Cintia Lorena Delgado - 21 Gramos

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Nunca, en mis cinco mil cuatrocientos años como el Sr. Sombra pensé que atravesaría un dilema como en el que los hermanos Vona me pusieron. Cada uno a su manera. 
Todo iba bien desde que tomé el control de Nocturnal, entrabas a mi despacho con las manos vacías, te ibas de él con lo que venías a buscar; claro, si estabas dispuesto a entregar tu alma a cambio. Estaba totalmente seguro de que el famoso nadador Ricardo Vona quería buscarme para entregarse por completo a su oscuridad. Mientras que su hermana Evangelina se mostraría inmune a mis encantos, volviéndose mi obsesión y real objetivo. 
Pero para conseguirla debía quitar del medio a un simple mortal, un costal de huesos que se llevaba toda su atención. Sin mencionar que además tenía que lidiar con los cuestionamientos de dos peces gordos que no me dejaban actuar con libertad y defendían el equilibrio del mundo humano; uno era la Muerte y la otra el Destino.

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—Es tarde. Sí –respondió y puso sus enormes ojos de cachorro sobre mí. Su voz fue tan dulce como me lo habían dicho, por lo que contuve el vómito en mi garganta. Ya me había topado con gente amable. Siempre me daban ganas de vomitar. Su amabilidad se opacó con lo que dijo a continuación–. Pero es la única hora del día en que puedo visitar a las ratas de la ciudad. Ustedes duermen cuando sale el sol. Y ya no podía esperar a darte la bienvenida al Intermedio. Quedarse en este lugar permanentemente debe representarte todo un desafío, digo, por el sol, las mariposas, las personas. Todas esas cosas hermosas llenas de vida y luz.

—A veces sale un trabajito de día –dije y proseguí–. No lo malinterpretes, el tema del sol es algo ideológico, lo detesto pero no me afecta. Mi trabajo y mi mundo me llevan a la noche, cuando las criaturas oscuras salen... Y cuando digo “criaturas oscuras” no hablo específicamente de nosotros. Y ahora estamos trabajando. Así que...

—Isaías... –susurró Gabriel y sonrió–. Sabés que con Nocturnal estás violando el tratado. El contacto estrecho que hacen con las personas no es lo acordado. Y... también sabés que me muero de ganas de venir a cerrar este lugar desde que lo abrieron

—Te morís de ganas... te morís de ganas... –susurré casi en cámara lenta y el brillo de mis ojos logró por fin tener su absoluta atención–. ¿Qué estás esperando? Por favor, morite de una buena vez. –Nos miramos por un lapso de diez segundos. Ninguno parpadeó, así que continué, pero con un tono risorio y bajo–. ¿Nosotros violando el tratado? –Lo miré fijo y no pude evitar esbozar la sonrisa contenida. No tenía pruebas, solo era un deseo suyo, como bien lo expresó, desde que abrimos. Fue casi imposible detenerme y la sonrisa rápidamente se tornó en risa ante su estúpida excusa. Mi gesto fue acompañado por una sonrisa en los labios de Nadín y Can desde el sillón, siempre fieles seguidores de mi humor en tanto que Samuel fue imparcial y solo participó como oyente mudo. Pero el rostro de Gabriel continuó sonriente sobre mí y estaba empezando a incomodarme–. Este es un club nocturno. Las personas vienen a beber, a consumir nuestros productos y a cumplir sus fantasías. Nadie es obligado a nada en este lugar, Gabriel. Así es como trabajamos. Siempre fue así, desde hace miles de años que funciona de esa manera. No forzamos a nadie, no matamos a nadie. Retiramos las drogas del club. Fue lo primero que hice cuando llegué a reemplazar a mi colega, pero por un tema legal, no porque lo hayas exigido un tiempo atrás al antiguo administrador ni porque... sea blando. No malinterpretes mi accionar con una actitud benevolente. Tu visita y tu intento de intimidación me halagan, pero no es suficiente para que me tiemblen las rodillas. No quiero que cierren mi club por un ridículo malentendido entre nosotros dos. Cuando vengas con cuestiones concretas y no deseos personales, haremos más extensa nuestra reunión. Ahora... tengo cosas más importantes que hacer.

—Eso importante que hacés, querido usurero de la oscuridad, es lo que debés parar de hacer.

—Así no funciona, Gabriel. Vos les podés susurrar que la eternidad de arriba es maravillosa, yo les susurro que acá y ahora puede ser aún mejor y que no tienen que tener miedo, solo tienen que abrazar la oscuridad que cargan. Miralo como una limpieza, les ahorramos a ustedes los destierros que les gustan hacer. ¿Acaso no dicen los 7 Máximos de la Luz que solo los dignos subirán? Los no dignos son míos y el pacto infrangible es muy claro y estricto en eso.

