Pilar Orlando - Malte vive en mi jardín

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Malte vive en mi jardín: краткое содержание, описание и аннотация

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Malte vive en mi jardín es una celebración de la vida. Un diario que anota con valentía las pérdidas visibles y las invisibles. Un relato del dolor que puede transformarse en amor, en conocimiento y en aprendizaje. Y es también una elección, una forma de estar en el mundo que rescata lo mejor del ser humano: la alegría pese a todo. La generosidad de decir siempre SÍ, cueste lo que cueste.Este libro es un regalo. Sus páginas cuentan que la vida te poder ir arrancando pedazos, o todo, si te dejas. La alternativa es enfrentar al miedo, y sentir que la vida te paga bien esa ausencia de miedo.

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Yo no sabía que esto existía. Tenía una intuición, por todos los libros que he leído, y es verdad: el amor pleno existe. Quiero explicárselo a mis hijos. Me gustaría que llegaran adonde yo estoy. Me ha costado mucho.

Mi hijo mayor me ha llamado. Tiene veinticinco años y comparte piso. Es un hippie del siglo xxi. Es dibujante y tatuador, no se compra ropa nueva, todo de segunda mano, y es feliz con muy poco, poquísimo. Creo que yo le he empujado a esa vida y ahora tengo miedo. Sus amigos tienen trabajos convencionales, ganan un buen sueldo, parece que su vida es más segura.

Pero él no se quiere meter en la rueda. Es valiente. ¿Quién dice qué es lo mejor? No lo sabemos. Yo no lo sé. La incertidumbre existe para todos, pero la felicidad solo para unos pocos. Sentirte a gusto con lo que haces. Eso es.

Tiene una novia. Intento explicarle lo que es el amor, ahora que lo sé. Estuve casada con su padre diez años. Y no me gusta pensar en ese matrimonio. Porque no había amor. Hubo otras cosas, sobre todo el deseo de irme de casa y hacer el tonto sin control. Su padre era divertido y salíamos mucho de marcha. Lo pasábamos muy bien. Nos casamos con veintitrés años. Diez años después nos divorciamos. Con dos hijos de tres y cuatro años. No me lo pensé.

Desde que tuve mi primer hijo, todo era una locura. Él quería mantener la vida de antes. Yo quería cuidar a mis hijos. Trabajábamos juntos, en nuestra empresa. Él era tiránico. Con todos, también conmigo. Después de la separación, tuve que hacer dos años de terapia. Maltrato psicológico. Yo no sabía quién era yo.

III. Todos alrededor de la madre

Mi madre ama el tenis. Nadal gana gracias a la concentración que tiene ella en los partidos que ve por televisión. En su casa tiene una pista. Ella se ha empeñado en que sus nietos jueguen. Reúne a todos un día a la semana y dan clase con un profesor. Mi hija y mi hijo pequeño se acaban de ir a jugar. Vivimos todos a cinco minutos andando. Como en un pueblo. Todos alrededor de la madre, la abuela. La familia cerca. Los nietos adoran a su abuela. Qué suerte tenemos.

Es una maravilla cómo me cuida mi marido. Con tanto cariño. Me ayuda a sentarme, me coloca los pies para que no me duela, el almohadón siempre en su sitio. Me ducha, me viste, me cambia cuando me mojo. Siempre con dulzura, con paciencia y amor. Yo no soy tan cariñosa.

Yo le digo que siempre me está haciendo la pascua. Él se ríe. Bien.

Me encanta la casquería. Y las ostras. Las ostras me empezaron a gustar a los cuarenta y dos años. Con mi segundo marido, un gourmet de estos moluscos. La casquería me empezó a gustar a los cincuenta, con mi tercer marido. Ahora soy una fanática. Busco riñones, mollejas, hígado, sesos... creo que es la edad. Cada vez buscamos cosas más complejas, más íntimas, con más misterio. Sabores que te hagan buscar en el cerebro sensaciones desconocidas. Una pechuga de pollo a la plancha es demasiado conocida. Es una experiencia antigua, incluso infantil.

Mi hija se va a ver un rato a su novio. Me gusta ese novio. Es un chico estupendo porque hace feliz a mi hija. No hay mayor argumento que ese: hacer feliz a la persona que has elegido. Llevan juntos ya tres años. Este año ha muerto su madre, a los sesenta. Un cáncer fulminante. Ni siquiera la conocí. Ya nunca podré conocerla. Qué pena. Pienso en ella y en todo lo que ella no podrá conocer.

