—¡A que te meto una ostia!
—Vale, vale, concentraos en el informe y dejaos de tonterías.
—Bueno, pues sigo. En el pasillo tenían una vietnamita. Casi había que tener cuidado al entrar para no llevársela por delante. En la habitación del tal Jose y su pareja, Mariana, una máquina de escribir con calcos para la vietnamita y un montón de panfletos listos para repartir, convocando una huelga de estudiantes y poniendo de paso a parir al PC. También había periódicos de la LCR e informes de la 4ª internacional comunista. Los mismos panfletos, periódicos y demás basura que había en las habitaciones de Laura y Pedro, además de libros subversivos, apuntes de sus estudios y algún libro de lectura. Fotografiamos todo, y lo metimos en unas cajas que ahora estarán de camino a Madrid junto con los detenidos.
En la habitación de Laura había una verdadera plantación de marihuana en un armario. Cinco plantas de un metro de alto, y una luz especial para el crecimiento de las plantas, con un sistema de poleas para ir subiendo las luces según iban creciendo.
En la cocina había hojas de marihuana, secadas en el horno, envueltas en papel de periódico. Cuando les preguntamos, nos dijeron que eran unas plantas de cáñamo sin los efectos de la maría. Estaría bueno que fuera así. Todo ha ido a la científica, por si se les puede imputar también un delito de cultivo, tenencia y tráfico de drogas. En cuanto a huellas dactilares, había tantas por todos los lados que no creo que sirvan de gran cosa. Por supuesto, se tomó una muestra de todas. Puede que algún pez entre gordo y flaco anduviera por ahí. Pero, en cuanto al crimen, no tenemos huellas con las que comparar, así que no podemos sacar ninguna conclusión
—Muy bien. Vamos con el interrogatorio a los tres sospechosos. Ramón.
—Lo primero que tengo que decir, es que su declaración es una basura que no hay por dónde cogerla. Eran unos pardillos asustados que firmaron todo lo que se les puso delante.
—Y ¡ojo! Sin ponerles una mano encima. Si hay denuncias, la versión oficial, y lo que yo le transmitiré al comisario, es que las lesiones se las hicieron entre ellos, para luego denunciarnos por torturas. Pero nosotros no les tocamos ni un solo pelo ¿Ha quedado claro? En este punto no admitiré preguntas.
—A sus órdenes, inspector. Bueno, por no aburrir, el interrogatorio fue muy bien, los tres estaban muy asustados, sobre todo las chicas, que firmaron todo lo del registro del piso, la propaganda comunista, lo de la marihuana, aunque dicen que es cáñamo. A partir de ahí, firmaron hasta lo del asesinato.
Con el chico, José, la cosa fue un poco peor, y hubo que ponerle las cosas en su sitio, pero al final firmó todo menos lo del asesinato. Pero tenemos la declaración firmada de las chicas, que le ayudaron y le vieron cometer el crimen.
Lo que más nos llamó la atención fue la sorpresa de los tres cuando les dijimos que había muerto Pedro. Primero no se lo creyeron. Luego les entró verdadero pánico. Pensaban que le habíamos detenido y lo habíamos matado. Por eso, es francamente improbable que lo mataran ellos, o alguien de su grupo. No tienen coartada. Afirman que pasaron juntos toda la tarde, hablando de política y tomando cerveza. Pero no les vio nadie, ni nadie se acercó al piso.
—Este caso es muy complejo. Tenemos a un estudiante de medicina, miembro con toda probabilidad de una célula comunista, que vivía en un piso de estudiantes con otros miembros de la misma célula, asesinado en las afueras de la ciudad, en una posición bastante indecorosa. A pesar de que nos conviene acusar por el momento a sus compañeros del crimen, eso no se sostendrá durante mucho tiempo. Ni tan siquiera sabían que la causa de la detención era esa.