—Los envenenás, Isaías. –Gabriel habló con seriedad esta vez y su tono cortante fue un alivio para mis oídos, creí por un momento que yo sería el único incómodo, pero mi invitado estaba empezando a sentir picazón. Lo vi en sus enormes ojos de niño bueno

—Nooo –interrumpí inmediatamente haciendo extensa la terminación de la palabra, quise virar su tono–. Les hago realidad sus deseos. Pero si están hechos de soberbia, les saco la máscara.

—Pueden arrepentirse y salvarse. –La voz de Gabriel retumbó en el silencio atroz de la habitación, por un momento la sentí en forma de eco, y se debía a que estaba disfrazando su súplica furtivamente. ¿Si lo noté? Por supuesto que sí. Y lo dejé seguir con su ruego sin quitar mis ojos y mi sonrisa de él. Gabriel siguió en el mismo tono patético como lo imaginé–. Vos no les decís qué pasa después abajo. Y no solo eso. Acortás su estadía en el intermedio y los inducís al final, lo que está volviendo loca al área de Destino y después vienen a volverme loco a mí.

—Bueno, creo que cada uno usa sus tácticas lo mejor que puede y nosotros estamos haciendo un trabajo interesante. Somos más rápidos que ustedes y no tan ingenuos diría yo. Nosotros podemos mentir, ustedes enferman y se debilitan si lo hacen. Pero... reglas son reglas y no las hice yo. –Sonreí conforme ante mi inminente minivictoria. No teníamos mucho más de qué hablar y la verdad ya quería que se fuera de mi vista–. Agradezco que hayas venido a recordarme de tu patética existencia y me alegra haber servido de patada en el trasero para traerte a la realidad. Ahora... sigamos cada uno por su lado y si te vuelvo a ver entrar a mi club e interrumpir mi jugada de póker por cosas tan insignificantes como estas… te juro que aceptaré con gusto un siglo de castigo encerrado en una caja color rosa llena de luz y mariposas cantoras con tal de arrancarte esas insípidas y repugnantes alas con mis propias manos y dientes.

—Estás perdiendo la cortesía que caracteriza a tu clan –susurró Gabriel y volvió a sonreír sin que mis ojos que ya estaban rojos y destellantes lo intimidaran–. Las alas solo son simbólicas ante tus ojos y lo sabés muy bien. Están, pero nunca las vas a poder tocar. Es como el alma. Está fuera de tu alcance, Isaías... Si no te la entregan por voluntad propia... Por lo que tus deseos oscuros de torturarme nunca se cumplirán, dejá de tenerlos. Gastás tu energía en vano. –Se levantó y se acomodó la campera con una sonrisa grande en el rostro–. Pero no empecemos con el pie izquierdo. ¿Te gusta mi campera nueva? Me la puse solo para venir a verte, a pesar del calor. Quería causarte una buena impresión… Y vos me querés impedir mi ingreso. Eso me hiere. “La casa se reserva el derecho de admisión” no debería aplicar para nosotros. Recordá que nuestros trabajos están entrelazados. Voy a entrar todas las veces que necesite verte y vos me vas a recibir todas las veces que venga... “Porque los de arriba tenemos privilegios”. –Gabriel me miró con un gesto simpático, de esos que le gusta hacer cuando se queda con la última palabra. Lo había conseguido, el bastardo me dejó sin palabras. Se dirigió a la puerta y giró a vernos a todos, sosteniendo por un poco más de tiempo la vista sobre Samuel en alguna conversación silenciosa de miradas y reproches latentes y antiguos de la que era espectador por primera vez. Luego dirigió sus ojos hacia mí con un gesto amargo y diría hasta algo triste–. Nos estamos viendo pronto, caballeros, señorita.

Bien. Se había ido, fue un empate. No dejé que cerrara Nocturnal, pero él sí cerró mi boca. Y para colmo, mi martirio no terminó ahí, porque las palos en mi rueda no paraban de aparecer como si se hubiesen puesto de acuerdo para agitar la noche. Y fue cuando Gabriel desapareció en el pasillo de luces verdes y rojas que la silueta de Tony se asomó en cámara lenta sin cruzar al interior del despacho. Sus ojos temblorosos que apenas aparecían tras el marco de la puerta me indicaban que tenía otra desagradable visita impaciente de verme, tan impaciente que no perdió el tiempo en anunciamientos ni presentaciones protocolares y se adentró de lleno tras palmear la espalda del asustadizo empleado que había perdido el habla en la figura de la arrogante visita. No me disgustaban sus largas piernas bajo ese pantalón negro ajustado, pero sinceramente siempre creí que su selección de camisas era demasiado masculina para su prominente busto, su cuerpo era intimidante, pero su estilo no le hacía honor.

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