Es importante decir, que en el sistema feudal las contribuciones de los siervos a los señores feudales eran en especie, es decir, días de trabajo, o bienes como granos y animales vivos. Un buen número de causas estuvieron detrás del cambio en la forma de efectuarse los pagos durante la época feudal. Una de ellas fue el aumento de la demanda urbana de alimentos; de manera que conforme la población de las ciudades se incrementaba, la moneda se filtraba en el campo, creciendo así la capacidad del sector rural para comprar bienes urbanos, como también se agudizaba su deseo de realizar esas compras. Al mismo tiempo, la nobleza y los señores feudales, en busca de mayores ingresos en efectivo para comprar una creciente variedad de bienes, veía cada vez con mejores ojos el cobro de sus rentas y sus tributos en dinero y no en especie.
Pero, al actuar de esta forma, los mismos nobles impulsaron, sin darse cuenta, una de las causas de la grave deterioración ulterior del sistema feudal. Al convertir los servicios feudales en sumas fijas que se pagaban en efectivo, se facilitó temporalmente la solvencia del señor, pero pronto lo situó en el aprieto en que se ve siempre metido el acreedor durante épocas de inflación, incluso, aun cuando los tributos en dinero no eran fijos, a la postre se quedaban muy por detrás de las crecientes necesidades de la nobleza y había más presión para mantener el estilo de vida del señor feudal y a la nobleza. Pero a medida que aumentaban los precios y se expandía el estilo monetizado de vida, los ingresos monetarios no fueron suficientes para conservar su solvencia (Heilbroner, 1964).
El resultado fue que al final del Siglo XVI, la mayor parte de los señores feudales estaba con grandes deudas y según Heilbroner (1964) pronto se convirtieron en una nueva clase social: “la nobleza empobrecida”, en consecuencia, finalmente, el sistema feudal resultó incompatible con una economía de dinero, porque mientras la nobleza estaba atrapada entre el alza de costos y precios y sus ingresos estáticos, las clases mercantiles se hacían del dinero, la riqueza y el poder.
Bases inmateriales
Dos fuertes razones inmateriales o ideológicas impulsan a los individuos de aquel entonces, hacia el intercambio de bienes y la acumulación de capital: una de carácter terrenal y otra religiosa, a saber:
•El lucro cómo motivación económica:
En la Antigüedad las motivaciones y acciones de los individuos no eran de tipo económico, el afán de utilidad o lucro era más bien superficial y no constituía una preocupación central de la existencia; la religión, el honor, la tradición, la lealtad, pesaban más que cualquier otra idea. El labriego, por ejemplo, difícilmente tenía conciencia de actuar de acuerdo con motivos “económicos”, él solamente seguía las ordenes de su señor o sus costumbres ancestrales. Ni siquiera el señor feudal tenía orientación económica, puesto que en buena parte sus intereses eran militares, políticos, religiosos o la defensa de su honor, es decir, no estaban básicamente orientados hacia la idea del lucro o el engrandecimiento. Es más, existía preocupación cuando la conducta y las motivaciones no económicas como las antes comentadas: religión, honor, tradición, etc. se procuraban de manera apasionada, obsesionada, salvaje (Heilbroner, 1964).
El filosofo Hobbes, tomando en cuenta esta tendencia, sugería identificar e impulsar , mediante un contrato social vigilado por el Estado, aquellas pasiones que podrían dominar a otras francamente destructivas, decía el filósofo que los deseos y otras pasiones como la búsqueda agresiva de la riqueza, la gloria y el poder, pueden ser superadas por pasiones que inclinan a los hombres hacia la paz, como el temor a la muerte o el deseo de las cosas que son necesarias para una vida confortable y la esperanza de obtenerlas por medio del trabajo. La búsqueda de una fuerza contraria a las pasiones destructivas llevó finalmente a identificar a los intereses —la procuración de la ventaja material, económica—como una pasión particular creativa, capaz de dominar a las destructivas. Por ejemplo, cuando frente la escasez los individuos o las naciones realizan el comercio, una pasión tranquila, en vez de la guerra, una pasión destructiva.
Paulatinamente la codicia, la avaricia, el amor al dinero, el lucro, quedaron comprendidas en la etiqueta de “intereses” y se les confirió una connotación positiva y curativa derivada de su asociación estrecha con la idea de conducir los asuntos humanos, privados o públicos de una manera más lúcida o racional; por fin se había descubierto una base realista para un orden social viable, con una ventaja adicional: la posibilidad de previsión, así la frase popular “nadie esta peleado con su dinero” resume que en la búsqueda de sus intereses, los individuos se suponen firmes, constantes y metódicos, por ello su conducta se vuelve transparente y previsible, por oposición al comportamiento de individuos que se ven castigados y cegados por sus pasiones.
La previsión de la conducta humana cuando es guiada por el interés, por el amor al dinero, por el lucro, se empezó a considerar una condición muy apreciada en particular cuando se vinculaba a las actividades económicas. Pero cuando en Inglaterra en 1710 estalló una crisis bancaria y se conocieron otros escándalos de corrupción, se llegó a pensar que la búsqueda del dinero de los individuos se podría volver muy poderosa y barrer con todo lo que encuentre con su camino, a pesar de ello, al final del siglo XVIII se insistía que el comportamiento motivado por el interés y la ganancia de dinero eran superiores a la conducta orientada por las pasiones ordinarias, las cuales se consideraban salvajes y peligrosas, mientras que la búsqueda de los intereses materiales era inocente o inocuo. Un siglo después los escritos de Marx explicaban que la acumulación salvaje de capital fue lograda mediante los episodios mas violentos de la historia de la expansión comercial europea, para luego exclamar con sarcasmo: he aquí los logros de una pasión inocua ¡
En otro nivel de análisis, el lucro o interés como motivador de conducta de los individuos, también emergió cuando el trabajo dejó de ser una relación social —en la cual un individuo (siervo o aprendiz) trabajaba para otro a cambio de tener asegurada por lo menos su subsistencia— y empezó a ser por un salario, cantidad de esfuerzo, una mercancía, que se vendía en el mercado laboral al mejor precio que pudiera cotizarse y completamente desprovista de cualquier clase de responsabilidades recíprocas por parte del comprador, que no fuesen el pago de los salarios. Si estos no eran suficientes para proporcionar la necesaria subsistencia, el comprador no era responsable, de allí que el trabajador buscara aumentar el salario y el comprador a disminuirlo cuanto pudiera.
Una lógica similar surgió cuando con la tierra ya no era vista como parte de los dominios inamovibles del señor feudal, como antes se comentó, sino algo que podía ser comprado o arrendado por la utilidad económica que rendía. Los tributos, los pagos en especie, los bienes intangibles como el prestigio y el poder, todo aquello que fluía cuando las tierras eran comunales, se redujo ahora a una sola compensación: la renta, es decir, la utilidad monetaria derivada de dedicar la tierra a un uso lucrativo.
Otras formas de riqueza tangible, que no fueran la tierra, es decir las propiedades de objetos valiosos como vajillas, joyas y metales preciosos, se empezaron a expresar en su equivalente monetario y se convirtieron en capital el cual ya no se manifestaba en forma de bienes específicos, sino en una cantidad abstracta cuyo “valor” dependía de su capacidad para ganar intereses o utilidades. Por todo ello pronto empezó a verse como normal la presión por elevar al máximo los ingresos del individuo o reducir al mínimo sus desembolsos cuando efectuaba en el mercado operaciones de compraventa, esa conducta es la que en Economía se denomina el motivo utilidad.
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