Cristian Tapia Reinoso - Sueños, verdad y locura

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En la novela de Cristián Tapia, Andy y Sofía –dos jóvenes santiaguinos del Siglo XXI– unen esfuerzos para conseguir la evidencia necesaria y llevar a juicio a los responsables de la muerte del padre de Sofía.
En una ciudad donde la influencia del narcotráfico deja caer sus garras mediante el desfile de autos de lujo, drogas, alcohol y armas, los protagonistas afianzan una relación amorosa que los conduce a desafiar un ambiente de soterrada violencia y amenazas. Juntos, y con la ayuda de un misterioso personaje, tratan de restablecer el equilibrio y conseguir que impere la verdad.

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Mientras tomaba el vodka, miraba a las rubias de reojo. El lugar era una casa típica de La Florida, típica para mí, con un patio grande, árboles frutales, mesa de centro y sillas alrededor. Había un amigo de Peter que estaba poniendo música y le gustaba mucho el rock. Soda Stereo, Chancho en Piedra, Los Tetas y Los Prisioneros eran parte de su repertorio. Ponía la música y se quedaba serio buscando el siguiente tema. El ambiente estaba bueno, pero yo pensaba en que podría estar sonando un reguetón de moda. Siempre me ha gustado, a algunos les carga y blasfeman contra él. Yo no podría, me ha ayudado mucho durante mi adolescencia.

En el grupo de Claudia, también estaba la niña adicta al WhatsApp, que ahora conversaba con el resto, y de vez en cuando veía su celular. Ella no era tan atractiva como su amiga y tenía una mirada que yo denomino prejuiciosa. La de esa gente que se extraña cuando uno le cuenta algo y arruga la cara cuando se menciona algo que no es de su gusto. Me di cuenta de eso cuando mencioné que los pitos de Peter estaban sádicos.

Al lado mío, había un tipo que debía ser compañero de Peter y tomaba pisco. Estaba sentado y bebía lentamente. A poca distancia, un amigo conversaba con él a razón de cinco palabras por una. El tipo solo le respondía sí, no y mmm , mientras bajaba el pisco. Tenía la mirada como reflexiva, le aburría la historia de su amigo y parecía medio ansioso.

Sácate la ropa de a poquito, que si lo haces así más se me para el pico…, s onaban Los Tetas. Esperé esa parte de la canción para tararearla con pasión. Otros también la entonaban Gracias al sexo estamos sobre la tierra. Qué letra. Bastante sugerente y adecuada para la ocasión. Mientras terminaba la canción me acerqué al DJ y le pedí que me dejara poner algo. Y ahí empezó el sonido venido del Caribe. Yo me le acerqué, fijo la miré, le ofrecí un trago y al oído le dije... Mientras sonaba el tema, las rubias comenzaron a cantar la canción y a menear las caderas levemente. Ella me dijo tranqui que nada pasaba.

Cuando puse el quinto reguetón, ya iba en mi tercer trago y cada vez la pasaba mejor. Me gusta quedarme junto al computador, poner canciones y ver cómo el ambiente se va prendiendo. En el sexto tema, ya estaban casi todas las mujeres bailando.

Mientras ponía canciones, pude notar que algunas de las chicas me miraban. No es fácil saber si las mujeres están coqueteando, te encuentran atractivo o no les interesas en lo absoluto. Con el correr de los años, me he dedicado a percibir pequeños gestos, muy discretos, que las mujeres hacen cuando pasa por su lado alguien de su agrado. No son como los hombres. Un hombre puede mirar a una chica y darse vuelta para mirarle el trasero, comentarlo con su amigo y seguir caminando. Las mujeres –al menos, las chilenas– no, cuando van caminando por la calle junto a su amiga o un grupo más grande, se ríen, le hacen un pequeño gesto a su amiga y continúan sonriendo. Siempre me ha parecido algo tierno, ya que se esfuerzan porque pase desapercibido.

Bueno, el percatarme de esos pequeños gestos me ha servido solo para subirme el ego, ya que nunca he intentado hablarle a una chica en la calle o a un grupo de amigas. En verdad lo he hecho, pero estando ebrio.

De la misma forma noté que una de las rubias me estaba mirando de reojo, y que algo le comentaba a su amiga, con un gesto sonriente. Yo continuaba poniendo canciones, intentando demostrar que estaba tranquilo y no desesperado. De pronto, llegaron unos amigos, venían con sus novias y estaban medio ebrios. Me saludaron afectuosamente, con abrazos y palmetazos en la espalda. Yo continué en el computador.

