Javier González Sanzol - Poder y destino

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En el Valladolid de 1974, un año antes de la muerte de Franco, Amalia no responde a ninguno de los parámetros del éxito social o personal. Belleza, juventud, inteligencia… Pero descubre la droga más poderosa: el poder. Y el poder es el poder sobre la vida y la muerte. Así, se convierte en la dueña del destino de los que la rodean.
Poder y destino combina la ambigüedad moral de los personajes con una sucesión de giros sorpresivos del argumento. Con escenas cortas, su estética cinematográfica logra gran fuerza dramática.

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En cuanto a su madre, Maite Lecuona, venía de una familia de Vera de Bidasoa, descendientes de contrabandistas del rio, que vivían a caballo entre España y Francia, trapicheando con todo lo que se podía. Nacionalistas de nacimiento, consideraban a España como a La Guardia Civil, los que robaban el pan de los hijos de Euskadi. De familia pudiente, contribuyó junto con el capital acumulado por su marido a dar a su único hijo una educación como dios manda. El padre de ella se había librado de la guerra pasando a San Juan de Luz cuando los nacionalistas decidieron abandonar la lucha y dejar a los socialistas y anarquistas vendidos a las tropas de Franco. Por lo menos, eso era lo que siempre decía a quien quisiera oírle. Al cabo de un tiempo, volvió, sin ninguna cuenta pendiente, con su mujer y sus hijas. Su único acto de rebeldía era pasar todos los días a Francia a comprar la prensa libre, como él llamaba a la prensa francesa.

Pedro vivió en un mundo distinto al de los padres. Los jóvenes de su edad recibían la influencia de la Europa mas avanzada, lo que hacía más insoportable la opresión del régimen, de la iglesia y de una moral opresiva que procuraba que todo lo maravilloso de la vida fuera delito o pecado. Al mismo tiempo, la infravaloración de lo vasco por parte del régimen hacía que se produjera una mitificación. Ambas cosas se unían para que lo más inquieto de la juventud vasca interiorizara algo tan contradictorio como el nacionalismo y el socialismo.

Pedro era un amante del montañismo, y, junto a sus amigos, no pasaba ni un solo fin de semana en que no fueran al monte, al Adarra, al Txindoki, a pasar el día o, con una pequeña tienda de campaña que habían comprado, pasar una o dos noches. Muchas veces llevaban una ikurriña, que anudaban entre dos árboles y se alejaban corriendo.

Ingresó en LCR en Valladolid, el primer año de carrera, animado por su amigo Ander, compañero de excursiones y de más cosas. Juntos habían conocido el sexo, y también el miedo. El rencor, la esperanza de un mundo mejor, más libre.

Mikel no entendía nada. Era su hijo, su único hijo. La ilusión de su vida. Le contaban una historia de opereta barata. Que si era comunista, que si había sido hallado en posición indecorosa, muerto de un golpe en un basurero.

Su mujer, imbuida de un nacionalismo elemental, rupestre, solo sabía echar la culpa a la situación política, a la policía, al ansia por matar de los poderes del estado, que se habían concentrado en su hijo. Ella, ni tan siquiera creía que su hijo estuviera en un grupo comunista. Su mundo era el mundo romántico de “Amaya o los vascos en el siglo VIII”. Mikel se veía obligado a reclamar justicia en un mundo que no era justo por su propia naturaleza.

MARTES

Tenía unas ganas infinitas de hablar de ello, y, aunque tenía muy claro que no podía hacerlo directamente bajo ningún concepto, llamó a Carmen, a quien no veía desde hacía meses. Quedó con ella unos días después, el sábado, y se propuso no comentarle nada, pero no sabía si resistiría la tentación.

Carmen siempre la había admirado, necesitaba admirar a alguien cercano, y le había hecho su confidente. Sus consejos siempre le parecían perfectos, aunque Amalia no era pródiga en ellos. Prefería escuchar y hacer comentarios puntuales. Carmen le contaba todo, su relación con los chicos, cómo le iba en la facultad de filosofía y letras, sus inquietudes intelectuales, la literatura, la filosofía, incluso la política, aunque solo de manera especulativa, sin atreverse nunca a ninguna actividad relacionada. Tenía un pobre concepto de sí misma, y un verdadero pánico a exponerse al juicio de los demás. Solamente Amalia le escuchaba y le comprendía. Amalia sabía escuchar. Con ella, se sentía importante, comprendida y aceptada. Adoraba a Amalia. En alguna ocasión llegó a pensar si no sería lesbiana, pero no le atraía físicamente, aunque a veces había tenido que reprimir el deseo de besarle. Era más que nada una dependencia psicológica.