Cuando se haga pública la muerte de Pedro, que, por cierto, era vasco, no se va a creer nadie nuestra versión de la autoría, así que nos enfrentaremos a manifestaciones, asambleas y huelgas, culpándonos a nosotros de la muerte de ese muchacho. Nosotros somos la brigada criminal, así que, mientras les tengan retenidos en la BPS de Madrid, posiblemente aplicándoles un aislamiento prolongado, vamos a tener un tiempo de calma para poder investigar más tranquilos. Pero no nos confiemos. Mañana vienen los padres de Pedro, por lo visto, acompañados de un par de abogados. Ya han solicitado por vía oficial una segunda autopsia. Les recibiré yo, y no quiero que aparezca nadie por aquí mientras hablo con ellos.
LUNES. UN DÍA MARAVILLOSO
Esa noche había dormido profundamente. Un sueño reparador que hacía que viera la mañana con optimismo. Desayunó sin poder quitarse de la boca esa sonrisa, casi un poco estúpida. Su madre confundió la sonrisa. Estuvo preguntándole —ella pensaba que de una manera sutil— por la noche en que había llegado tan tarde, no en tono de reproche, sino para averiguar cómo se llamaba el chico que había conseguido ponerle esa preciosa sonrisa en la cara. Odiaba ese carácter manipulador de su madre. Siempre queriendo obligar a los demás a comportarse según el esquema que tenía en su mente para cada una de las personas que creía próximas. La odiaba. Odiaba ese esfuerzo por parecer joven, por parecer guapa, por parecer inteligente, por parecer, por parecer, por parecer… Solo las apariencias le interesaban. Pero, en realidad, era una manipuladora.
Tenía la tarde libre, así que se decidió a dar un paseo, dejándose llevar a donde quisieran sus pies.
UN ENCUENTRO FORTUITO
Luis Rojo era, se sentía, un triunfador. Redactor del Norte de Castilla, cronista local, siempre tenía información de primera mano. Se consideraba a sí mismo, y era considerado por sus jefes, el periodista mejor informado de Valladolid, al menos en el ámbito social y universitario. Sabía escuchar, y tenía una habilidad especial para dar confianza, por lo que todos los actores, políticos o no, de la sociedad se desahogaban con él, y le mantenían bien informado. Su relación era especial con la policía. De vez en cuando les pasaba información, asambleas, convocatorias de huelgas o manifestaciones, y a cambio él se enteraba de todo a veces incluso antes de que sucediera. Pero no era un chivato. Nunca dio un nombre que no fuera sobradamente conocido.
Tenía menos de cuarenta años. Bien parecido, alto, bien vestido, siempre informal, tenia un apartamento en la calle Santiago, bien acondicionado, con muebles modernos, lo que él llamaba “su picadero”. Tuvo un desengaño amoroso con veinte años, y decidió no volver a depender del amor jamás. Solo quería relaciones ocasionales, aunque tenía una facilidad enorme para jurar amor eterno y hacerse creer.
Era casi un experto en política universitaria, ámbito en el que se movía como pez en el agua. Ligaba bastante, casi siempre con estudiantes de los primeros años, y conseguía hacerse amigo de la progresía que deambulaba por las cafeterías de las distintas universidades. Sobre todo, le interesaba el ambiente próximo al PC, caladero en el que había echado las redes alguna vez. Los comunistas tenían unas simpatizantes muy guapas, pero los que estaban más arriba eran recelosos y desconfiados, sobre todo ellas, tibiamente feministas y con ganas de progresar en la política. Veían próximo el fin del régimen, y soñaban ya con un puesto en la vanguardia. Entró en el bar de la Facultad de Derecho y pidió un whisky con soda. Le gustaba el Dyc, pero pidió uno escocés, más que nada por preservar su imagen, tan laboriosamente conseguida. Entonces vio a Amalia, tomándose un café.
Se le acercó con la copa en la mano y la invitó. La conocía de los tiempos de la facultad, aunque nunca había hablado con ella excepto en grupo. El era mayor, y había estudiado periodismo ya hacía unos cuantos años, pero tenía una cierta amistad con media facultad, lo mismo que en Medicina, Ciencias o Filosofía y Letras.
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