¿Cómo olvidar a la familia caníbal del sur?
Durante mucho tiempo y aun cuando pasaron tantos otros nombres, los de arriba insistían en recordarme a la enfermera Ruso y a sus hijitos, decían que habíamos hecho trampa con ella por presentarle a quien la desposaría y contaminaría su vida, pero mi respuesta fue siempre la misma, ella siempre pudo decir que no, pero eso estaba dentro de ella. Todos tenían la oportunidad de negarse. La lista era infinita, los ejemplos millones y nuestras confrontaciones con los de arriba por estos temas nunca se hacían esperar.
Sí. Cada día era una nueva batalla con ellos, pero hacían interesante el juego. Parecía una guerra entre el bien y el mal, entre la luz y la oscuridad y bla, bla. Y lo era. Siempre se trataba de eso, de los buenos y los malos, y dije claramente buenos y malos, no buenos contra malos. Nosotros éramos los de abajo y ellos los de arriba, así nos catalogábamos, ya que aquí los buenos y los malos eran las personas del plano intermedio, los mortales, las almas errantes dando los pasos correctos o incorrectos. Desde el principio de los tiempos existieron las sombras, seres oscuros nacidos en el corazón de cada ser vivo y desde entonces los detectábamos y los recolectábamos, las arrancábamos del ser, separábamos el contenido del envase.
¿Sonó raro? Eso eran las personas al fin y al cabo, eran almas.
Debería hablar de esto un poco más. De lo que había detrás de los ojos de la gente, eso que llevaban por dentro y que los diferenciaba de las máquinas. Y que claro, los diferenciaba a uno de los otros. La esencia, el verdadero ser y lo que duraba para siempre.
Siempre encontré errónea la frase “No tenés alma” para señalar actos terribles, porque los mismos humanos romantizaron la existencia del alma como algo bueno y su ausencia como algo malo. Pero no era así, el alma existía en cada ser vivo, era el motor de todas las acciones y forjador del carácter de las personas, hasta de las más oscuras. Sin un alma, la gente solo sería un cuerpo andante, reaccionando a sus instintos de existencia con actitudes solo destinadas a dicha supervivencia y continuidad, solo movida por tal instinto en una imitación sin fin del otro, utilizando el raciocinio como motor. Entonces, si existe el raciocinio y es lo que colocó al hombre en la punta de la pirámide como mayor depredador, ¿qué diferenciaba a unos de otros? ¿Por qué unos razonaban de una manera diferente si el fin seguía siendo la supervivencia de la especie? Había algo dentro de cada uno que hablaba constantemente, tomaba las decisiones más importantes, formaba al ser y a su raciocinio. Ese algo era lo que mandaba y lo que hacía diferentes a unos de los otros, una voz que ponía límites o los quitaba, dependiendo de qué tan fuerte fuera el control que ejercía o que le fuera permitido ejercer.
Eso era el alma.
Las culturas a lo largo de las diferentes épocas trataron de encontrar explicaciones sobre la existencia del alma, por ejemplo, en la religión, prometiendo la salvación y la vida eterna junto al creador o la condena a un infierno según correspondiera. Y en la misma ciencia; que afirmaba su peso en 21 gramos, detectando como tal el peso que el cuerpo perdía, inexplicablemente, al morir. Un peso interesante y bastante cercano a la realidad, ya que cuando los arrastraba me resultaban livianos, aun aquellos que presentaban resistencia. Así lo veía yo, estábamos limpiando la humanidad, pero para los seres de luz nuestro trabajo no era claro, no era sensato y no seguía las reglas, nos tildaron de contaminadores, de traicioneros, de usurpadores de almas. Ellos decían que estaban para proteger a todas las almas de la humanidad.
Sí, “a todas”. Creían en el arrepentimiento y la redención y aquellos seres que no lograban sentir eso ni ser dignos del perdón, no eran humanos normales a sus ojos, eran “cosas demoníacas” que ni llegaban a tener una calificación, seres oscuros, bestias, lobos bajo piel de cordero.
