Sueños, verdad y locura
Autor: Cristian TapiaEditorial Forja General Bari N° 234, Providencia, Santiago-Chile. Fonos: 56-2-24153230, 56-2-24153208. www.editorialforja.cl info@editorialforja.clDiseño y diagramación: Sergio Cruz Edición electrónica: Sergio Cruz Primera edición: mayo, 2021. Prohibida su reproducción total o parcial. Derechos reservados.
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor.
Registro de Propiedad Intelectual: N° 276.690
ISBN: Nº 9789563385236 eISBN:Nº 9789563385243
Esta novela va dedicada principalmente a mi familia. Para mi padre, que acudió como un guardián a salvarme en las lejanas tierras de Ecuador. Para mi madre, que me ha brindado su infinito amor durante toda su vida. Para mi hermana, que me acompañó durante una linda infancia y que sigue siendo una gran consejera. Para mi hijo, que es mi motivación diaria de ser mejor persona y el mayor regalo que me dio la vida. Para Nicole, madre de mi hijo, con quien compartí muchos momentos lindos y estuvo para darme apoyo en mi hospitalización.
Esta novela también va dedicada a Luis, mi sanador espiritual, quien supo remover las energías más oscuras que habitaban en mí. A mis amigos, quienes estuvieron cuando me internaron en el Instituto Psiquiátrico Horwitz.
Este libro, escrito con la inspiración de una dura experiencia, está dedicado a todas las personas que han experimentado la locura y creen que se puede convivir con esta sin la necesidad de los psicofármacos y los diagnósticos.
Esta obra solo representa el inicio. El comienzo de una historia que pretende acercarse a la verdad sobre diferentes temas, entregar una interpretación de nuestros sueños y brindar una visión alternativa a lo que entendemos por locura.
Va para ti, que estás dedicando tu valioso tiempo a leer estas líneas.
Que lo disfrutes.
Este espejo me gusta. Siempre que me miro en él, encuentro que me veo bien. Me pongo mi chaqueta preferida, le abro el cierre y me quedo pensando que con ella podría hacer maravillas. Las chaquetas no hacen nada, pero abrigan. Y guardan secretos. Claro, una chaqueta puede contener muchas cosas dentro de sus bolsillos. Sustancias que miden milímetros y que pueden cambiar una noche. La mía solo tiene mis llaves. Me arreglo el cabello, me lo mojo un poco y salgo.
Este carrete “pinta” para bueno, es en casa de un buen amigo que invitó a todas sus compañeras de universidad. Conozco solo a una.
Es verano y la noche es cálida. El ruido de los autos y algunos bocinazos me recuerda lo agitado que es el ritmo de la capital. El aire se siente un poco pesado. Sin embargo, mis pensamientos vuelan libres entre las posibilidades de esta noche.
Veo mi celular. Una llamada perdida, papá. Mañana le devuelvo el llamado. Miro mi billetera, un billete rojizo de cinco mil. Me alcanza de sobra. Pongo tres mil para una “promo” buena y lo demás para “el bajón”.
Llamo a mi amigo. 22:45 horas. El carrete recién está empezando, solo han llegado algunas personas. De pronto me llama Nick.
–Oye, loco, estoy cerca de la casa del Peter y tengo algo pa’ la mente –mencionó Nick al teléfono.
–Si es pasta nomás, fumo; si no, no quiero –respondí, entre risas.
–Ja, ja, ja.
–Ya, culiao , juntémonos en la esquina de Colombia con Enrique Olivares en quince –le indiqué.
–Perfecto, ahí nos vemos.
Nos pusimos a fumar un pito que traía Nick, que era del tamaño y grosor de un dedo meñique y estaba potente. Demasiado potente, le pegamos dos quemadas y nos dio casi un ataque de asma. Quedamos imbéciles. Nos reíamos por puras tonteras, incluso llegamos a la casa de Peter sin alcohol, aunque fue mejor, ya que allí pudimos organizar mejor la compra junto a sus compañeras. Habían llegado tres compañeras, se notaba que eran bien amigas por cómo hablaban, había complicidad y expectación en sus miradas. Dos de ellas llamaron mi atención, a simple vista. Fuimos a comprar con ellas.
Siempre he pensado que a la mayoría de los hombres, por no decir a todos, les bastan segundos, a plena luz, para darse cuenta si una chica es atractiva. En ese tiempo, alcanza para ponerle nota de 1 a 7 a los atributos físicos de la mujer en cuestión y calcular las probabilidades que tienes de un encuentro casual. Mientras fuimos a comprar, noté la buena vibra que había entre todos. Sonrisas y gestos cordiales nos acompañaron en nuestra salida. Pusimos tres lucas cada uno y compramos un pisco y un vodka. Ellas se fueron comiendo maní, mientras nosotros, como buenos caballeros, cargábamos con la compra.
Se sentía un ambiente festivo. Era el mes de enero y mucha gente se encontraba de vacaciones. Las luces de los vehículos y edificios se mezclaban con los pasos que dábamos sobre el pavimento, lo cual me hacía recordar que no todo era tan complejo en esta ciudad.
–Oye, están bien volados ustedes dos –comentó una de las chicas.
–¿Quiénes? Tenemos conjuntivitis –repliqué, riéndome junto a Nick.
–Sí, claro.
–¿Quieren fumar? –preguntamos Nick y yo al unísono.
La chica que nos hizo la pregunta quiso fumar algo. Parecía que fumaba seguido, porque le aplicaba “bombero” al pito cada vez que este se quemaba mal. En cinco minutos, ya estaba como nosotros, riéndose de las mismas tonteras y con los ojos colorados. Armonía.
La chica que fumaba pito era bastante guapa. De cabello castaño y liso, tenía unas facciones armónicas y unos labios carnosos. Al fumar con nosotros y reírnos juntos, nos pareció mucho más atractiva. Su nombre era Claudia. De vez en cuando pegaba mi vista a sus calzas, negras y medio brillantes. Recostada en la cuneta, dejaba entrever su buena figura. Mientras más fumaba, más le miraba los glúteos. Al mismo tiempo pensaba que aquella linda joven era muy simpática con todos, por lo que me costaría mucho darme cuenta de si yo le interesaba.
Mientras me pasaba todos esos rollos mentales, noté que su amiga no se despegaba de su celular y parecía que la pasaba bien, ya que sonreía al escribir. Ella era de pelo negro y ojos café. Un poco más robusta que su amiga, tenía un rostro bello, aunque con mirada apática. No supimos su nombre.
Sin darnos cuenta, llegamos a la casa de Peter. Nos percatamos de que el número de gente se había duplicado. Habían llegado unas primas del dueño de casa y el resto de los compañeros de la universidad. Eran las 23:40. Buena hora. Claudia, la chica que andaba en los cielos igual que nosotros, se fue a un grupo en donde estaban tomando tequila y se puso a conversar con ellos, apoyando los brazos en los hombros de dos tipos altos y fornidos, que recién habían llegado. Se reía. Le dejé de prestar atención y me fijé en otro grupo, en el que había dos rubias.
Se sabían atractivas y conversaban tranquilamente fumándose un cigarro cada una. Siempre me ha cargado el cigarro, prefiero mil veces que fumen marihuana o que no fumen nada. Opté por servirme mi primer vodka. Stolichnaya. Lo serví 40/60 con una Sprite Zero y le puse harto hielo. Sabía a gloria. Mi amigo se puso a fumar (weed) con otro amigo. Este hueón es angustiado. A veces, yo igual, pero casi siempre me controlo. Yo estaba re volado, no podía fumar más en ese momento.
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