Cintia Lorena Delgado - 21 Gramos

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Nunca, en mis cinco mil cuatrocientos años como el Sr. Sombra pensé que atravesaría un dilema como en el que los hermanos Vona me pusieron. Cada uno a su manera. 
Todo iba bien desde que tomé el control de Nocturnal, entrabas a mi despacho con las manos vacías, te ibas de él con lo que venías a buscar; claro, si estabas dispuesto a entregar tu alma a cambio. Estaba totalmente seguro de que el famoso nadador Ricardo Vona quería buscarme para entregarse por completo a su oscuridad. Mientras que su hermana Evangelina se mostraría inmune a mis encantos, volviéndose mi obsesión y real objetivo. 
Pero para conseguirla debía quitar del medio a un simple mortal, un costal de huesos que se llevaba toda su atención. Sin mencionar que además tenía que lidiar con los cuestionamientos de dos peces gordos que no me dejaban actuar con libertad y defendían el equilibrio del mundo humano; uno era la Muerte y la otra el Destino.

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Un joven de no más de 25 años estaba al borde de un puente, llovía y era de noche, se había quitado las zapatillas y estaba a punto de saltar para poner fin a su vida. Enseguida lo recordé, era Naranja Ricky 9.989.776-NR. Mi memoria era extraordinaria, pero lo recordaba además porque saltaba del amarillo al naranja todo el tiempo, tenía muchas dudas existenciales y yo podía aclararle la mayor de todas, pero no se decidía a llamarme, no creía en mí.

—El nadador –susurré confuso y miré hacia Can–. ¿Cuál es el problema? ¿Lo perdimos? ¿Finalmente se tiró?

—No veo el futuro.

—¿Te parece una respuesta satisfactoria? ¿Por qué me mostrás esto si está en naranja?

—Porque alguien lo salvó.

—Odio a los salvadores. Odio a todos ellos, pero más a los salvadores.

—Lo sé. Sigue en naranja porque sus pensamientos siguen en el mismo lugar. Ella solo lo salvó del puente. El problema, jefe, es que ella está con la vista fija hacia acá –dijo Can y me miró tragando saliva. Lo miré confuso y puse mis ojos sobre la pantalla, sobre los dos jóvenes abrazándose bajo la lluvia. Can siguió–: Isaías... esto no me gusta.

—¿Cuál es el problema exactamente? No estoy de humor para adivinanzas. –Miré al salón, a todos los demás que seguían concentrados en sus pantallas, podía jurar que escuché una voz, pero nadie se atrevería a hablar sin mi permiso o en mi presencia y a mis espaldas, pero la voz se oía cada vez más clara y parecía quejarse, suspirar y gruñir en una mezcla de enojo, era una voz femenina y estaba enojada. Can y yo nos miramos y salimos de ahí, la voz seguía por los pasillos y claramente venía del salón principal, de la entrada del club.

¿Quién podía ser tan temprano? No había sol por la tormenta afuera, pero técnicamente era la tarde aún, el club estaba “cerrado” para sus actividades nocturnas normales. Pero claro, siempre estábamos dispuestos a recibir a nuestros clientes con una gran sonrisa, a cualquier hora del día que nos buscaran. Subí al ascensor y presioné el 0. Can subió rápido detrás de mí y se paró de frente, comenzó a acomodar mi camisa haciendo que mi humor se altere.

¡Esa costumbre de tratarme como a un chico! Tenía ganas de arrancarle las manos y comerlas frente a él para que aprendiera a no tocarme. Nadie debía tocarme ¿Qué parte de nadie Can no entendía? Él siguió con el cuello de mi camisa a pesar de que mis ojos rojos y llenos de furia lo fulminaron, luego acomodó mi saco bordó.

—¿Terminaste de tocarme o vas a seguir con mis pantalones? –pregunté en tono sarcástico. Can no lo entendió y ajustó la cintura de mi pantalón ganándose mi furia. Lo tomé de la mano y lo apreté tan fuerte que sus ojos saltaron y su voz se le fue tras gemir de dolor. Susurré, mientras él se retorcía ante mí–: ¿Cuál es el problema? ¿No me veo atractivo así?

—Tenés que estar reluciente para esta –logró decir Can aún dolorido y me miró acariciándose la mano y haciéndome cara de llanto, claro, en burla–. Ni sabés quién es y me tratás así. Es la del puente. Solo digo que si no la conquistás no será mi culpa.

—Seis meses en tiempo humano. Todavía no conocí a la que no cayó ante mí.

