visuales un sinnúmero de ejemplos que denuncian mediante acciones performáticas las graves violaciones de los derechos humanos en la región. Dichas acciones, muchas de ellas realizadas por artistas, otras en cambio por colectivos que enfrentan al Estado mediante discursos de resistencia, son parte de las memorias que nos permiten comprender el pasado de nuestros pueblos latinoamericanos. Los contextos que enmarca este tipo de discursos contrahegemónicos son parte de los registros que hoy tenemos para recordar hechos que han marcado la historia de nuestros países y que sirven como prueba que se rebela frente a la impunidad de gobiernos que quieren borrar de la historia los padecimientos de una sociedad que lucha contra la desigualdad.Este libro, con voces de Brasil, Argentina, Chile y Colombia, es el resultado de una apuesta colectiva por interpretar las metáforas, los significados, las síntesis de diferentes manifestaciones de la memoria expresadas en un lenguaje artístico.

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El trabajo de Horst Hoheisel, Toma varillas, es un antimonumento original con “varillas” de metal retorcidas (“torturadas”) que rinde homenaje a los desaparecidos y asesinados de la dictadura brasileña y que también recuerda el caso de Volkswagen. Hoheisel, que es uno de los artistas alemanes más importantes de hoy, propuso un espacio de memoria y recuerdo que dialoga con la vasta producción sobre la memoria del Holocausto. Como un “bosque” de espigas de acero, con imágenes y fragmentos de biografía de los desaparecidos que podían leerse, la obra tenía una cualidad de inmersión y exigía al espectador un detenimiento reflexivo. Hoheisel recuerda en este trabajo que inclusive un exdirector de campos de exterminio nazis (de Treblinka y de Sobibor), Franz Stangl, fue funcionario de la filial brasileña de Volkswagen en la década de 1960. En este sentido, se permite establecer un diálogo y una continuidad entre el fascismo-nazi y nuestra dictadura civil-militar.

Pero tampoco se trata de creer que la violencia brasileña o latinoamericana ocurre solamente en los hiatos de las dictaduras, hay que ver el caso reciente del asesinato político de Santiago Maldonado en Argentina y nuestro Amarildo, en Brasil, uno de los millares de víctimas de la política de terrorismo del Estado y del genocidio de los negros. La obra de Jaime Lauriano, Justicia y barbarie, va totalmente en ese sentido de reflexionar sobre la continuidad del genocidio de afrodescendientes en Brasil. Su trabajo es un video basado casi integralmente en la lectura de una fotografía con la imagen de un joven negro linchado y amarrado a un poste. En los subtítulos podemos leer textos tomados de Internet, comentando la acción de manera positiva y entusiasta. Estamos en medio de la escena biopolítica de sacrificio y eliminación del homo sacer, aquel que la sociedad considera “asesinable”. No es por azar que esta obra se cierra con una reproducción de un grabado de Debret con un esclavo que es azotado en una picota, imagen que también figuró en el mencionado trabajo de Brodsky. Lauriano muestra cómo la violencia racial en Brasil constituye una constante de nuestra política, una en la que la dictadura representa un momento de radicalización de estas prácticas violentas.

La instalación de la artista de Río de Janeiro Leila Danziger, Peligrosos, subversivos, sediciosos (“Cuadernos del pueblo brasileño”), va también en esta dirección, de un modo muy delicado, articulando la violencia y la censura de la dictadura con nuestro presente. El trabajo consiste en dos paneles, situados uno al lado del otro en una esquina de la sala: en una pared veíamos tres columnas de libros que habían sido censurados o puestos bajo sospecha durante la dictadura (obras de cariz “izquierdista” o de “pornografía”), y en la otra pared teníamos tres columnas de estantes con fotos de desaparecidos de la época de la dictadura y de víctimas de la violencia del período posdictatorial, como el mencionado Amarildo. Sobre estas imágenes, la artista reprodujo algunas páginas de las obras censuradas. Creó así un dispositivo artístico para que pensemos la censura y la desaparición, en el cual las imágenes y los libros aparecen y desaparecen, ocurriendo que, detalle fundamental, los libros están clavados con enormes clavos de cobre a la pared: están “crucificados”, sacrificados, como las víctimas desaparecidas en carne y hueso. El libro, hace siglos, acompaña a la humanidad como un archivo poderoso. En él nos inscribimos y también, como en la fotografía, intentamos desafiar a la muerte. Los libros son, de cierto modo, personas y Heine lo sabía cuando escribió: “Allí donde se queman libros, al final, se queman también personas”.

