Marisol Alé Tapia - Saltar el torniquete

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A partir del viernes 18 de octubre, la juventud estudiantil que había estado una semana saltando los torniquetes del Metro en protesta por el alza del pasaje, abrió las compuertas de lo que sería una de las mayores movilizaciones populares de la historia de Chile. Ese fin de semana y en los meses que vinieron, personas de diversas edades, sectores sociales y organizaciones civiles salieron a las calles para expresar su cansancio y reclamar dignidad, agradeciendo a las y los jóvenes por «ayudarlos a despertar». En paralelo, el desconcierto y vacío interpretativo del mundo político e intelectual, y de los medios de comunicación, era evidente.
Con el ánimo de profundizar y enriquecer el debate, y sobre todo de abordar una realidad compleja desde diferentes disciplinas y enfoques, este libro permite visibilizar a las y los protagonistas de la movilización, conocer sus anhelos y frustraciones, sus ideas y espacios de acción política, y la manera en que aspiran a vivir en comunidad.
Saltar el torniquete. Reflexiones desde las juventudes de octubre se nutre tanto de testimonios como de investigaciones académicas, de tal modo que en sus páginas se genera un riquísimo y original cruce de miradas y experiencias sobre un hito que cambió —y está cambiando— el rumbo de Chile.

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Yo en los veranos he trabajado, uno termina hecho bolsa no quiero esto para mi vida todos los años, toda mi vida, no, entonces como la única opción que tienes es estudiar.

Es sobre esa pulsión de fuga del trabajo jornalero que se montó el sistema. En vez de vocaciones (como en las clases medias tradicionales), se trata de vías de escape de los trabajos existentes. Todos los barcos servían si prometían la chance de “partir” de esos empleos a los de mejor destino.

Hoy, al final de este viaje, ya no parece tan sensato aquello de “al salir de cuarto, no entrar a trabajar”.

Dicen, ahora:

Entonces mejor al final hubiera salido del colegio y trabajado al tiro. Hubiera tenido la experiencia que me piden y todo.

Una idea se ha comenzado a apagar: y era una idea fuerza que orientaba a las generaciones populares de todos estos lustros. Y entonces, ¿dónde irán los que vienen entrando?

f) ¿Y si no hay camino? Neoliberal sí, feudal también

Es la forma perversa, que niega lo que afirma, de la modernidad neoliberal chilena: los individuos deben orientarse intensamente hacia el sí mismo (como en los juegos de la razón instrumental de la sociedad mercantil), pero, a su vez, los puestos siguen adscritos a estamentos (como en los juegos de la sin/razón comunicativa de la sociedad feudal); que se puede ser neoliberal extremo en lo primero, y feudal naturalizado en lo segundo. Eso es lo retorcido que se corta con el estallido de octubre.

Nada falló, el modelo fue exitoso, todos hicieron como se esperaba, y fue con ganancias, superación de la miseria, etc.

¿Por qué entonces este resultado?

Se equivocaron creyendo que seguía un pueblo antiguo, con su inferioridad social asumida como asunto algo real y natural. Así lo habían conocido por cinco siglos, y creyeron que los tiempos de Frei y Allende eran memoria vacía. Pero este nuevo profesional no se cree aquello. Ni lleva yugo ni se siente menos. Y así, cuando fue el momento de todos, quebrados ellos, quebraron el orden que los quebró.

Y ese es el fondo del asunto: se ha formado un pueblo (nuevo) que no se conforma con el régimen hyle-mórfico de siempre de la sociedad chilena. Y las clases dirigentes siguen imaginando que hubiera de contentarlos con esta posmiseria.

Así se explica su acomodo rentista o extractivista, bien apañado en su autoimagen de estamento superior. Para los muchos, trabajos simples en abundancia; para los selectos, trabajos complejos, a su escala. Todo cuadraba.

No habrá solución sin cambio del modelo de desarrollo, comenzando por repensar la matriz de empleo basada en la explotación, improductiva, aunque rentable, de las capacidades humanas. Eso solo genera ganancia y empleos para los del estamento dominante.

Acaso sea lo mismo, habrá que hacer la crítica de una clase dirigente que nunca ha asumido el principio racional o moderno, dicho en la lengua de los que saben de esto, los uruguayos, que nadie es más que nadie.

g) Rabia o esperanza

Octubre trae rabia y abrió una esperanza (después del tan dolido ya no, de nuevo un todavía no). Si no se politiza lo segundo, se va a radicalizar lo primero. Si no fuere así, no se escuchará de futuros distintos a esta forma actual ya ostensiblemente aborrecida, el ser social seguirá torcido y la rabia campeará.

