En Gálatas, Pablo señala que la gracia de Dios puede liberar a los hombres, por ello la libertad se da en Cristo (2, 4) y se realiza en cuanto se logra un renovado interior que vive en el don del espíritu; convertirse en hijos de Dios, a través de Cristo, “si somos hijos ya no somos esclavos” (5, 2). Esto supone no someterse a las exigencias de la ley que no procuran la salvación, ella solo es posible en la fe. Por tanto, la libertad se da solo a partir de la nueva alianza y recae en el espíritu y no en la carne (4, 24-26). Así, la voluntad destina la libertad en los siguientes términos, “la experiencia de un imperativo que demandaba una sumisión voluntaria que conducía al descubrimiento de la Voluntad, e inherente a esta experiencia era el maravilloso hecho de una libertad de la que no se habían percatado ninguno de los pueblos antiguos”38. ¿En qué consiste la libertad entonces? Además de estar vinculada a la voluntad, se dirige hacia la obediencia pero ya no de la ley antigua, sino de la nueva que libera al espíritu en función de la vida que promete en el tiempo presente una vez que la muerte ha sido superada. La única Ley del cristiano es “la ley del Espíritu que da la Vida” (Romanos 8. 2); en este sentido, la libertad sería el camino o el medio para conseguir la superación de la muerte, solo entonces se instaura la ley de amor que suprime la esclavitud del sujeto.
Para Badiou la libertad es, por el contrario, libertad de acción que se encarna en Pablo y que se sostiene en “la subestructura práctica de su pensamiento, la cual plantea que la universalidad verdadera está desprovista de centro”39. En Gálatas 2, 1.10, advierte Badiou, hay un momento clave en el texto en el que el apóstol señala que sus adversarios miraban, “la libertad que tenemos en Jesucristo con la intención de esclavizarnos” (1999, pág. 26); esta afirmación da cuenta de un sujeto militante, político por excelencia que condiciona la libertad a la relación entre los sujetos y la ley. No hay que olvidar el carácter de la conferencia de Jerusalén, que giró en torno a la legitimación del cristianismo en tanto le “dotó de un doble principio de apertura e historicidad… Así ajusta el hilo del acontecimiento como iniciación de un proceso de verdad”40, sostiene el filósofo francés. Esta legitimación pasó por la discusión respecto de la ley y la libertad. La postura de Pablo romperá con la sujeción a la ley antigua y abrirá el campo de la experiencia subjetiva para hallar la libertad en Cristo, pero no en Cristo crucificado, sino en el resucitado; este acontecimiento dará pie a la superación de la muerte de la carne y a la vida del espíritu, veamos: “La muerte es tan antigua como la elección por el primer hombre de una libertad rebelde. Lo que hace acontecimiento en Cristo es exclusivamente la resurrección, esa ἀνάστασις νεκρῶν, que se debería traducir por levantamiento de los muertos, su alzamiento, que es alzamiento de la vida”41. La rebeldía que adjetiva a la libertad se constituye en la condición del sujeto militante, la libertad acompaña a la acción que determina la historia.
Cada una de las acciones de Pablo dan cuenta de la libertad que Cristo otorga a los hombres, “Esta es la libertad que nos ha dado Cristo. Manténganse firmes para no caer de nuevo bajo el yugo de la esclavitud. Yo mismo, Pablo, les digo: si ustedes se hacen circuncidar, Cristo no les servirá de nada” (Gálatas 5. 1,2); queda claro que el don de Cristo supone la ruptura con la ley, allí reside la posibilidad de la vida y, por otro lado, permite consolidar el acontecimiento que sostiene. En efecto, esta lectura da paso a la idea de un sujeto que se levanta de la servidumbre y se enaltece; de alguna manera se convierte en portador de la nueva ley. Sin embargo, Badiou hará una precisión respecto del contenido y sentido propio de acontecimiento; en este sentido dice,
En definitiva, comprender la relación entre καταλλαγή y σωτηρία, que también en la relación entre muerte y vida, es comprender que para Pablo hay una completa disyunción entre a muerte de Cristo y su resurrección. Porque la muerte es una operación en la situación, una operación que inmanentiza la localización del acontecimiento, mientras que la resurrección es el acontecimiento mismo42.
