Volarás a través del corazón
Rosa Castilla Díaz-Maroto
¿Quién podía imaginar que algún día iba a ser capaz de escribir una novela? Nadie. Ni mi familia, ni mis amigos, ni mis conocidos, ni siquiera yo misma. Nada hacía sospechar que algo así pudiera suceder.
Parece ser que desperté y a la vez hice despertar a Volvoreta, mi primera novela y todo un reto para mí. Sin preparación, sin vocación, ni siquiera la más mínima intención, al final lo he conseguido y he concluido y completado mi obra salida de la nada más absoluta. Para colmo de los colmos…, ¡no soy lectora! Es cierto que a lo largo de mi vida alguna novela ha caído en mis manos, pero no las suficientes; es algo que he de reconocer.
El despertar de Volvoreta fue la novela que me abrió el camino hacia el mundo de la literatura y de las letras y que me retó a seguir escribiendo. En mi cabeza aún quedaba suficiente argumento en la historia de Marian y Carlos, y el lector debía conocerlo. Tuve claro desde el principio que iba ser una trilogía.
El frágil aleteo de la inocencia me confirmó que había mucho más que contar aún y que merecía la pena seguir descubriendo más personajes y lugares idílicos para culminar este juego a tres entre Marian, Carlos y Alan, tres protagonistas muy diferentes y a la vez muy intensos.
No ha sido fácil decidir el final y acabar esta historia. Ahora el resultado está entre tus manos.
Volarás a través del corazón es la culminación de la trilogía El despertar de Volvoreta. Con esta novela cierro un ciclo y doy paso a otro. Ahora, voy a darme un tiempo y voy a prepararme para poder ofreceros todavía más.
Querido lector que tienes entre tus manos el trabajo de varios años. Al final, no solo he sido capaz de escribir una novela, sino tres, y todo gracias a vosotros que habéis confiado en mí, una autora que tan solo aspira a crear para que otros disfruten leyendo. Este es mi mayor logro y también mi mayor recompensa.
Siempre agradecida.
Volvoreta
Me aferré a tu boca
como quien se aferra a su almohada,
haciendo que su sombra
quedara en la nada.
Me aferré a tu cuerpo
al oír su llegada,
tanto temía su regreso
que me adentré en tu alma.
Navegué en el deseo,
en la pasión desalmada,
esquivando un amor maltrecho
que enamorarme evitaba.
Busqué tu cuerpo
Para cubrir mis ganas,
para disfrazar de anhelos
mi vida en llamas.
Troté por un valle
como caballo sin dueño,
mas mi montura de antes
me venía siguiendo.
Y así me cansaba,
entre su alma y tu cuerpo,
bordeando tu cama
como quien sobrevuela un recuerdo.
Mas su aroma volvía
para calmar tu fuego,
el que tu piel desprendía
cuando invadía el deseo.
Y regresé a su cama,
la que visitaba en los sueños,
la que aniquiló mi esperanza,
nunca existiendo.
Meritxell Camats Fernández
La ventana de mis ojos
Es burlesco, ya lo sé, pero me pregunto si Alan se va a mantener al margen al saber que Carlos está aquí. No es un hombre que se rinda ante un desafío y, la verdad, no creo que lo haga. La tentación es muy atractiva y se pasea incesante por mi cabeza retándome constantemente. No sé cómo voy a salir de esta y tampoco sé si seré capaz de mantener a Alan a raya. Es tanta la atracción que ejerce sobre mí… El corazón me late desbocado cuando me pregunto si estoy enamorada de él… ¿Será cierto que lo estoy?
Un remolino de gente comienza a agolparse a mi alrededor al comprobar que los viajeros salen por la puerta de llegadas internacionales. Todos están impacientes y nerviosos por ver a sus seres queridos. Los familiares se amontonan, según van apareciendo, al final de la cinta que marca el pasillo por donde caminan los viajeros con sus equipajes.