Si se logra politizar la esperanza que deja octubre, entonces, quizás, otro gallo cantará de nuevo y quiera la sociedad chilena reconstituirse después de estos 45 años de neoliberalismo.

***

Historia de vida

GONZALO SERRANO1

Soy Gonzalo, tengo 26 años y vivo en la comuna de Puente Alto. Nací en San Bernardo, viví un par de años en La Florida en la casa de mi abuela y luego nos cambiamos con mi familia a la casa donde vivimos actualmente. Si bien no éramos pobres, pertenecíamos a un nivel socioeconómico bajo, realidad que fue cambiando por el esfuerzo de mis padres y mis tíos y tías.

Mi círculo cercano no era un espacio muy politizado, la vida de los adultos se iba en trabajar y compartir el poco tiempo que quedaba con los hijos. Mi interés por los temas sociales y políticos fue surgiendo en la educación media específicamente, empecé a informarme más, a conocer a los políticos y políticas que nos gobernaban, leer más noticias y así me pilló el movimiento estudiantil del 2011 con su inolvidable eslogan: “Educación pública, gratuita y de calidad”. La verdad es que en ese minuto no sabía ni entendía tanto, pero igual participé activamente de las marchas, me quedaba hasta el final a escuchar las tocatas y mirar los desmanes que quedaban a pasos del escenario. Durante mi infancia y adolescencia casi no salí de Puente Alto y gracias a las marchas conocí mejor Santiago, fue una época increíble, acompañada de un movimiento social muy vibrante.

El 2011 me cambió, sentí que era una persona politizada y mi interés por estos temas fue creciendo, hasta que decidí estudiar ciencia política en la Universidad Diego Portales. Al igual que a todos, allí se me abrió un mundo nuevo, conocí personas de distintas clases sociales, de otras regiones y distintos pensamientos políticos. Esta experiencia me ayudó a dimensionar la profunda desigualdad de oportunidades que existe y el falso mito de la meritocracia.

Mis papás vivieron toda la dictadura y pese a que no conversábamos nunca de política, siempre fueron fieles a la Concertación e indirectamente yo me fui formando bajo esa misma corriente. Al final éramos el resultado del discurso del esfuerzo personal y la movilidad social, el cuento de la reducción de la pobreza y los logros económicos de todo este período, aunque claramente la desigualdad y la sensación de desigualdad nunca se fueron.

Apenas salí de la universidad empecé a trabajar, eso también me abrió un nuevo mundo, viajé a distintas localidades del norte del país y ahí sí que conocí el abandono total, pueblos y comunas que no reciben ayuda de nadie, espacios donde el Estado no existe. Realidades escondidas para quienes vivimos en la capital, comunidades que viven apenas con unas pocas horas de electricidad y acceso al agua, o derechamente el agua es un lujo. Todo esto me ha ido reafirmando cómo el discurso de este país exitoso y el esfuerzo personal para surgir son palabras armadas por personas desconectadas de la realidad.

Aunque durante los años de la Concertación se hicieron varias cosas buenas, veo que nadie se ha hecho responsable por cómo durante este período se normalizaron y profundizaron el abuso de las élites a todos y todas nosotros. La excepción fue el segundo gobierno de Bachelet, que intentó realizar algunos cambios a los que nuevamente las élites se opusieron. La agenda de ese gobierno apuntaba en la dirección correcta y, sin embargo, gente incluso de su propia coalición le hizo la vida imposible, obstruyendo y dificultando todas las reformas que se requerían. Aquí queda claro que quienes se ven favorecidos por este sistema no tienen el mínimo interés en cambiar las cosas, les da igual el bien común y solo quieren mantener su poder intacto. Así nos fuimos acercando cada vez más al 18 de octubre, entre la acumulación de todas estas rabias y frustraciones, y un gobierno insensible a los abusos y humillaciones que las personas viven día a día.

Nunca olvidaré el 18 de octubre. Fui después del trabajo a tomar cerveza con unos compañeros a Providencia, a esa altura ya sabía que sería difícil volver a Puente Alto porque el transporte público dejó de funcionar, el Metro ya estaba cerrado y no pasaban micros, así que decidí despreocuparme de la vuelta a mi casa y caminamos de Providencia a Macul, a la casa de un amigo. En el camino nos encontramos con barricadas e íbamos informándonos sobre las estaciones de Metro de la línea 4, la línea que yo uso habitualmente, se estaba incendiando, realmente no sabía bien hasta dónde iba a llegar todo esto. Durante ese fin de semana participé de las movilizaciones que hubo en Puente Alto, nunca había visto tanta gente reunida en mi comuna, en todas las estaciones de Metro había gran número de personas manifestándose, haciendo barricadas, o solo mirando este momento excepcional.

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