Por esos tiempos antiguos se determinó un Acta de acuerdo, confeccionada y firmada por los 14 Máximos, que representaban todos los estados del hombre. los Siete de la Luz y los Siete Oscuros. ¿Pueden imaginar semejante protocolo y papeleo a ese nivel? No es que llegaron una tarde soleada a sentarse en una larga mesa de mármol a discutir quién tenía más almas capturadas o quién cautivaba mejor a los mortales mientras el ocaso se escondía entre las nubes grises que avecinaban una tormenta de las más grandes y extensas. Pues algo así fue, pero no tan elegante ni pacífico. Hubo un tiempo en que se compartió el plano superior y los 14 Máximos velaban por los humanos, pero la guerra no tardó en llegar entre ellos, los siete que representaban la peor faceta del hombre estaban fuera de control y comenzaron a cuestionar a los Siete de la Luz y estos a cuestionarlos a ellos y a la constante manipulación. La guerra duró siglos contabilizada en tiempo humano y finalmente los Siete de la Luz vencieron y desterraron del plano superior a sus pares, apodándolos desde entonces como los Siete Oscuros. Así fueron denominados en El Pacto Infrangible que los 14 firmaron de puño y letra. Estos quedarían confinados para toda la eternidad al plano inferior y se ocuparían de las almas de los condenados, los que no eran dignos de la luz, como ellos.
Pero el pacto era más extenso y tenía un sinfín de artículos que iba para ambos lados: nosotros, los oscuros, no podíamos tocar a los mortales sin su consentimiento y no podíamos quitarles la vida, entre otros puntos importantes. Y para que no nos instaláramos en el mundo humano, los de la luz intervinieron con algún poder divido para que nos enfermáramos si comíamos de su comida o bebíamos cualquier líquido desde alcohol hasta simplemente agua, eso hacía que luego de un breve período de estadía se debiera cambiar el administrador de Nocturnal. Y era mi maldito turno. Punto aparte era el tema que los de arriba también enfermaban si mentían, pero eso era parte de su dogma, no nos pasaba a nosotros.
¿Que si nos preocupaba el pacto infrangible? No. Debíamos cumplirlo y ya. Eso no iba a detenernos. Nosotros éramos sombras y cazábamos sombras, ningún castigo podía venírsenos encima si aplicábamos el pacto a la perfección.
Cuando los Siete Oscuros me llamaron para darme la encomienda de subir al intermedio y tomar el poder en Nocturnal me sorprendí, me sentí orgulloso de mí mismo porque creía en mis capacidades y porque detestaba ver a las lacras arrastrarse por la tierra y vivir de los otros como parásitos succionadores. Los mortales me producían repulsión, todos ellos sin distinción, así que accedí inmediatamente a la orden a pesar de que no tenía experiencia y era joven al lado de los otros seres oscuros que iban y venían como si nada. Los Siete Oscuros siempre habían enviado a sus consentidos al plano intermedio para recordarles a los de arriba que no se habían rendido ni mucho menos y que su expulsión del plano superior era válida, pero que se quedarían con las personas del intermedio, porque todos llevaban oscuridad por dentro.
Al poco tiempo me convertí en uno de esos consentidos, haciéndome de un poder cada vez más grande que hasta me permitía detener el tiempo de las personas y dejarlas congeladas frente a mí para un mayor análisis. Claro que no fue así desde el primer momento. En aquel entonces me puse de pie frente a la gran puerta oscura de aspecto lúgubre, la recorrí con mis ojos detenidamente. Nunca había estado tan cerca de los mortales, pero siempre tuve la curiosidad. Al ser elegido no podía decirles a mis superiores que no iba a cruzar. Tuve que hacerlo aunque era un neo todavía, alguien nuevo, pero desde lo más profundo de mis entrañas podía sentir el gran deseo de dar ese paso, para mezclarme con esos y medir mi capacidad, comprobar con mis propios ojos su debilidad, su asquerosa cobardía. Los de mi tipo no teníamos temores y no tenía que ver con la fuerza oscura ni el poder concedido por los siete máximos desterrados, era algo que nacía en mí. La seguridad de saber quién era yo y lo que quería hacer. Bueno, era lo que yo creía en ese momento, me creía indestructible, omnipotente, perfecto y con todas las habilidades para dar mis pasos firmes igual que los demás oscuros e incluso, en mi egocentrismo, diría que hasta mejor que muchos de ellos.
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