Pilar Orlando - Malte vive en mi jardín

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Malte vive en mi jardín: краткое содержание, описание и аннотация

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Malte vive en mi jardín es una celebración de la vida. Un diario que anota con valentía las pérdidas visibles y las invisibles. Un relato del dolor que puede transformarse en amor, en conocimiento y en aprendizaje. Y es también una elección, una forma de estar en el mundo que rescata lo mejor del ser humano: la alegría pese a todo. La generosidad de decir siempre SÍ, cueste lo que cueste.Este libro es un regalo. Sus páginas cuentan que la vida te poder ir arrancando pedazos, o todo, si te dejas. La alternativa es enfrentar al miedo, y sentir que la vida te paga bien esa ausencia de miedo.

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No sé dónde estaban mi consciente ni mi subconsciente. El caso es que yo le conté mis cosas, la escuché y luego se borró todo de mi cabeza. Demasiado vino. Muchos canutos. No sé si tengo que preocuparme.

VIII. Enfermedad, ¿qué enfermedad?

Hoy hace treinta y un años que me casé con mi primer marido. Decidimos esta fecha porque es víspera de festivo y así siempre podríamos celebrarlo a lo grande. Al día siguiente no había que madrugar. Pensamos que nos casábamos para toda la vida y que íbamos a celebrar el aniversario toda la vida. Pero eso resultó mucho y a los diez años nos divorciamos. Nadie se había divorciado en mi familia nunca. Y yo no entendía lo que me pasaba. Pero mis padres sí lo entendían. Habían visto mejor que yo. Cuando cae la venda, ves el infierno. Y cuando das el paso, ves el cielo. Azul.

Cada vez salgo menos. No está bien porque yo soy una persona que se alimenta de las personas. Pero me da pereza. Eso que yo siempre he dicho que la pereza no existe, que nos la inventamos. Y creo que tengo razón. Siempre hay un motivo oculto para la pereza. Hoy creía que no iba a escribir nada. Estaba perezosa. Pero no era eso, era miedo. Miedo a no saber qué decir.

Estoy contenta, he conseguido escribir una página. Tengo menos miedo.

¿Enfermedad? ¿Qué enfermedad? Esta que me tiene aquí sentada. Me aburre. Me cuesta más llevar el aburrimiento que la enfermedad.

Mi cuñada es escritora y lleva muchos años intentando que yo escriba. Tengo otra amiga escritora que también insiste en que lo haga. Pero yo no soy escritora y nunca lo he querido ser. Soy lectora, eso es lo que soy. Pero lo intenté y empecé a escribir sobre mi enfermedad. Parecía ser un tema sobre el que tengo mucho que decir. Pero yo no me sentía cómoda escribiendo sobre algo en lo que intento pensar lo menos posible. Mi cuñada me dijo entonces que yo me tenía que sentir a gusto escribiendo, que tenía que ser una especie de liberación.

Entonces decidí empezar este diario y aquí me siento cómoda. Es verdad que cito la enfermedad, pero creo que lo hago de la misma forma en que vivo con ella. Algo que existe, pero que no es el centro de mi vida. Y, realmente, para mí estas palabras que escribo son un consuelo. Escribo al final del día, casi en la oscuridad, después de haber cumplido con mi trabajo de lectora. Y es cierto: me siento mejor.

Tengo una vida plácida. ¿Quién puede decir eso? Mis amigas, que cenaron ayer en casa, dejaron claro que mi vida es envidiable. Habría que definir el adjetivo envidiable. Pero después de que se fueran, creo que es verdad. Poseo algo envidiable: armonía en el día a día. Aunque no me puedo mover. Eso puede ser una lata. Pero ellas estarán hoy en su trabajo. Yo sigo en mi jardín. Plácida, sí.

IX. Intento recordar el pasado

Hoy me ha despertado el teléfono a las siete y media de la mañana. Era mi hija. Creía que se le iba a romper el coche. Creía. Ella estaba en la carretera de La Coruña y yo en la cama. ¿Qué puedo hacer yo? Luego me han llamado de la Fundación. El logo que les he hecho es frío. ¿Qué es un logo frío? Después me llamaron de la imprenta. El arte final del folleto estaba mal. No podían imprimir. ¿Por qué hago siempre mal los artes finales? Pero, después de todo, el coche no se rompió, los artes finales los rehíce y el logo… No hay prisa.

Me puede el día. Intento recordar el pasado, pero el presente se me cae encima. Me aplasta. Hoy he leído Mi prima Rachel de Daphne du Maurier. Un relato con épica. Gente con honor. Al final, Rachel muere en un accidente. Es una buena solución para los problemas. Que desaparezcan. Yo también soy un problema. ¿Debería desaparecer? Respuesta: no tengo ganas. Todos tenemos un mal día.

