Inclusive, las narraciones de este tipo de sanidad ubican a Jesús respondiendo con libertad a los reclamos de las mujeres. Los relatos de sanidades indican que en el proceso el Señor interactuaba con las mujeres, y hasta las tocaba, rompiendo de esta forma las regulaciones religiosas de la época. Para Jesús de Nazaret, más importante que las regulaciones religiosas y las interpretaciones rabínicas de la Ley, estaban los seres humanos y sus necesidades.
Al estudiar las narraciones de milagros se descubre que no eran actos improvisados. Por el contrario, las sanidades incluyen un tipo de proceso que revela orden y sentido de dirección. Esos procesos incluyen una lista de detalles que demuestran que no se trata de una actividad momentánea del Señor, pues se pueden distinguir elementos recurrentes en los relatos de las sanidades y los milagros.
Entre esas dinámicas que circundan las acciones milagrosas del Señor, se encuentran las siguientes acciones o declaraciones:
•Identificación de la duración de la enfermedad.
•Peligrosidad de la calamidad.
•Frustración de los médicos.
•Dudas de las personas que rodean a la persona necesitada.
•Llegada del Señor al enfermo o cautivo.
•Alejamiento de los espectadores.
•Jesús el sanador toca al enfermo o al cautivo.
•Se afirma una palabra de sanidad y liberación.
•Se produce el milagro, la sanidad o liberación.
•Se describe el resultado de la acción divina.
•Corroboración del resultado o del milagro.
•Salida de la persona sanada o liberada.
•Impacto del milagro en la comunidad.
Cada uno de los elementos de esta lista de acciones no necesariamente se incluyen en todas las narraciones de milagros, pero exponen el cuadro amplio de los procesos y sus propósitos fundamentales. Esta lista es una corroboración de que esas narraciones milagrosas en los Evangelios canónicos estaban muy bien pensadas y redactadas, pues tenían serias implicaciones teológicas y pedagógicas en el ministerio de Jesús. Los milagros no solo eran acciones portentosas del poder del Señor, sino transmitían mensajes de vida, liberación y esperanza.
Aunque en la antigüedad había personas taumaturgas, que se conocían por hacer actos mágicos y prodigiosos, la revisión de las narraciones de los milagros que se relacionan con Jesús muestra ciertas características que no debemos obviar ni subestimar.
En primer lugar, el Señor nunca recurrió a la magia para llevar a efecto sus acciones milagrosas. No utilizó amuletos ni empleó raíces mágicas ni incentivó la repetición de frases fantásticas o hipnóticas. Por el contrario, Jesús se presentó ante la crisis con la autoridad espiritual y fuerza moral que provenía directamente de Dios. El objetivo de sus sanidades y liberaciones era doble: poner de manifiesto el poder y la gloria de Dios y responder a las angustias mayores que impedían que alguna persona disfrutara la vida a plenitud.
De singular importancia al estudiar los relatos que presentan los milagros de Jesús es el papel que juega la fe en esos procesos. Ese fundamental componente de confianza en Dios, y de seguridad de que el Señor tiene la capacidad y el deseo de liberar a alguna persona de sus calamidades físicas, emocionales y espirituales, no se pone en evidencia en las narraciones de milagros en la antigüedad, fuera del ámbito de los milagros bíblicos en general y en especial los que lleva a efecto Jesús.
Es de notar, además, que los milagros de Jesús de Nazaret, de acuerdo con las narraciones evangélicas, no tienen como objetivo básico ensalzar su figura o requerir reconocimientos especiales de su labor. Por el contrario, siempre sus milagros estaban relacionados con las necesidades de la gente.
Los milagros del Señor no formaban parte de un programa de relaciones públicas que realzaban la figura del que llevaba a efecto el prodigio. El propósito era sanar y liberar personas en diversos tipos de cautiverios. Nunca el Señor utilizó su ministerio de milagros para enfatizar su persona, solo deseaba glorificar a Dios y bendecir a la humanidad.
Para el Señor Jesús, su ministerio de sanidades era la continuación de sus mensajes elocuentes y sus enseñanzas desafiantes. Los milagros eran parte de un ministerio que debía ser pertinente y contextual. Un pueblo con dificultades en la comprensión y aplicación de los valores religiosos que procedían de los rabinos y los maestros de la Ley en Jerusalén y que, además, estaba sumido en un mundo complejo de enfermedades físicas, cautiverios espirituales y calamidades emocionales, necesitaba que Jesús presentara un mensaje de desafío a las instituciones religiosas y políticas de la época, además de responder a los dolores continuos del pueblo.
Las sanidades, las liberaciones, las resurrecciones y los milagros de Jesús eran componentes indispensables en su ministerio, pues le esperaba y le seguía un pueblo enfermo, cautivo, desorientado y muerto. Y ante una sociedad con angustias en el alma, dolores en el corazón, cautiverios sociales, opresiones políticas y enfermedades en el cuerpo, el Señor Jesús llegó con la palabra profética y las acciones milagrosas que hacían falta.
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