En la insurrección, también hay palabras en el aire: gritos, como vemos en la obra del colectivo Art & Language, en los murmullos del video de Lorna Simpson, en la fotografía del gran artista de la memoria de la Shoá, Jochen Gerz, Gritar hasta el último aliento, y en las bocas abiertas de los carteles de Graciella Sacco. Además, esta artista argentina se hizo notable por sus acciones artísticas en espacio público: el dilema de esta exposición (asumido como tal, por demás) queda revelado por traerla de regreso al “cubo blanco”.
Pero el rojo de la bolsa plástica de la foto de Adams parece esparcirse por toda la exposición: tal como en la película de Chris Marker de 1977 (otra importante inspiración para el curador): El fondo del aire es rojo. Las sublevaciones son rojas, pues son guiadas, como diría Benjamin, por el espíritu de venganza, como liberación de la esclavitud, como embate contra las fuerzas del poder: la sangre corre en las venas y en el suelo, tiñe las banderas, como en los parangolés del artista brasileño Hélio Oiticica, en la obra de Roman Signer Cinta roja (Red tape), en lo rojo del Libro de carne de Artur Barrio, en las letras de la obra de Sigmar Polke Contra las dos superpotencias. Por una Suiza roja (presente solamente en la exposición de París), en el paquete de cigarrillos rojo Gauloises (de la serie 39 objetos de huelga de Jean-Luc Moulène), pero también en la sangre en blanco y negro de la fotografía de Manuel Álvarez Bravo, Obrero en huelga, asesinado (1934). Ver esta fotografía nos revuelca y, sin duda, activa la sangre en nuestras venas llenándonos de ímpetu. Si en Brasil nuestra política ha sido dominada por el verdeamarillismo (colores de la bandera nacional), “Sublevaciones” resiste con la fuerza del rojo que se extiende y tiñe nuestras almas.
De las obras que fueron seleccionadas específicamente para la exposición en Brasil, vale destacar a los artistas de la más joven generación: Jaime Lauriano, Clara Ianni (cuyas obras luego comentaré en la segunda mitad de este artículo) y Rafael RG, grandes artistas de la resistencia “armada” local. Sebastião Salgado, que es además otro fotógrafo Magnum (tal como Miguel Rio Branco, que podría estar muy bien en este contexto), está representado por una fotografía del Movimiento Sin Tierra en Brasil (mst), un movimiento que es tal vez la mayor insurrección que existe hoy en el mundo.
John Heartfield, el fotógrafo dadaísta que estuvo presente en la versión parisina de esta exposición con su Utilice la obra como arma, traduce esta mencionada cultura roja en un juego artístico en sus fotomontajes. Y fue a ese juego al que Benjamin (2013) apostó al escribir en su mencionado ensayo sobre la obra de arte:
las manifestaciones dadaístas garantizaban una distracción vehemente, en la medida en que convertían la obra de arte en el centro de un escándalo. Era necesario satisfacer, por encima de todo, una reivindicación: incitar a la irritación pública. Con los dadaístas, en lugar de una apariencia atractiva o de una construcción tonal convincente, la obra de arte se convirtió en un proyectil. Ella golpea al observador (p. 88).
Si hoy en día exposiciones y obras de arte provocan esta irritación, es porque el campo artístico va en contra y resiste al establishment. Pese a las restricciones que hice con anterioridad a partir del tratamiento que me parece poco profundo del tema de la masa como fenómeno estético-político, la exposición “Sublevaciones” responde a esta exigencia de la resistencia. En últimas, las obras sí deben mantenerse en el ámbito del escándalo: sin él, se tornan, como quería Kant, en “un placer sin interés”.
Por un arte nuevo de la memoria crítica: la exposición “Hiatus”
“Hiato” es una palabra derivada del latín hiatus, que remite a las nociones de falta, laguna, interrupción, abismo. Al proponer una exposición en el Memorial de la Resistencia de São Paulo orientada hacia la memoria de las dictaduras en América Latina, basada en este universo semántico, enfatizamos tanto el hecho de que dichas dictaduras representaban rupturas históricas como el de que también ellas constituían una “falta”, un vacío difícilmente simbolizable. Es verdad que países como Argentina, Chile, Uruguay y Brasil enfrentan de modos diferentes sus pasados dictatoriales, siendo Brasil el que menos se dispuso, hasta ahora, a encarar la tarea de elaborar aquella época, bien sea de manera jurídica, política o artística, a pesar de la gran cantidad de películas sobre ese período y nuestra Comisión Nacional de la Verdad (cnv).
