Rodrigo Castro - Para una crítica del neoliberalismo

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Nacimiento de la biopolítica es hasta la fecha el curso de Foucault que más impacto ha tenido en el debate intelectual contemporáneo. El hecho de que su publicación se haya producido a principios de este siglo ha permitido que el primer gran acercamiento crítico al neoliberalismo coincida, por un lado con la época en que el mismo ha desplegado por completo su hegemonía a nivel mundial y por otro con el momento en que se ha enfrentado a su mayor crisis. Con aportes de la filosofía política, la sociología y la historia, este libro ofrece diferentes acercamientos a Nacimiento de la biopolítica. Aquí, más de una decena de especialistas de reconocido prestigio establecen conexiones con la obra foucaultiana y evalúan algunas de las lecturas que se han hecho del curso dentro del pensamiento contemporáneo. Entre todos estos análisis destaca como una preocupación transversal la pregunta por el neoliberalismo. Quizás la interrogante más decisiva de nuestro tiempo, cuando advertimos de un modo cotidiano y descarnado los efectos catastróficos de esta forma de gubernamentalidad. Para una crítica del neoliberalismo trasciende el interés exclusivo por el pensamiento de Foucault, para convertirse en un instrumento de intervención sobre el presente.

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Pero si analizamos correctamente la frase de Erhard, nos damos cuenta de que no estaba pidiendo nada contrario a la socialización, reconstrucción e intervención. La frase no incluía nada asombroso, inesperado o inactual, como sugiere Bilger. Era una frase que recuerda el viejo espíritu liberal, convertido en sentido común tras la II Guerra mundial. Su énfasis está puesto en la hostilidad a la burocracia porque somete la vida a un yugo indigno. Se trataba de controlar el tipo humano del burócrata, una amenaza a la libertad, la creatividad y la dignidad de la vida. Las tareas de reconstrucción, intervención y socialización constituían oportunidades para que este tipo humano se hiciera dominador. Era urgente ponerle límites. Erhard pretendía romper con la forma prusiana de gobierno, heredada por los nazis. No se trataba de indisponerse con las «contraintes»» o «restricciones» estatales (algo muy vago) sino con la «staatliche Befehlswirtschaft», que solo puede traducirse por «economía de mandato o comando estatal». Sin duda, eso era la economía nazi, la economía de guerra y la economía soviética. Erhard afirmaba que estaba de acuerdo con emprender esta orientación de intervención y socialización, pero no con permitir la intervención ejecutiva de las órdenes económicas del Estado. Esta era la línea roja. Erhard hablaba de una fase necesaria de reconstrucción, intervención y socialización, pero deseaba impedir una burocratización asfixiante y cerrar el paso a la economía de comando estatal. La ejecución de los planes de socialización y reconstrucción debía depender de la libertad de empresa, libertad de precios y economía de mercado, algo coherente con la diferencia ordoliberal entre Wirtschaftsverfassung y Wirtschaftsprozess. El Estado intervenía en la primera, no en el segundo. Si el Estado intervenía en el proceso económico, se produciría una economía de mandato estatal. Si solo intervenía en la constitución económica se dejaría al actor económico en libertad. Por lo tanto, no había aquí nada contrario ni inesperado a la época. Era el viejo sentido de que allí donde se impone la economía de mandato estatal, que ejecuta sus planes por medio de una poderosa burocracia, allí la vida queda sometida y la libertad y la responsabilidad se hacían imposibles.

Y ese era el sentido de la cita de Erhard, como se descubre a continuación: «Ni la anarquía ni el estado de termitas son apropiados como formas de la vida humana. Solo allí donde la libertad y el vínculo social se convierten en ley que imponen el deber, encuentra el Estado la legitimación ética para hablar y actuar en nombre del pueblo» (Stützel, 1981: 39-42). Aquí el énfasis estaba en el «weder… noch» y la traducción de Bilger es muy libre. Lo que decía Erhard es que no estaba de acuerdo ni con los fines de una liberalización absoluta, que impondría la anarquía de los libertarios americanos, ni en generar un estado de termitas, de hombres-hormigas. En suma, se hablaba de salvar la libertad, pero también de aceptar la ley vinculante dotada de esa Sittlichkeit que ofrece su legitimidad al Estado para poder llamarse Estado del pueblo.