El corazón me va a mil por hora. Andrea y Carlos caminan juntos. Les he visto durante un instante, antes de que el tumulto de gente y los demás viajeros que iban más deprisa que ellos me impidieran seguir viéndoles. “¡Dios mío! ¡Qué voy a hacer cuando los tenga delante! ¡Me muero por verles y por abrazarles!”, pienso mientras intento hacerme hueco entre la gente inútilmente para ver por dónde van. Empiezo a desesperarme, cada vez hay más gente entorpeciéndome la visión.
Me da miedo la reacción que podamos tener los dos al vernos después de tanto tiempo. Me tiembla hasta el espíritu. Me atormenta pensar en Alan y en el momento en el que… casi me hace suya. Es extraño como en poco tiempo puede cambiar la vida, como los sentimientos te pueden sorprender sin pretenderlo, sin realmente quererlo. Alan está en mis pensamientos y casi en la necesidad de… Sujeto fuertemente entre los dedos mi medio mundo, ese donde me espera Carlos y desde el que viaja para que podamos estar juntos como tanto deseamos. Por más que intento acercarme a la cinta que nos separa de los viajeros, cada vez lo tengo peor. Necesito ver por dónde van. La ansiedad, los nervios y las ganas que tengo de verles me tienen acelerada al máximo. Entre los empujones que me dan y los que yo doy consigo acercarme un poco más.
¡Al fin! Me quedo petrificada cuando consigo verles. Andrea no deja de reír y de hablar con Carlos, que camina con la cabeza gacha y el gesto serio. Ella está preciosa con un minivestido estampado que enseña más que tapa. Él lleva unos vaqueros desgastados, una camiseta blanca con tres botones en el cuello desabrochados y unas deportivas New Balance de color gris oscuro. Estoy observándole cuando levanta la mirada al frente y veo la intensidad de esta y, a la vez, la preocupación que asoma en ella. En cambio, Andrea es toda felicidad. Sin dejar de reírse y de hablar, le da un codazo a Carlos y él, con una tímida sonrisa, asiente sin quejarse a lo que le dice mi amiga.
¡Madre mía! ¡Mi chico está para comérselo!, pero tan tenso y preocupado como lo estoy yo. Estoy segura de que a él también le inquieta nuestra primera reacción cuando nos tengamos el uno frente al otro.
Por fin, dos personas que tengo delante se apartan y dejan un hueco grande por el que puedo ver a Carlos y a Andrea sin ningún problema. Ellos me descubren enseguida. Les saludo efusivamente con la mano mientras mi alegría se desborda por completo y mis lágrimas de felicidad también lo hacen. Observar por un breve instante cómo la mirada de Carlos cambia al verme… no tiene precio.
Les indico con la mano que les espero al final del pasillo y ellos asienten con un ligero movimiento de cabeza, después de que Andrea casi chilla de júbilo al verme.
Lo más rápido que puedo, me introduzco en la corriente humana que se dirige al mismo sitio que yo. Es una locura. Son varios vuelos a la vez los que desembarcan por la misma puerta, así que el trasiego de personas es arrollador. Es imposible volver a verles.
Si me adentro en el gentío, mal, y si me desmarco de la gente y me retiro un poco, peor. ¡Joder! Estoy tan ansiosa por verles que ya no sé qué hacer ni dónde ponerme. Finalmente, decido alejarme un poco de la muchedumbre y esperar a que se desvanezca la nube humana que me imposibilita verles de nuevo. Saco un pañuelo de mi bolsito y me seco inútilmente las lágrimas. “Menuda llorona me estoy volviendo. Seré paciente y esperaré”, me digo resignada. Introduzco el clínex en el pequeño bolsito y al alzar la mirada veo como se han detenido delante de mí dos de las personas que más quiero en este mundo. No sé qué hacer, si seguir llorando o si tirarme al suelo de la emoción… Lo cierto es que las piernas ya casi ni me sostienen. No soy capaz de moverme y ante mi impotencia bajo la cabeza y me llevo la mano a la boca para tratar de contener por completo ese nudo que tengo en mi garganta. Finalmente, son ellos los que comienzan a caminar.
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