Hace tanto que no escribo, que no he contado que ya hemos empezado el curso. Tenía ganas. Esas horas que pasamos hablando de todo lo que no está en la Tierra son fundamentales. Hace dieciocho años que voy un día a la semana a la Escuela Contemporánea de Humanidades; así, con mayúsculas. Y gracias a ello soy mucho más feliz. Lo cotidiano y pequeño queda, un rato, apartado. Y hablamos de alma, razón, subconsciente, arte, tribus, familia, consciente, Jung, Berger, Hillman, Petrarca, Whitman, Proust… (y muchísimos más). Qué dicen y cómo lo entendemos. Cuando volvemos a casa, mi marido y yo seguimos con el debate. Es delicioso fumar un canuto en el balcón sintiéndote semiculto.
El domingo estuvieron en casa dos personas del grupo. L. se va a vivir a Chicago y le habíamos hecho un regalo en grupo que al final le entregué yo. Me encantó porque en cuanto lo tocó dijo «cashmere», marcando la ese líquida. Una mujer que sabe. También vino C., que le regaló un libro de san Juan De la Cruz. Dijo que mejor este que santa Teresa. No estoy de acuerdo. Volvemos al tema, ¿quién escribió Vivo sin vivir en mí? No sabemos, pero, en cualquier caso, la santa es mucho más punk.
Y luego vino la matraca de Cataluña. Es que a estas alturas parece imposible algo así. Vamos para atrás.
Pues es cierto que vi la manifestación antiindependista de Barcelona. Y me emocioné.
Cuando sonó el himno de España, vi a todos los muertos que habían luchado por este país. Rojos, blancos, azules, violetas… El gran esfuerzo que hicieron, ellos y sus familias. Desde hace unos quinientos años. Y ahora lo quieren borrar. ¿Dónde está la memoria histórica? Mucho dolor.
Sigo fumando y bebiendo. Como ayer cambiaron la hora, he empezado a beber antes. Mi reloj biológico no para. Pero no solo el mío, el de todos. La luz marca el tiempo y nos empeñamos en engañarnos. Este invento humano de la hora habría que pararlo. Es un signo más de nuestra lucha contra natura.
Mañana tengo la fiesta de mi hermana. Hemos encontrado unas máscaras que compré en Venecia. Creo que va a ser una buena fiesta. A ver si me comporto.
XIX. ¡Cómo puedo vivir tan bien!
Es mediodía. Nunca he escrito a esta hora. Y se está muy bien, aquí en el jardín con un sol que parece de verano. Hoy tengo que portarme bien, pero no voy por buen camino. Me he levantado a la una, después de leer todos los periódicos posibles, ver el Facebook y jugar al solitario.
¡Qué placer, Dios! ¡Cómo puedo vivir tan bien! Pero en cuanto he llegado al jardín, me ha dado el gusanillo de portarme mal. El gusanillo es un fuerte deseo de hacer lo que no debo. Me da cuando tengo una larga perspectiva de tiempo para mí. Tiempo en el que puedo hacer lo que me dé la gana. Literal. Una suerte enorme tengo. Mi marido es mi conciencia. Me dice que tenga cuidado, que no me pase. Pero yo ni caso. El gusanillo siempre es más fuerte. Entre Eros y Tánatos, por supuesto, Eros. Siempre ha sido así. Soy una hedonista recalcitrante. O me coges así, o me dejas.
Soy politoxicómana. De toda la vida. Lo que pasa es que hasta ahora he tenido suerte. Tengo un subconsciente que de alguna manera me avisa. Hasta que se harte de mí. Toda mi vida, desde los catorce años, he tomado drogas y alcohol. Ya cuando era niña metía los dedos en los vasos de licor de los mayores y me los chupaba. Delicioso. Mi abuelo me llamaba churretera.
Creo que se quedó muy corto.
El primer canuto lo fumé con catorce años, con un chaval que era de lo más guapo de mi pueblo. Me dio una de risa, como son los primeros canutos. El caso es que estábamos en la plaza del museo de San Telmo de San Sebastián y había una buena manifa. Unos corrían para un lado. Otros, para otro. Y nosotros, muertos de la risa. Me resultaba cómico. Hasta que llegué a casa dos horas más tarde de lo que debía. Mi madre no se reía nada. Cambié el relato y le dije que el retraso se debía a la mani, y que había pasado mucho miedo. Se conmovió. Es increíble cómo se puede cambiar la historia cambiando algunas palabras. Esas verdades a medias.