Esta exposición no tiene un carácter de organización curatorial de obras ya existentes ni del encargo de obras específicas a los artistas. Antes bien, partimos de un tema para discutir cómo podía desplegarse ese tema y ser “resuelto estéticamente” a su manera por cada artista. Cada artista tuvo total libertad para formular y realizar sus obras. Horst Hoheisel sugirió la palabra clave: hiatus. Se trata de una exposición realizada desde diferentes lecturas de lo que sería procesar mnemónica y artísticamente hoy aquel pasado. Un trabajo como el del artista alemán Andreas Knitz llama la atención por su total originalidad. Él propone su obra Hacer/Fusión, un acuario gigante en el que las tres mil páginas de la relación de los hechos de la época de la dictadura de la cnv quedan como en “suspensión”. Ese caldo clínico-político es transportado hasta la parte exterior del museo por una manguera como las que se usan en los hospitales para administrar medicamentos. Debemos recordar nuevamente que el Memorial de la Resistencia está ubicado en el antiguo predio del deops. La obra de Knitz propone romper con el “cubo blanco” artificial que fue construido en este predio y que apagó las marcas de su pasado. Algo sintomático y crónico en nuestra manera de lidiar con el pasado violento: apagarlo. Durante la exposición, la relación de hechos entró en “proceso” y se transformó en una amalgama. Nuestra relación con el pasado dictatorial es también un proceso que necesita romper la barrera de la amnesia y del bloqueo jurídico-ideológico (en Brasil no hubo juicios de torturadores o personal militar involucrado en la dictadura) que impide su procesamiento más radical.

En la muestra, solo dos series de Brodsky son trabajos preexistentes, que no fueron hechos para la exposición: la famosa serie Buena memoria y las cuatro fotografías con intervenciones de la serie 1968: El fuego de las ideas. La primera de estas obras es icónica cuando se trata de pensar la relación entre arte y memoria en las dictaduras de América Latina. En la foto La clase, Brodsky inscribe sobre una gigantografía de una imagen de su formación en el Colegio Nacional de Buenos Aires en 1967 lo que aconteció con sus compañeros y con él mismo durante la dictadura. La foto El Río de la Plata. Al río los arrojaron. Él se convirtió en su tumba trae al espacio de la exposición con una literalidad casi asfixiante el lugar adonde decenas de millares de muertos fueron lanzados por la dictadura argentina (1976-1983). La serie sobre 1968 es ya esencial para recuperar el furor revolucionario de la época. Brodsky se apropia en esa serie de imágenes icónicas del movimiento de 1968 en todo el mundo. Para “Hiatus” seleccioné imágenes de esta serie que retratan 1968 en Brasil y en Argentina. Se trata así de recuperar no solo la violencia y los crímenes de Estado, sino también los sueños y las utopías que alimentaron la lucha de entonces. Nos hubiera gustado con esta exposición presentar una imagen “empoderadora” de aquellos que resisten al terror de Estado. Ellos no son simples víctimas, sino, sobre todo, protagonistas de la historia.

La exposición destaca la paradójica “presencia de lo ausente” que el arte permite construir. Es impresionante que en Brasil aún hoy no tengamos imágenes icónicas de nuestra larga historia de violencia. Ellas no hacen parte de nuestra memoria colectiva. Estas imágenes han sido suprimidas o reprimidas por otros “recuerdos encubridores” (como monumentos gigantescos, tal como el Monumento a las banderas de Victor Brecheret en São Paulo, el cual honra a los colonizadores portugueses que asesinaron y esclavizaron a indígenas y negros). Exposiciones como “Hiatus” pretenden ir contra esa poderosa corriente de supresión y apagamiento. Una obra sutil en este sentido es la Memoria del olvido: ¡esto no es un teléfono!, de Fulvia Molina. En esta obra vemos un teléfono real de campaña del ejército de la década de 1960 (que eran utilizados como instrumento para electrochoques) al lado de una foto en acrílico de Amaro Nin da Fonseca, quien fue torturado con electrochoques hasta la muerte. Teléfono y foto aparecen como indicios, como rastros del crimen. Pars pro toto, son ruinas de un pasado que se resiste a ser inscrito. La artista se revela como una recolectora de esas marcas y como alguien que hace una curaduría de los restos y de la supervivencia, desarchivándolas y presentándolas a pesar del memoricidio que impera en Brasil cuando se trata de nuestra historia de masacre de aquellos que luchan por una sociedad más justa.

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