Foucault, con su recepción de Bilger, a su vez sesgada, disuelve lo más importante del ordoliberalismo: la necesidad de vincular economía libre y Estado,14 de tal modo que este se pueda llamar Estado del pueblo. Lo decisivo es que solo bajo esos supuestos se podía entender una «menschliche Lebensforme». Curiosamente, en un curso destinado a mostrar el origen de la biopolítica, Foucault despreciaba todas las ocurrencias del discurso que hablan de Leben y de Lebensform como algo que afecta al pueblo. Sin estas invocaciones, no tienen sentido las propuestas de Rüstow de 1951 sobre una Vitalpolitik.

Sabemos que la expresión «Termitenstaat» de Erhard procedía de Wilhelm Bölsche (1931), un especialista en continuar la reflexión alemana sobre las analogías entre la vida social y la vida animal tan del gusto de la época. En suma, Erhard estaba reflejando el esquema del pensamiento ordoliberal, que se implicaba en el consejo, la reconstrucción y la socialización de la economía alemana, y esto por motivos internos al programa ordoliberal. No era nada inactual, asombroso o sorpresivo. Excluía la economía ejecutada por orden y mandato del Estado, tanto como el anarquismo económico americano, defensor de la desregulación completa. La conclusión que extrae Foucault es sin embargo esta: «Como ven, ese liberalismo económico, ese principio de un respeto de la economía de mercado que había formulado el Consejo Científico, se inscribe dentro de algo que es mucho más global, un principio según el cual deberían limitarse en general las intervenciones del Estado» (Foucault, 2007: 103). Como hemos visto, de la posición de Erhard no se sigue nada parecido a esto. Cuando Foucault añade que en el discurso de Erhard se trataba de cuestionar «la legitimidad del Estado», sugiere que era una manifestación de la fobia al Estado. Sin embargo, los ordoliberales no tenían fobia al Estado, ni mucho menos15. Al contrario, pensaban con Hegel que el Estado debía dotarse de la eticidad suficiente para poder ser el Estado del pueblo16.

En efecto, si el Estado perdía todo poder decisorio y directivo, toda eticidad, la anarquía era inevitable. Entonces no podría establecer una constitución económica. Erhard quería evitar los dos extremos, y argumentaba a favor de la intervención estatal adecuada. El objetivo era mantener un Estado fuerte que pudiera hablar en nombre del pueblo. Y esto no era un asunto meramente económico, sino, como asumía Röpke, civilizatorio, que afectaba a la forma de vida (1957). La línea roja no está, como quiere Foucault, en que el Estado no «viole la libertad de los individuos». No hay en el ordoliberalismo una noción de libertad negativa. Se quiere evitar tanto la anarquía como una legalidad sin eticidad, el Estado de comando imperativo económico de los nazi y los soviéticos, y se quiere condicionar todo a la «Bindung zum verpflichtenden Gesetz». No hay aquí estadofobia. Al contrario, los ordoliberales coincidieron con Carl Schmitt en que la masiva intervención económica del Estado en la sociedad de masas, el Estado total extensivo, no lo había fortalecido, sino debilitado17.

Pero todavía hay más. Foucault llega a decir que en el texto de Erhard vemos un Estado «despojado de sus derechos de representatividad» (Foucault, 2007: 104). De forma extraña, Foucault no ha leído este pasaje: «El Estado encuentra la justificación ética para hablar y actuar en nombre del pueblo solo donde la libertad y el vínculo se convierten en ley de obligado cumplimiento». ¿Puede significar esto despojar al Estado de su «representatividad»? Hablar y actuar en el nombre del pueblo, disponer de una legitimidad ética, vincular la libertad a la ley del deber, ¿cómo puede ser identificado con la pérdida de la representatividad por parte del Estado?

Foucault orientó así todo su capítulo sobre una base endeble. Analizando la frase de Erhard mal traducida y peor entendida, Foucault proyectó sobre ella «toda una serie de significaciones que están implícitas y solo demostrarán su valor y su efecto a continuación» (Foucault, 2007: 105). Y esas significaciones implícitas estaban «efectivamente en la cabeza, si no de quien pronunció la frase, al menos de quienes escribieron su discurso» (Foucault, 2007: 105). ¿Y cuál es el centro de estas significaciones implícitas que ahora se revelan? El siguiente: «La idea de una fundación legítima del Estado sobre el ejercicio garantizado de una libertad económica» (Foucault, 2007: 105). La frase, como vimos, legitimaba la justificación ética del Estado en la defensa de una forma de vida como vida del pueblo. Ahora para Foucault solo se legitima por la libertad y el éxito económicos. No hay base alguna para esta conclusión, pero las legiones de estudiosos de Foucault, que ven en él una fuente primaria y no el analista no siempre escrupuloso de fuentes, la aceptan como una nueva biblia.

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