Ya he tomado dos vinos. ¿Voy a seguir bebiendo? Seguramente sí y llegaré a la fiesta hecha una piltrafa. Todo el mundo se dará cuenta, pero pensarán «pobrecita, ¡cómo le afecta su enfermedad!». O eso creo yo.
Me he fulminado la serie Stranger Things. Es divertida, aunque es una mezcla de todas las pelis de ciencia ficción que ya había visto. La verdad, la novedad no es qué historia se cuenta, sino cómo se cuenta. Si no, nadie haría nada. Porque todos contamos las mismas historias.
XX. Escucho a Mozart de fondo
Ha sido un día intenso. Sobre la una me ha llamado mi hermano para decirme que el hijo de veinte años de una amiga en común se había tirado a las vías del tren. Suicidio. Creo que es la peor noticia que pueden darle a una madre. ¿Cómo vives después de eso?
Yo conozco poco a J., pero me siento su amiga. Mi hermano P. era íntimo de su marido S. Mi hermano murió hace tres años y medio. J. y S. estuvieron conmigo en el tanatorio, en el funeral, en la incineración. A los tres años, murió S. A los seis meses, su hijo se suicidó. Y J. queda. Pero su familia no existe. Tiene una hija de trece años. Tiene que vivir por y para ella. Yo no sé si podría. Pero ella sí. Es una mujer increíble, guapa, alegre, inteligente, artista. Y pobre. A veces, la supervivencia produce más angustia que el dolor propio. Saber que puedes pagar la luz, la comida, tanto la tuya como la de tu hija, relaja. Eso es mucho en esos momentos.
Escucho a Mozart de fondo. Es un placer. Me reconforta. Voy a fumar un canuto. Es mi hora. La hora de perderme y acostarme con mi marido, mi amor. Y sentir cómo se deshace el mundo entre nosotros. Y nosotros somos el mundo. Esto ya lo dije antes.
Tengo un fin, pero no sé cuál. He tenido que interrumpir este monólogo. Mozart me lleva. Casi no sé lo que pienso, voy mal. ¡Vaya tonterías!
XXI. Importan más las formas
Ayer el día no terminó bien. Yo bebí demasiado y el canuto me dejó KO. Eso está mal, mis hijos se dan cuenta. Me ven colocada. Y al día siguiente me siento culpable. Me paso el día con remordimientos. Como si hubiera hecho algo malo. Quizás lo he hecho. Mis hijos me ven en un estado incorrecto. Pero ¿no es más incorrecto que yo esté en una silla de ruedas? Eso no les importa. Importan más las formas. Es cierto que son jóvenes y entienden hasta donde pueden.
Hoy hemos comido con mi amiga N. Es la directora de la Fundación de Esclerosis Múltiple.
La conozco desde hace diecinueve años y la quiero mucho. Llevo trabajando con ella unos diecisiete. He sido patrona de la fundación. Dimití en mayo pasado. Me costó mucho y todavía lo siento. Pero no me puedo sentar en la misma mesa con personas que tienen puntos de vista tan alejados del mío. Aunque me duela.
Estamos organizando una fiesta para mi hijo pequeño. Es un problema. Yo quiero que sea un éxito, pero él siempre pide más. Hay que poner límites, dicen. Aunque yo me los salte todo el rato. Y aunque yo se lo daría todo.
Hoy he empezado a leer un nuevo libro. Fantastes, de George MacDonald. Es un cuento de hadas. El cuento de hadas. Tengo que hacer una exposición sobre este libro en la próxima clase. Pero no me hace falta leerlo. Sé bien de lo que habla. Yo también tengo doble visión. Aunque no quiero decirlo. Me tomarían por loca. Creo que existen las hadas, los ogros, los animales que hablan y un mundo bello y horrendo. Me resulta fácil cruzar esa línea. Incluso hay veces que no sé en qué lado estoy.
Читать дальше