La aceptación de sí mismo es el gesto humilde, propio de quien no se dio a sí mismo la existencia, sino que la recibió. Nuestra condición humana nos invita a un constante ejercicio de reconciliación con las limitaciones de la vida y las vicisitudes de nuestra historia. Al echar una mirada sobre nosotros, tendremos que asumir ser quienes somos, que nuestros padres son quienes pudieron ser y que actuaron como supieron hacerlo. Aceptar el propio ser como recibido implica entonces la aceptación del modo como fue recibido; no porque estemos plenamente conformes con todo lo vivido, sino porque reconocemos que es más valioso haber venido a este mundo que no haberlo hecho, y por eso aceptamos el camino recorrido que nos trajo hasta acá.
Al ser fundante, el vínculo con nuestros padres simboliza nuestra relación con la vida, que es vida recibida. Por tanto, conviene que ese vínculo con ellos sea en primer lugar de gratitud, ya que así podremos percibir nuestra existencia como un don, sentirla como pura gracia. Se nos revelará el valor de nuestra existencia y surgirá el deseo de cuidarla y enriquecerla. Apreciando el hecho de ser quienes somos, estaremos en condiciones de abrazar nuestras miserias, reconocer que hay cosas que sanar, limitaciones con las que tendremos que amigarnos, perdones que necesitaremos dar, todo como expresión de haber reconocido la riqueza y asumido la pobreza de nuestra condición humana.
El reconocimiento y la aceptación de los primeros “otros” de nuestra vida, que son nuestros padres es clave para vincularnos saludablemente con nosotros mismos y con los demás. Reconocer con gratitud esta primera experiencia de alteridad será un acto de amor que nos abrirá generosa y libremente a los demás. El precepto bíblico de honrar al padre y a la madre (Ex 20,12) no es fácil de cumplir cuando nuestro vínculo con ellos ha sido o es conflictivo. He acompañado a muchas personas dolidas por la mala relación con padres difíciles. No creo que Dios nos pida cumplir un deber que doblegue nuestra sensibilidad y voluntad. Pienso más bien que Él nos invita a celebrar agradecidos el origen de nuestra vida y a sanar esa relación fundante cuando está herida. Nos guste o no, provenimos de nuestro padres. Honrar al padre y la madre es posible dentro de uno mismo. De este modo, si estamos en paz con ellos, podremos estar en paz con nosotros mismos.
Quienes creemos en Jesús, el Hijo de Dios, somos invitados a ingresar en un vínculo filial con el Padre del cielo cuyo amor es capaz de redimirnos de tantos posibles desamores. La misma experiencia que hizo Jesús expresada en “el Padre me ama” (Jn 10,17) es la que Él pide a Dios y nos ofrece vivir a nosotros: “Para que el amor con que tú me amaste esté en ellos” (17,16). El amor paternal de Dios por cada uno de nosotros es la fuente última de la sanación de nuestras aflicciones filiales. Jesús nos lo ofrece para que vivamos una alegría nueva y profunda. Dice el Señor: “Para que mi gozo sea el de ellos y su gozo sea perfecto” (17,13). Más adelante tendremos la oportunidad de profundizar en esta redentora relación con Dios.
Конец ознакомительного фрагмента.
Текст предоставлен ООО «ЛитРес».
Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес.
Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.