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Para quienes intentan encontrar el camino de vuelta a casa.
“Sí, tengo trucos en el bolsillo, y cosas bajo la manga.
Pero soy todo lo contrario del prestidigitador común,
que les brinda una ilusión que parece la verdad.
Yo les doy la verdad con el agradable disfraz de la ilusión”.
Tennesse Williams, El zoo de cristal.
En mi sueño, hilos de luz se filtraban entre los árboles de un bosque antiguo. Era seguro. No sabía cómo sabía eso. Simplemente lo sabía.
Quería correr lo más rápido posible. La enloquecedora necesidad de transformarme me ardía debajo de la piel, y necesitaba dejarme ir.
No lo hice.
Las hojas crujían bajo mis pies.
Pasé la mano por la corteza de un viejo olmo. Se sentía áspera. Y, luego, húmeda por un hilo de savia, pegajosa y tibia, que froté entre los dedos.
Los árboles susurraron.
Decían aquí, aquí, aquí.
Decían aquí es donde perteneces.
Decían aquí es donde debes estar.
Decían esto es MANADA y VIDA Y CANCIONES en el aire CANCIONES que se cantan porque esto es hogar hogar hogar.
Cerré los ojos y respiré.
La luz parecía más brillante en la oscuridad.
Unas pequeñas motas de polvo se arremolinaban.
Llevé la resina en mis dedos a la lengua.
Sabía antigua.
Y fuerte.
Y…
Un gruñido bajo a la derecha.
Abrí los ojos.
Un lobo blanco estaba de pie entre los árboles, a lo lejos. Tenía algo de negro en el pecho, las patas y el lomo.
No lo conocía
(él)
pero me resultaba
(él)
familiar, de alguna manera, lo tenía allí mismo en la punta de la lengua, mezclado con la resina del olmo y…
Sus ojos empezaron a arder rojo fuego.
Un Alfa.
No me asusté.
El lobo – él – no estaba allí para lastimarme.
No sabía cómo sabía eso. Quizás eran los árboles. Quizás era este lugar. Quizás era la resina que me recubría la garganta.
–Hola –dije.
El Alfa bufó y sacudió la cabeza.
–No sé dónde estoy. Creo que estoy perdido.
Tocó con la pata el suelo y talló líneas irregulares en la tierra y en la hierba.
–¿Sabes dónde estoy?
Dijo estás muy lejos.
Sonaba como la voz de los árboles.
Era la voz de los árboles.
El Alfa dijo no me perteneces a mí no eres mío no eres MÍO pero podrías serlo por quién eres.
–No sé quién soy –admití, y era terrible decirlo en voz alta, pero después de que las palabras fueron pronunciadas, me sentí… más liviano.
Casi libre.
El Alfa dio un paso hacia mí.
lo sé lo sé criatura pero lo sabrás te prometo lo sabrás eres importante eres especial eres...
Estalló un relámpago y vi que estaba rodeado. Docenas de lobos merodeaban entre los árboles. Tenían los ojos rojos y naranjas y violetas…
Los árboles se quebraron de lado a lado por la violencia del viento.
Pensé que saldría volando, que el viento me arrastraría hacia el cielo negro y que me perdería en la tormenta.
Los lobos se detuvieron.
Alzaron las cabezas al unísono.
Y aullaron.
Me atravesó, me estaba rompiendo , mis huesos se convertían en polvo . No podía moverme, no podía respirar, no sabía cómo detenerlo, ni tampoco quería . Eso fue lo que más me afectó, que no quería que terminara. Quería que ser consumido, sentir que se me destrozaba la carne y que sangraba sobre la tierra a mis pies, que me sacrificaba para saber que yo importaba, que yo significaba algo para alguien.
El Alfa dijo no no puedes esto no es eso esto es DIFERENTE esto es MÁS porque tú eres MÁS...
Unas manos se posaron sobre mis hombros.
Una voz me susurró al oído.
–Robbie. Robbie, ¿me oyes? Escucha mi voz. Escucha. Estás a salvo. Te tengo. ¿Me escuchas, querido? Por favor.
Las manos me apretaron los hombros, los dedos se clavaron en mi piel y sentí que me arrastraban hacia atrás al mismo tiempo que volaba entre los árboles. Los lobos gritaban, gritaban, gritaban sus canciones de furia y horror, y mientras el mundo comenzaba a agrietarse a mí alrededor, mientras se quebraba en pedazos como un montón de cristal, un lobo emergió de las sombras.
Era gris oscuro con manchas negras y blancas en la cara y entre las orejas.
Y en la boca llevaba…
Me senté ahogando un grito, agitado. Por un instante, no supe dónde estaba. Había lobos y árboles, y se estaban rompiendo y yo tenía que recomponerlos. Tenía que hacer que las piezas encajaran de todas las maneras posibles, para que volvieran a estar completos y poder…
–Estás bien –dijo una voz amable–. Robbie. Estás bien. Fue solo un sueño. Estás a salvo.
Parpadeé rápidamente e intenté recuperar el aliento.
El hombre junto a mi cama parecía preocupado, las líneas profundas de su cara arrugada bien marcadas. Estaba vestido con ropa de dormir y tenía los pies descalzos, delgados y huesudos. Hacía tiempo que su pelo había desaparecido y tenía manchas en el cráneo y en las manos. Estaba encorvado, más por su edad avanzada que por la preocupación. Pero su mirada era límpida y cariñosa, y él era real .
Ezra.
Me calmé de inmediato.
Sabía dónde estaba.
Estaba en mi habitación.
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