En busca del amor perdido
Verdades eternas del Padrenuestro
Ricardo Bentancur
Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires, Rep. Argentina.
Índice de contenido
Tapa
Dedicatoria Dedicatoria A mi esposa, Florencia; a mis hijas, Liliana y Mariela; a mis yernos, Pablo y Miguel. Y a mi hermano, Orlando.
Agradecimiento Agradecimiento A los doctores Mario Pereyra y Ángel Garrido Maturano por los diálogos filosóficos y teológicos que leudaron las reflexiones que transitan este libro. A los colegas Mónica Díaz, Edwin López y Francisco Altamirano por sus sabias sugerencias en el trabajo de edición.
Prólogo
Introducción
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
En busca del amor perdido
Verdades eternas del Padrenuestro
Ricardo Bentancur
Dirección: Alfredo Campechano (PPPA)
Diseño del interior: Giannina Osorio
Diseño de tapa: Gerald Monks (PPPA)
Ilustración: © iStockphoto.com
Libro de edición argentina
IMPRESO EN LA ARGENTINA - Printed in Argentina
Primera edición, e-book
MMXXI
Es propiedad. © 2015 Pacific Press® Publishing Association, Nampa, Idaho, USA. Todos los derechos reservados.
© 2015, 2021 Asociación Casa Editora Sudamericana. Esta edición se publica con permiso del dueño del Copyright.
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.
ISBN 978-987-798-342-5
Bentancur, RicardoEn busca del amor perdido : Verdades eternas del Padrenuestro / Ricardo Bentancur / Dirigido por Alfredo Campechano. - 1ª ed. - Florida : Asociación Casa Editora Sudamericana, 2021.Libro digital, EPUBArchivo digital: online ISBN 978-987-798-342-51. Cristianismo. I. Campechano, Alfredo, dir. II. Título.CDD 242.08 |
Publicado el 20 de enero de 2021 por la Asociación Casa Editora Sudamericana (Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires).
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Prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación (texto, imágenes y diseño), su manipulación informática y transmisión ya sea electrónica, mecánica, por fotocopia u otros medios, sin permiso previo del editor.
A mi esposa, Florencia;
a mis hijas, Liliana y Mariela;
a mis yernos, Pablo y Miguel.
Y a mi hermano, Orlando.
A los doctores Mario Pereyra y Ángel Garrido Maturano por los diálogos filosóficos y teológicos que leudaron las reflexiones que transitan este libro.
A los colegas Mónica Díaz, Edwin López y Francisco Altamirano por sus sabias sugerencias en el trabajo de edición.
Padre nuestro
que estás en los cielos,
santificado sea tu nombre.
Venga tu reino.
Hágase tu voluntad,
como en el cielo, así también en la tierra.
El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.
Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos
a nuestros deudores.
Y no nos metas en tentación,
mas líbranos del mal;
porque tuyo es el reino,
y el poder, y la gloria,
por todos los siglos.
Amén.
Mateo 6:9-13
Tal vez tendría yo unos seis años de edad cuando me hicieron memorizar el Padrenuestro. ¡Qué preciosa oración! La enseñó el propio Señor Jesús a sus discípulos en el Sermón de la Montaña.
Los discípulos no sabían orar. Contagiados por el formalismo de la cultura en que vivían, invertían los valores. Se perdían en la maraña de las insignificancias, en los detalles minúsculos de una religión formal.
Los fariseos, hombres muy religiosos, tenían horarios fijos durante el día para orar. Cuando la hora llegaba, se dirigían a la calle, a propósito, y se paraban en las esquinas, en las plazas y en las reuniones religiosas para orar a la vista de la gente. Querían que todos pensaran que ellos eran muy piadosos. Por eso dijo el Señor: “Cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres” (Mat. 6:5).
En esas circunstancias, Jesús les dijo a sus discípulos que la verdadera oración no consistía en repetir palabras sin sentido ni en formalismos baratos y desprovistos de vida, sino en una actitud del corazón. “Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos” (Mat. 6:7).
Luego de esta advertencia, los discípulos le rogaron: “Señor, enséñanos a orar” (Luc. 11:1). Y el Maestro les enseñó la famosa oración del Padrenuestro.
Claro que, al hacerlo, Jesús no pretendía que sus oyentes se pusieran a memorizar la oración y la repitieran sin pensar, cual si fuera una fórmula mágica con que solucionar los problemas de la vida. Eso sería caer en el mismo formalismo de los fariseos. Y sin embargo, fue lo que sucedió con el tiempo.
La oración maestra de Jesucristo perdió significado con el paso de los siglos. Se volvió formal y, al repetir las frases enseñadas por el Maestro, ya casi nadie piensa en el poderoso mensaje que hay detrás de las palabras.
Esta es la razón por la que acepté escribir el prólogo del libro de mi amigo Ricardo Bentancur. Él se atreve a rescatar el significado de esta oración, y lo hace de un modo extraordinario.
Ricardo es un orfebre del idioma. Toma la palabra como si fuera tinta multicolor y pinta los más bellos cuadros. Conduce al lector por paisajes deslumbrantes; hace soñar.
Es imposible no deleitarse con la lectura de este libro. El autor no se pierde en los complicados meandros de la teología. Esta obra no es un comentario exegético de la oración maestra. Tampoco es una interpretación. Es más bien una aplicación práctica de cada frase a los dramas de la vida cotidiana. Porque la vida es con frecuencia cruel, y golpea sin piedad. Te deja a veces sin oxígeno y te sientes morir. Miras a todos lados y no ves salida en el plano horizontal. Puedes ser el más mordaz de los incrédulos, pero lo único que entonces te queda es levantar los ojos al cielo y reconocer que necesitas ayuda.
En este libro, Ricardo habla de los embates de la vida. Y sabe por experiencia propia lo que es el sufrimiento y la aflicción. Cuenta su historia. Expone sus dolores de ser humano. Sus carencias de niño que no tuvo el beneficio de crecer al lado de un padre, y toca asuntos de la vida cotidiana: las incertidumbres del hombre natural, la insensatez del rencor, las injusticias de la paternidad irresponsable. Él dice, por ejemplo, que “un niño no tiene por qué cargar el odio que desata el divorcio de sus padres, porque jamás tendrá una deuda con ellos. De adulto, él pagará sus deudas con sus hijos. No hay derecho en el mundo que justifique quitarle al niño la inocencia, que es la savia que le permitirá crecer con un mínimo de confianza en sí mismo y en los demás. Pero así es la vida, y cuando dos adultos no se ponen de acuerdo para proteger a sus hijos el daño puede ser irreparable”.
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