Claro que hablé sin saber. Jamás hubiera imaginado que una mujer como ella podría con mi entera existencia, mejor dicho, ignorara toda mi existencia. Can y yo salimos del ascensor guiados por los susurros de esa suave voz y el cuadro fue de lo más complicado para mí. Muchas personas en el lugar, cuando digo personas digo humanos, mortales. En la parte superior de Nocturnal que abarcaba el club era manejado por humanos que no sabían de nosotros más que lo necesario, éramos los dueños. Tony era mi excepción, mi inútil humano que a veces me servía y mucho. Él sabía de nosotros y nos temía a morir, por alguna extraña razón también le tenía miedo a Gabriel, seguro por sus sentimientos de culpa y su lazo con la oscuridad. Yo lo protegía mucho, él fue el primer humano que hizo el pacto conmigo, quería dinero. Le di todo el dinero que me pidió, a cambio de su alma. Inmediatamente su deseo fue concebido y llegaron las mujeres, él se ofreció a trabajar para mí día y noche para siempre. Accedí porque, como ya dije antes, Tony me mantenía lejos de los empleados.

Ya era la hora de ir preparando la noche fabulosa que estaba por venir, la lluvia de miércoles traería más melancólicas almas viciosas, así que los empleados iban y venían. Miré hacia la puerta entreabierta, como llovía afuera, era alguna hora entre las 6 y 7 de la tarde, pero parecía la noche, cruda y oscura, en una abrazadora tormenta con vientos y toneladas de agua cayendo desde el cielo. Sin olvidar los rayos y los truenos. Era una invitación para que Naranja Ricky dejara este mundo de una buena vez.

¿A qué humano no deprimiría la soledad y una tarde así? A él sí. A ella no.

Ahí estaba parada frente a mí mirando a todos lados, cargada de ansiedad y alterada. Pude oír los latidos eufóricos de su corazón desde la puerta del ascensor, golpeaban tan fuerte que prácticamente me obligaron a ver hacia ella. Can tenía razón. Ella no tenía la menor idea de quién era yo, y yo mucho menos qué hacía alguien así en un lugar como Nocturnal. Inconscientemente acomodé el cuello de mi camisa y mi saco como lo había hecho dos segundos atrás el entrometido que tenía al lado, quien se adelantó para tantear el terreno con la chica, pero fue arrastrado por Tony hacia la barra, sin duda le lloraría algún problema, esa era la especialidad de Tony. Llorar por cualquier cosa. Me concentré en mi presa, pasé la mano por mi pelo para despeinarlo un poco adelante, eso siempre encendía la mente de las mujeres, sonreí y di mi primer paso hacia ella, todavía no me había visto, no había mirado hacia mí porque de haberme visto ya no podía quitar sus ojos de los míos, así era como siempre pasaba. Enloquecían en segundos, era el fuego en mis pupilas y la forma que portaba mi sugerente sonrisa. Simplemente las invadía el deseo, igual que me pasaba a mí. A medida que di más pasos acortando nuestras distancias lo descubrí, ella sería una presa que sin duda me encantaría saborear de pies a cabeza.

¿Qué pretendía hacer vistiéndose así? ¿No llamar mi atención? Su ropa holgada, mojada por la lluvia, su pelo en la cara y enredado hacia atrás que seguro se lo quitó de la frente molesta después de ser empapada por el aguacero y zapatillas con algo de barro que ya habían dejado las huellas de su paso en mi fino piso. Su apariencia desalineada y sucia, y sobre todo alterada no la hacía pasar desapercibida, no era la manera de no llamar mi atención. Fue todo lo contrario. Me volvió completamente loco. No había escote, no había piel a simple vista, no había maquillaje, ni perfume, ni tacones. Era un despojo de mujer. Nos cruzamos y siguió sin mirarme, como si no existiera y dudé de mi propia existencia, giré mi cuerpo sorprendido en parte por ser empujado por su paso y ella giró a pedirme disculpas. Al fin, nos vimos, no era inexistente para ella. Y me habló:

—Disculpe –dijo con voz nerviosa y se quedó viéndome. Sabía qué iba a pasarle, se perdería en mi mirada como hacían todas. Estaría desnudándome con la vista y, si lo fusionábamos con mis pensamientos, yo ya estaba teniendo sexo con ella de manera convencional, tenía tantas ganas de hacerlo desde hace tiempo, pero no debía, tenía varias razones para evitar ese contacto, era demasiado estrecho. Pero la miré un momento más y por dentro ya quería empujarla hacia el ascensor y devorarle la boca como inicio de algo que podría terminar mucho mejor. Mi cuerpo estaba empezando a arder de una manera extraña y lo atribuí a esas ganas. Ella quitó la vista y miró hacia todos lados confusa, volvió a mirarme de pies a cabeza, quizás mi sonrisa congelada la había puesto nerviosa, pobrecita. Pero de repente metió su mano mojada en un bolso de trapo también mojado y sacó una tarjeta que extendió hacia mí–. Busco al Sr. Sombra y algo me dice que es usted.

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