Pienso en la chica que viene a casa a limpiar. Tiene veintiocho años y lleva cuatro conmigo. Vino sola de su país sudamericano. Tan joven. Ahora tiene un hijo de dos años y medio. Hoy el niño tenía cuarenta de fiebre. La hemos mandado a casa con él. Siento que hace mucho. Se esfuerza. Es muy injusto que viva con tantas estrecheces. Creemos que hemos avanzado mucho como sociedad, pero su vida podría ser un cuento de Dickens. Me siento mal. Tampoco tengo muchas posibilidades de ayudarla más, a todos nos toca un dolor. Ella anda, se mueve, lleva a su niño en brazos. Yo no me puedo mover. ¿Quién tiene más dolor? Ella. Yo sigo en mi jardín.

Mi marido ha terminado la obra del cuarto de baño. Ha quedado bien. Costó elegir los colores. Lo tuvo que pintar tres veces. Los colores reflejan la complejidad humana. Nadie los ve igual. Pero hemos conseguido ponernos de acuerdo. Al fin. Eso se llama diálogo. Creo que vamos por el buen camino.

Oigo a mis vecinos al otro lado del jardín. Están arreglando algo. Pero no se hablan con cariño. Se hablan con crispación. Llevan dieciocho años juntos. Me da pena oír ese tono. Órdenes y obediencia. Sin risas. La risa es muy importante. Si no sabemos reírnos de cualquier situación, estamos perdidos. La vida necesita sentido del humor.

Humor. Algo que a mi amiga C. le costó mucho tiempo entender. Siempre estaba enfadada. Enfadada con el mundo parecía. La vida soñada —qué será la vida soñada— no se había cumplido y responsabilizaba a su entorno por ello. Pero una enfermedad inesperada le hizo ver su realidad. Era guapa, inteligente, tenía dinero, trabajo, amigos, se sabía querida… Y cambió. Ya no está enfadada permanentemente, ha aprendido a valorar lo que tiene y a no llorar por lo que no tiene. Ha cambiado. Como dice G., mi maestro, tenemos que estar abiertos a la metamorfosis. Y, en este caso, el cambio ha supuesto que yo la quiera más.

X. Las dos lo amábamos

Voy a llamar a mi cuñada M. Ella es un fenómeno. Estuvo casada con mi adorado hermano. Él murió. Muy muy triste. Desde entonces, tenemos una relación muy estrecha. Las dos lo amábamos.

Y en cuanto me quedo sola, vuelvo a jugar al solitario. Creo que voy a empezar con el ganchillo.

Hoy he hecho muchas cosas. Bien. Ahora estamos en la cocina. Reconozco que he bebido demasiado. Seguiré mañana, pero hoy he hecho orden de libros y de mesa, paté casero y, sobre todo, orden mental. No sigo. Mañana será otro día. Espero.

XI. No he vuelto a escribir una línea

Pues muy mal. Lo he hecho casi todo mal. No he vuelto a escribir una línea desde el lunes. Y hoy es sábado.

Ha sido una semana regular. Solo he salido un día, el jueves, a comer. Los demás días he estado en casa leyendo, viendo pelis y series y jugando al solitario. Y por las noches, ¡a follar! Creo que mis noches son más importantes que mis días. El día lo paso. Las noches las vivo.

He pensado bastante estos días jugando al solitario. Me he sentido solitaria. Algo que no sé cuánto me gusta. Hay veces, cuando estoy leyendo, que no quiero interrupciones. Aunque lleve siete horas leyendo, estoy en un mundo que no deja sitio, que no deja lugar a nadie más.

Pero entonces me siento culpable. Soy una madre que no escucha a sus hijos, una esposa que no atiende a su marido. Culpable, culpable. Mierda de doctrina.

La semana empezó mal y siguió regular. He decidido dejar de colaborar en todo lo que implique un cierto riesgo, económico o de gestión. Esto es un paso más. Hay que saber aceptar las pérdidas. Cuando me di un golpe con el coche contra un bordillo porque no pude frenar a tiempo, supe que debía dejar de conducir. No pasó nada. Pero fue un aviso. Muy claro. Admití lo que había. No es fácil reconocer nuevas limitaciones.

A veces pienso en mi pasado. Y no me puedo creer que yo sea esta persona. Nunca me imaginé con cincuenta y cuatro años. Soy, si no vieja, muy mayor. No sé si importan los años, yo creo que sí, pero más importa lo vivido. Yo he vivido cuatro vidas. Y eso es mucho trabajo.

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