CENA DEL MARTES

Si el lunes su padre había llegado a casa hecho una furia, el martes llegó arrastrando los pies, preocupado, casi deprimido. Era más tarde de lo habitual. Su madre había estado despotricando por la ausencia de horarios y los sacrificios que hacía su marido sin que nadie se lo agradeciera. Pero cuando Pacheco llegó, al ver cómo venía, fue todo dulzura. Se acomodaron en la mesa de la cocina, llamó a Amalia y sirvió la cena. Cuando veía a Pacheco así, no le preguntaba nada. Sabía esperar pacientemente a que fuera él el que empezara a hablar.

—Si lo sé, hoy no me levanto. Me hubiera quedado en la cama, y tan ricamente.

—¿Otra vez los padres del difunto?

—Qué va. Esos han decidido que prefieren dar la lata al Gobernador civil para que este nos la dé a nosotros. Y ahora están empeñados, junto con sus abogados, con el tema de la autopsia. Están convencidos de que nosotros detuvimos al muchacho y le dimos una paliza de muerte. Y creo que el gobernador civil piensa lo mismo, porque ha denegado la segunda autopsia a pesar de las presiones. Por mí, autorizaba la autopsia y santas pascuas. No tenemos nada que ocultar.

—¿Entonces?

—Entonces, ahora se ha liado la marimorena. Esta mañana han encontrado a un periodista del Norte de Castilla muerto en su apartamento con un golpe en la cabeza con un objeto contundente. Estaba tumbado en el sofá, con los pantalones bajados hasta las rodillas.

—¿No habrá sido también con un ladrillo?

—No, con una escultura que representa la estatua de la libertad de Nueva York. Pero el modus operandi parece similar.

—¿También pertenecía a algún partido de izquierdas?

—¡Para nada! Era una buena persona. Se encargaba de las noticias políticas y sociales de Castilla, y sobre todo de Valladolid. Tenía muchas amistades en el régimen y muchos contactos por todos los lados. Estaba muy bien informado, y cuando se enteraba de algo que podía interesar a la policía, nos lo decía. A cambio, nosotros le filtrábamos también cosillas que le venían bien. Gracias a eso, muchas veces llegaba a los sitios antes que nadie.

Le encontraron los compañeros de redacción, que fueron a su casa extrañados de que no acudiera al trabajo ni contestara al teléfono.

Total, que, entre pitos y flautas, no me han dejado respirar ni un segundo. Con la prensa hemos topado. El asesinato de un periodista es siempre una noticia bomba, y tiene la dudosa virtud de poner en pie de guerra a toda la prensa. Ya tenemos una nube de periodistas en la puerta de la comisaría y, lo que es más preocupante, relacionando los dos asesinatos. Ya comienzan a preguntar si tenemos un asesino en serie, como en las películas.

—¿Y tú qué piensas?

—Tampoco es seguro que las dos muertes estén relacionadas. Puede ser una casualidad. Luis Rojo, como se llamaba, era muy ligón y se llevaba a estudiantes a su casa con bastante frecuencia. Tenía contactos con muchas chicas de izquierda que al final terminaban escamadas. Ya sabes, prometer, prometer… Así que pudo ser alguna novia despechada. En este caso, le golpearon con el borde del pedestal de la escultura, que era muy afilado, así que no hacía falta una fuerza sobrehumana.

No sé bien qué pensar. Todavía es pronto, pero parece que estuviéramos obligados a resolver los crímenes antes de que sucedan. El comisario me ha llamado a su despacho. Ya he recibido llamadas de todos los medios de comunicación. Me han llamado del Norte de Castilla al teléfono de mi despacho enfadadísimos, como si le hubiera matado yo. Esto se está pasando de castaño oscuro. En fin, vamos a pasar unas semanas muy agitadas, y todas las broncas me las voy a llevar yo, como no podía ser de otra manera. Los políticos se quitan el muerto de encima. Hasta el comisario jefe es, de alguna manera, un político, y yo estoy ahí abajo para quien quiera pisarme. ¡Qué asco!

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