–¿Qué será esta weá ? –preguntó Nick, volteando a mirarme.
–No sé, loco, no sé, no sé ni de dónde salió.
–Está buena, pero te hace decir muchas weás , ahora recién estoy dándome cuenta de las cosas que dije allí adentro. En ese momento pensé que estaba haciendo lo correcto. ¿Tengo que pedir disculpas?
–Yo creo que sería una buena opción.
–Ya, voy hacer esa weá .
–Ya, dale, pero no molestes más a la mina.
–Ok.
Iba entrando a la siga de él cuando alguien me toca el hombro. Miro hacia atrás y era Sofía. Había llorado. Nuevamente a la calle. Nos sentamos en la cuneta, ella apoyó las manos y se inclinó levemente hacia atrás, dejando que su pelo cayera hasta casi tocar el suelo.
–Oye, perdón por lo de adentro, no sé qué me pasaba –dijo lamentándose.
–Está bien no te preocupes, si quieres hago como que nunca pasó.
–Ya, mejor.
Estuvimos un rato en silencio y luego agregó:
–Sabes, me fui a dar una vuelta y… sé que no te conozco ni nada, pero te lo cuento porque estás aquí y no quiero molestar a mi amiga.
–Dale.
–Salí con mucha vergüenza y cuando me fui a dar la vuelta se me vinieron muchas imágenes y pensamientos a la cabeza, pude ver a mi madre y mis hermanos, se me presentaron miles de momentos en que los hacía sufrir y donde sé que actué mal. Todos esos episodios tenían algo en común. Estaba mintiéndoles. En verdad no sé qué hace tu droga, pero tengo ganas de ir a donde mi familia y decirles todo lo que siento y no ocultarles nada.
– Mmm … ¿Y eso es bueno o malo?
–No lo sé, pero siento que esta droga puede ayudar a que la gente se dé cuenta como yo de cosas que han hecho mal, si es que a todos les provoca el mismo efecto, eso sí po …
–Claro.
Me hablaba mirando al cielo, con voz triste y con pesar. Me empezó a asustar el efecto que causaba la pequeña pastilla, junto con percatarme de que en verdad no sabía de dónde había salido. Quizás a alguien se le había confundido entre mis cosas, o la había sacado de algún lugar y la había puesto intencionalmente en mi chaqueta. La última opción me parecía aterradora, por lo que no quise pensar más al respecto y volvimos a entrar a la casa.
La fiesta seguía igual que antes, con música electrónica motivando la fiesta, gente bebiendo, fumando y bailando. Fuimos junto a Sofía a encontrar a sus amigos. En la pasada pude ver que Nick se había acercado a hablarle a otra chica. Esperaba que no volviera a meterse en líos. En un rincón del patio, la amiga de Sofía lloraba en posición fetal. Algo no andaba bien.
–¿Amiga, que te pasó? –le preguntó Sofía, sobándole un hombro.
– Weona , quiero terminar con Alfred y no sé si quiero que sigamos siendo amigas.
–Pero, ¿qué onda? ¿Por qué?
–Este weón me dijo que tú le gustabas hace tiempo, porque te encuentra más bonita, rica y más liberal que yo.
–¿Cómo? No te creo. ¿Y dónde está? Debe ser mentira, amiga –replicó Sofía, consternada.
–¡No! No puede ser mentira y él lo sabe. La weá que tomamos te hace no mentir, te hace sincerarte o algo así. Me quiero ir de aquí. También yo le dije algunas cosas.
–Mierda.
La cosa estaba realmente fea. Alfred y la amiga de Sofía acababan de tener una discusión de grueso calibre. El ambiente se puso tenso. Ya no sabíamos lo que podía causar la droga. Decidí que debía buscar a Alfred. y fui por él. Lo encontré cerca de una chica, estaba hablándole al oído y a ella parecía gustarle. Entré al baño para hacerme el desentendido y me miré al espejo. No sabía qué pensar, debía salir del baño y hablar con él o ir a decirle en qué estaba el galán a las chicas. Solidaridad masculina.
–Alfred –le dije, tocándole el hombro levemente para que atinara–. Alfred.
No contestaba, ni siquiera me miraba.
–Oye, te buscan.
–La chica a la que Alfred le hablaba atinó a indicarle que le estaban hablando.
–¿Qué querí ? –me dijo con tono desafiante y notablemente borracho.
–Vamos p’ afuera, hermano, te necesitan.
–Qué hermano, no soy tu hermano y nadie me necesita afuera, ella me necesita –me dijo, apuntando a la chica. Después, le dio un beso en la mejilla.
–Vamos, weón , en serio.
–Ya, weón , ya voy, espérame cinco minutos.
–No, no, anda altiro –dijo la morena que acompañaba a Alfred, y se retiró.
–¡Puta, weón , viste lo que hací ! –dijo Alfred, parándose y enfrentándome con su mirada.
Después de calmarlo un rato, me dijo que Gabriela, su novia, le había dicho que se había metido con uno de sus mejores amigos cuando ellos pasaban por un quiebre amoroso. Y habían terminado en ese entonces, pero nunca le había dicho lo que en verdad había sucedido mientras él se encontraba en Brasil. La confesión lo había destrozado, me explicó que en el momento que lo supo, lo tomó a la ligera, y solo le provocó risas, por lo que él le confesó que, al principio, le gustaba Sofía y que había tenido más de un encuentro con alguna garota en Brasil. Al pasar la euforia, se habían dado cuenta de lo que habían dicho, esas verdades que los habían hecho pedazos.
–Tienes que hablar con Gabriela, tratar de arreglar las cosas.
–No sé, Andy, siento que la he cagado en grande, y no solo con la Gaby, sino con mi familia, con amigos, hasta con compañeros de curso.
–Tranquilo, hermano, por ahora trata de arreglarte con la Gaby.
Fuimos hasta donde estaban las chicas. Sofía consolaba a Gabriela. Ambas estaban desconcertadas. A la fiesta le quedaba una hora de vida más o menos, pero lo que había pasado me había quitado casi toda la energía y las ganas de pasarlo bien. Alfred se llevó a Gabriela para conversar. Nuevamente habíamos quedados solos Sofía y yo.
–Qué heavy lo que pasó. No me lo esperaba para esta noche –dijo ella.
–Sí, fue muy cuático . Pero ya sé que esta pastilla tengo que botarla y no dársela a nadie más.
–No, no, guárdala, sabí que deja la cagá , pero no es malo el efecto, ahora siento que tengo que arreglar algunas cosas que he hecho mal y me siento bien por eso. No creo que sirva para carretear, pero sí sirve de algo, así que guárdala.
Estuvimos hablando un rato y me dijo que tenía que irse, se iba quedar en la casa de su amiga, así que tenía que partir. La fui a dejar hasta la reja recordando sus palabras durante la fiesta. Era la oportunidad. Nos dimos un abrazo apretado, el cual duró unos segundos más de lo habitual. Al tenerla frente a frente, le tomé las mejillas suavemente, dispuesto a besarla en la boca. Se echó hacia atrás.
–¿Qué te hace pensar que quiero darte un beso? –me preguntó, exhibiendo su linda sonrisa.
–No lo sé, creo que la pastilla ya hizo ese trabajo.
Nos besamos intensamente durante unos minutos. En esos instantes, pareció que el cielo bajaba a la tierra y que las estrellas se mezclaban entre nosotros, danzando y festejando nuestro encuentro.
Aquella noche, cambiaron las cosas, tenía en mi poder una droga muy extraña y no sabía realmente qué haría con la dosis que quedaba.
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