El acontecimiento es el origen mismo de la nueva ley, es decir, del sujeto que se inscribe en la libertad en tanto supera la crucifixión, el dolor, el martirio, está, por así decirlo, en una nueva era que predica el amor. De allí que la teología paulina confronte la teología y la política; lo que resulta es el reino de lo trascendental desde donde, el mismo Pablo, será ungido, al igual que todo sujeto inscrito en un nuevo valor que cambia la secuencia de la historicidad y afirma el acontecimiento. No es necio el ataque de Nietzsche a Pablo, dirá Badiou, en tanto, el hombre libre es aquel que ha matado la muerte y, en este gesto, que en el fondo es el mismo de Nietzsche, se ha liberado.
La ley y el amor
Ustedes, hermanos, han sido llamados para vivir en libertad, pero procuren que esta libertad no sea un pretexto para satisfacer los deseos carnales: háganse más bien servidores los unos de los otros, por medio del amor. Porque toda la Ley está resumida plenamente en este precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Pero si ustedes se están mordiendo y devorando mutuamente, tengan cuidado porque terminarán destruyéndose los unos a los otros. (Gálatas 13: 14-15)
Arendt sostiene que para “querer” a Dios, debe haber autonomía y voluntad donde antes había solo obediencia ciega, la misma que, por un lado, convertía al hombre en esclavo y, por otro, delimitaba la posibilidad de ser cristiano. La ley, en la perspectiva de Pablo, ha cambiado en su propia naturaleza en tanto, “en Cristo Jesús, ya no cuenta la circuncisión ni la incircuncisión, sino la fe que obra por medio del amor” (Gálatas 5. 6), es decir, la ley no separa a los sujetos, se extiende sobre todos desde el amor; el triunfo del amor sobre la ley se inscribe en la negación del mal, lo que supone la lucha del hombre interior que Arendt encuentra en Pablo; sin embargo, solo en tanto la gracia de Dios interviene en la pugna de la voluntad consigo misma, es posible decidir por el amor. Es importante anotar que la gracia produce una forma de trascendencia en la ley que es inmanente. En la perspectiva de Arendt, el paulismo instaura una incongruencia, la voluntad contra sí misma; ello se debe a que el sujeto de debate entre el mal que instaura la ley y la gracia que lleva al amor. En Romanos se encuentra esta problemática que se resume en el cumplimiento de la ley, sin amor; frente a esta práctica, la opción que guía a la libertad es una decisión, aunque interior, determinada por la gracia divina, don que permite sostener la voluntad pero guiarla hacia la vía del amor.
Por otro lado, para Badiou, Pablo rompe con la ley y se centra en el acontecimiento Cristo, de manera que la ley no surge del acontecimiento y tampoco da cuenta del universalismo. ¿Cómo se consolida entonces el acontecimiento? Solo en tanto Cristo crucificado significa el sacrificio del sacrificio, gesto radical que pone fin al dolor y al sufrimiento; representa entonces el fin de la lógica sacrificial. A partir de esto, se universaliza el mensaje sin recurrir a la ley, sino al precepto del amor.
De esta manera Badiou propone una suerte de materialismo de la gracia; Pablo consolida al sujeto militante que puede llegar al amor sin la ley pues el amor contiene la ley, está más allá de la ley misma que se sostiene en la promesa de la resurrección43. En el pensamiento sobre el sujeto que sostiene Badiou, se muestra una postura anti perversa que niega toda forma de dolorismo y masoquismo. El contexto está marcado por la discusión con el psicoanálisis que, según el filósofo francés, se centra en la idea de que la compulsión solo se contiene con la ley, en tanto Pablo ha determinado que la ley es letra muerta. El super yo freudiano introyecta la ley en el sujeto, de manera que “La ley es lo que da vida al deseo. Mas haciéndolo, fuerza al sujeto a no poder seguir más que la vía de la muerte”44. ¿En qué sentido? La respuesta se halla en la lectura que actualiza la doctrina paulina; como ya se ha dicho, es la ley la que hace posible el pecado, pues da vida al deseo dotándolo de autonomía y automatismo; ello provoca una compulsión a la repetición que desborda la voluntad del sujeto, de tal modo que es “este automatismo objetal del deseo, impensable sin la ley, el que asigna al sujeto la vía carnal de la muerte”45. El sujeto que resulta de la teoría freudiana no solo es precario, sino que está desgarrado entre el ello y el super yo; la condición de su existencia es el dolor, no hay salida, dirá Badiou.
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