Habían pasado unos minutos, cuando se acercó uno de mis amigos y me hizo el gesto típico de los volados, llevándose el dedo índice y el pulgar hacia la boca. Fui hacia el antejardín de la casa después de poner No coca, de Alborosie. Supuse que la podrían cambiar, ya que no era reguetón, pero es una de las mejores canciones para cuando alguien se saca un faso .

–Está buena la weá , debería haber venido solo –comentó Erick, mi amigo.

–Estás cagado, weón , asume que estás casado –le respondí, dándole una palmada en la espalda.

–Puta la weá , es que no puedo estar sin sexo –concluyó.

Empezamos a fumar con dos amigos más. Erick era una de las personas más fumadoras de weed que conocía. Cuando estábamos en la universidad empezaba a drogarse en el primer bloque, a eso de las 10 a.m. ya se había fumado dos pitos. Eso es abusar.

Mientras fumábamos y tirábamos la talla, pasaron por nuestro lado un grupo de cinco amigas que venían recién llegando. No sé de dónde saca tantas amigas Peter. Los solteros siempre lo agradecemos. Motivado por la aparición de nuevas féminas, le pegué una quemada de corazón, de esas que llegan a lo profundo del alma –pulmones– y te hacen toser como si tuvieras un ataque de asma crónico. Quedé enfermo.

Entramos de nuevo al patio de la casa donde la gente estaba conversando, tomando, bailando, fumando y pasándola bien. Me encantan los carretes de La Florida. Eché un vistazo y noté que la proporción entre hombres y mujeres estaba casi equiparada. Además, el promedio estético de las mujeres era como de un seis. Excelente.

Mientras estaba fumándome el pito con mis compas , el tipo que estaba escuchando a su amigo se había acercado al computador y había puesto música electrónica. Todos la estaban disfrutando. Era de verdad buena música. Sentí que me dejó en el piso como DJ . No importa, había que pasarlo bien. Las mujeres son las que más disfrutan la música electrónica. Como que se sueltan, empiezan a bailar y liberan dopamina. Yo estaba voladísimo , así que comencé a bailar junto a mis amigos y sus novias, evitando hacer cualquier movimiento incómodo para ellos. Alguna de ellas me miraba medio extraño, como coqueteando. Detesto esas miradas, es muy incómodo.

Estaba prendido el ambiente, la gente disfrutaba de la música y la juventud. En las mesas se podía ver todo tipo de tragos, vodka, ron, pisco, tequila, whisky. Por Dios que es bueno disfrutar la vida deteriorando el organismo. Qué contradicción. La vida es muy contradictoria.

De pronto llega Nick.

–Buena, culiao , ¿dónde andabas? –me preguntó.

–El Erick se sacó un pernazo , quedé postre .

–Puta que está buena esta weá , cualquier mina –comentó Nick.

–Sí, weón .

–Falta su LSD.

Yaaa , yo tengo.

–Sí, claro, si vo con suerte te sacái pitos una vez al año –me dijo Nick, riéndose.

–Puta, weón , sorry .

–Mejor consíguete fuego y fumemos otro –sugirió.

–¿La dura, culiao ? Yo no puedo más.

–Sí, weón , fumemos.

–Bueno, ya.

–Oh, parece que tengo un fuego en esta chaqueta culiá .

Me toqué el bolsillo interior de la chaqueta y sentí que tenía un encendedor. Cuando lo saqué, se cayó una mini bolsa transparente al suelo. Al recogerla, me di cuenta de que tenía dos pastillas adentro. ¿De dónde salió esta weá ?, me pregunté.

–Cacha, weón , ¿que será esta mierda? –pregunté, mientras examinaba la bolsa y su contenido.

–Oh, son pastillas azules, weón , te gusta el viagra, culiao –dijo Nick, entre risas.

Mientras concentrábamos nuestros pensamientos en determinar qué clase de droga eran esas pastillas, se acercó una de las rubias a nuestro lado y mirándome con sus ojos azules me pidió fuego. Prendió su cigarro y se quedó cerca. Estábamos esperando que se fuera para seguir comentando sobre la bolsita con pastillas, pero ella seguía ahí, fumando. Noté que se había separado de su amiga, la que ahora estaba junto al DJ . Eran novios. Se apoyaba en él con absoluta confianza, lo besaba y le acariciaba el cabello. Qué romántico.

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