Si durante el período dictatorial algunos artistas brasileños resistieron con muchas obras importantes (Claudio Tozzi, Cildo Meireles, Antonio Manuel, Artur Barrio, Evandro Teixeira, Nelson Leirner, Claudia Andújar, Gontran Guanaes Netto, entre otros), después de la dictadura, con raras excepciones, ellos viraron más hacia poéticas formalistas o hacia otras agendas temáticas. Entre tanto, desde 2013-2014 este paisaje se ha modificado. Un nuevo linaje de producción (posterior a los relatos de la cnv) ha abrazado el desafío de inscribir hoy el pasado dictatorial.
En este contexto es importante recordar también algunos eventos que antecedieron la exposición “Hiatus” y que marcan la construcción de esa consciencia crítica de la historia de la dictadura. En primer lugar, remito al encuentro ocurrido en el Instituto Goethe de São Paulo en los días 12 y 13 de septiembre de 2001, el Coloquio Internacional El arte de la memoria, la memoria del arte (The Art of Memory, Memory of Art), que contó con la participación de artistas e investigadores del tema de arte, memoria y derechos humanos como Sigrid Weigel, Horst Hoheisel, Andreas Knitz, Marcelo Brodsky, Nuno Ramos, Annette Wieviorka, Horacio González, Marc Jimenez, Olgária Matos, Luis Roniger, Mario Sznajder y yo mismo, organizador del encuentro. En esa ocasión, Marcelo Brodsky y Fulvia Molina se conocieron con Horst Hoheisel y Andreas Knitz, con quienes realizaron la exposición “MemoriaAntonia”, llevada a cabo en el Centro Cultural María Antonia en el segundo semestre de 2003, tal vez la primera exposición artística con obras creadas y dedicadas a la memoria de la dictadura. Remito aquí a su catálogo El alma de los edificios (A alma dos edificios), publicado por la Imprenta Oficial del Estado de São Paulo en 2004. En la misma ocasión de 2003, Horst Hoheisel y Andreas Knitz presentaron en el octágono de la Pinacoteca de São Paulo la obra Pájaro libre (Vogelfrei). En el centro del octágono, los artistas construyeron a tamaño real una réplica del portal del Presídio Tiradentes, portal este que se preserva, a pocos metros de la pinacoteca, como único recuerdo de aquel edificio que fue demolido en 1973. La réplica, sin embargo, no fue construida en piedra, pero sí con la forma de una celda. El portal, punto de paso por donde innumerables prisioneros entraron y eventualmente salieron, fue transformado así en toda una alegoría para representar el edificio entero. Durante la exposición, este portal-prisión sirvió de casa para doce palomas que, una vez iniciada la muestra, eran liberadas cada semana. Vogelfrei es un título ambiguo y de imposible traducción. En alemán, tenemos de hecho los términos “pájaro-libre” amalgamados en el vocablo (Vogel-frei), y en la exposición podíamos asistir de manera concreta a la liberación de los pájaros. Pero el término en alemán significa, antes que nada, “proscrito”: alguien a quien se le ha decretado “Vogelfrei”, alguien que ha sido declarado fuera de la ley y a cuya cabeza se le ha puesto precio.
La memoria es acto, acción que se da en el presente y se articula a las políticas del ahora. Estas obras de estos nuevos “artistas de la memoria” se dan en el “tiempo de ahora” (Jetztzeit) del que hablaba Walter Benjamin y aspiran también a “barrer la historia a contrapelo”. Este nuevo arte de la memoria eligió luchar contra una política del olvido que hace parte del modo intrínseco de la tradición brasileña de borrar la memoria de la violencia, en especial de las violencias de clase, raza o género.
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