IV. Todos copiamos algo

Estoy leyendo un libro que me ha dejado mi amiga E. Autorretrato con radiador, de Christian Bobin. Creo que lo estoy copiando. No me importa copiar, todos copiamos algo. Al protagonista se le muere la mujer. Yo soy la protagonista aquí y se muere mucha gente querida a mi alrededor. También siento melancolía y a veces incapacidad de superarlo. La muerte es fría, silenciosa y presente.

Tengo a mi perro Malte a mi lado. Siempre he tenido un perro desde que me divorcié de mi primer marido. Siempre he creído que mis perros eran reencarnaciones. Pero este creo que es casi persona. Habla, besa, se enfada, tiene celos. Yo hago muy poco por él. Él mucho por mí. Sabe que soy diferente y me protege. Cuando quiere estar seguro, se mete debajo de mi silla. Pienso en su sensibilidad y percepción. En su capacidad de entender lo que decimos. Y nosotros no le entendemos. No sé quién tiene la ventaja.

Me duelen los glúteos de estar sentada. Me duelen los hombros, el cuello; no sujeto el torso, me cuesta comer, a veces pensar. Tengo las manos agarrotadas, me cuesta mucho escribir, incluso en el iPad. A las personas siempre les duelen cosas y lo dicen. Yo no lo digo. Ellos lo dicen porque es algo puntual. Un esguince, anginas, diarrea… Pasará. A mí no se me pasará. Pero ellos tienen que seguir con su vida: atascos, trabajar, limpiar la casa, comprar cosas que no necesitan…

Yo estoy en mi jardín.

Mi hermano ha muerto, mi prima C. es viuda, mi amiga M. es viuda, mi amiga B. es viuda, mis amigos J. y J. han muerto, mis amigos I. y A. han muerto… No sigo. Todos ellos estaban bien cuando yo ya estaba enferma. Casi me da vergüenza, ellos siempre preocupándose por mí. Sin embargo, yo sigo viva.

He llegado demasiado tarde muy lejos. Y creo que no sirve para nada.

V. Estoy pecando muchísimo

Estoy en la cocina de casa. Sigo bebiendo vino. Es lo que hay. Veo a mi marido haciendo muchas cosas: bocadillos, fregar, guardar las cosas del friegaplatos. Yo estoy aquí, sigo bebiendo vino.

Huele a pan tostado.

Estoy pecando muchísimo.

Y si te pregunto: ¿habrías elegido un breve rato en la Tierra y al cabo de unos años ser arrancado de todo para nunca jamás volver? ¿O habrías rechazado la oferta? Esta pregunta la hace Jostein Gaarder en uno de sus libros. Para mí, la respuesta es muy clara, no tengo dudas. La vida es difícil, dura e incomprensible. Pero, aun así, compensa, incluso a mí, que llevo tantos años sentada. Es cierto que lo más duro es tener que irse, dejar a los que amas, saber que te espera la eternidad, quién sabe, quizás sola. Pero creo que esa cosa llamada alma ha dejado algo y ha disfrutado de otras almas. Quizás exista una fuerza, como dice el maestro Eckart, que nos une a todos en la eternidad. Encontraré muchas personas amadas.

VI. Algo tengo que hacer para entender a los demás

Mi hija está en la cocina con su novio y mi hijo pequeño. Le pregunto a mi marido qué están haciendo. «Ella, la cena; y los otros dos, el tonto», me contesta. Me río, pero no tiene gracia. Se perpetúan los esquemas, y eso que ella es muy reivindicativa.

Yo nunca me hubiese atrevido a decirle a mi hermano mayor «¡Recoge la mesa!». Estábamos educadas por madres sumisas. Parecía normal, aunque mirábamos a nuestros hermanos con ojos revirados. Ellos sentados en el sofá viendo la tele, nosotras recogiendo. Era así. No había opción. O sí.

Ahora soy yo quien no dejo a mis hijos mirar a su hermana recoger la mesa. Pero es cierto que ella nunca lo va a consentir. Y yo sí lo hice. Algo cambia.

Me voy a fumar un canuto. Lo hago todas las noches, es terapéutico para mi enfermedad.

Algo que tengo que hacer para entender a los demás.

VII. Yo no recordaba nada

He llamado a mi madre para echarle en cara que ayer la llamé tres veces y que no me había devuelto la llamada. Ella me ha dicho que sí que me había llamado. Yo no recordaba nada. Tuvo que refrescarme la conversación, lo que yo le había dicho. Estaba claro que habíamos hablado. Tuve que reconocerlo, pues le conté cosas que habían pasado ese día y ella las enumeró para demostrarme que sí habíamos tenido esa conversación. Inmediatamente le reconocí que era verdad, que no entendía cómo lo había olvidado. Pero lo cierto es que no recuerdo lo que le dije y menos lo que ella me contó a mí.

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