Javier González Sanzol - Poder y destino

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En el Valladolid de 1974, un año antes de la muerte de Franco, Amalia no responde a ninguno de los parámetros del éxito social o personal. Belleza, juventud, inteligencia… Pero descubre la droga más poderosa: el poder. Y el poder es el poder sobre la vida y la muerte. Así, se convierte en la dueña del destino de los que la rodean.
Poder y destino combina la ambigüedad moral de los personajes con una sucesión de giros sorpresivos del argumento. Con escenas cortas, su estética cinematográfica logra gran fuerza dramática.

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Sentía una ligereza que no había sentido desde la infancia. Ayer había sufrido el interrogatorio de su padre, tercer grado, y el chantaje sentimental de su madre, que no había podido dormir, o eso dijo. Pero nada le afectaba, como si un escudo invisible le protegiera de las cosas habituales, vulgares, de la vida diaria. Había pasado el día como flotando, con una sensación de libertad y sosiego que no había sentido nunca. Y por la noche durmió de un tirón. Trabajó todo el día sin tener ni un solo roce con la señora Juliana. Fue a casa y estuvo un rato viendo la tele hasta la hora de cenar.

La cena era en muchas ocasiones el momento del análisis familiar del trabajo de su padre. Su madre era a la vez la consejera en la que descansaban todas sus preocupaciones.

—Dime, Pacheco, ¿qué tal han ido hoy las cosas?

Su madre le llamaba Pacheco o cariño. Nunca por su nombre de pila. Se llamaba Dionisio, y nunca le había gustado su nombre. Sin embargo, al llamarle Pacheco cuando iban a hablar de su trabajo, le colocaba en el nivel de inspector de policía que le podía corresponder.

Normalmente, Amelia no le daba demasiada importancia a estas conversaciones, que siempre versaban sobre los mismos temas. Generalmente conflictos sindicales, huelgas estudiantiles, manifestaciones, o prevención en torno a los partidos políticos. Sazonado todo con las protestas de Pacheco hacia el comisario, amigo suyo, pero que ocupaba un puesto para el que no estaba capacitado, según el criterio del inspector.

Amalia estaba aparentemente tan indiferente como siempre, escuchar, enterarse de todo y callar. Su padre decía que podría ser una buena policía de la secreta. Pero ese día, Amelia escuchaba atentamente.

—Tenemos el cadáver de un muchacho joven, estudiante de medicina, que ha aparecido en un descampado muerto de un ladrillazo en la cabeza. Y es un caso que no hay por dónde cogerlo, por lo menos por ahora. Estaba en un grupo de extrema izquierda, la LCR. Pero sería raro que, si es una venganza política, le maten con un ladrillazo. Además, es un grupo muy marginal que solo se dedica a lanzar panfletos y a tocar las narices en las manifestaciones. Son niños de papá queriendo hacerse los salvadores de la humanidad.

—Siempre os cargan el muerto de la política. Tal como están las cosas, nadie quiere meterse en esos líos. Y luego, cuando habéis hecho el trabajo sucio, vienen de Madrid a llevarse las medallas.

—Lola, nuestra policía es una policía política, no nos equivoquemos. El caudillo nos encomendó proteger a la patria de la amenaza liberal y marxista que quiere destruirla. Aunque, en esta ocasión, no parece que la política haya tenido que ver con esto, pero seguro que meten baza los de la BPS, la Brigada Político-Social. Yo no me creo nada. Habría que buscar por otro lado.

—¡Cherchez la femme!

—Por lo visto, acababa de romper con su novia, una cría muy mona y muy pija que estudia enfermería. Yo la descartaría de principio. No parece tener fuerza suficiente para abrirle la cabeza casi de parte a parte. Además, según la chica, fue ella la que le dejó. Y tiene coartada. Pero nunca se sabe.

—¿Y otro lío de faldas?

—Otro dato es que el cadáver tenía los pantalones bajados. Ramiro piensa que el chico podía ser un bujarrón muy tapado y haber tenido un mal encuentro con un puto. Pero, de ser así, le habrían quitado la cartera, el reloj y el dinero.

La madre se quedó pensativa. Pantalones bajados, altas horas, en una zona tan retirada, y próxima a una zona donde vivían muchos gitanos…

—Otra posibilidad, que no hay que descartar, son los celos. ¿Habéis pensado la posibilidad de que ligara esa noche y les sorprendiera un novio celoso en plena faena?

—Bueno, no podemos descartarlo, pero para eso se habría llevado a la chica a su casa, no a un descampado. De todas formas, era un descampado donde termina el barrio, y cerca solo había un cuartel de artillería y las últimas casas, habitadas por familias gitanas. No sé. De todas formas, buscaremos información por ahí y veremos si hay alguna pista, si alguien vio algo fuera de lo habitual.

En fin, que el caso está muy difícil en espera de la autopsia. Y mañana llamaremos a los padres para que vengan, vascos y de mucho dinero, nacionalistas, supongo. Así que nos van a dar por los cuatro costados. Como siempre, echarán la culpa a la policía, aliada con los fachas. Es posible que, en cuanto se sepa, tengamos jaleo en la universidad, asambleas, manifestaciones. Y, por supuesto, la presión mediática y de las autoridades al comisario, y este a mí, y yo a mis subordinados, como no puede ser de otra manera.

—¿Habéis pensado en sus propios compañeros de partido? Esta gente se toma cualquier discrepancia, cualquier idea alternativa, como un delito contra el pueblo, o cosa parecida. Y cabe la posibilidad de que hayan sospechado un chivatazo. Tampoco descartaría a los de Fuerza Nueva, que son capaces de cualquier barbaridad.

—Mª Dolores, con los de Fuerza Nueva, ni mirarlos. Tienen todas las simpatías del Gobernador Civil, y posiblemente no hacen nada sin consultarlo con él, y una insinuación al respecto me costaría el puesto. Además, esos están obsesionados con el PC y los sindicatos. Los grupos marginales de izquierda les vienen bien para provocarse alguna vez si se encuentran y hacerse los valientes enseñando las pistolitas de tapadillo. Pero nunca matarían a un rojo de un ladrillazo, y menos aún después de bajarle los pantalones.

En cuanto a sus compañeros de partido, no creo que sean capaces de semejante cosa. Son los maestros de la elucubración política. Son capaces de pasarse horas discutiendo sobre la estrategia y la táctica a seguir por los trotskistas en Angola, y no llegar a un acuerdo en una conversación entre ellos sobre si hay que declarar la “Huelga General Revolucionaria” mañana, o dentro de tres días. Pero coger un ladrillo y partirle la cabeza a uno, eso les llevaría cien años de discusiones para no llegar nunca a ninguna conclusión.

—Entonces, ¿Qué pensáis hacer? Porque si os quedáis quietos, a verlas venir, os van a caer palos por todos los lados. Tenéis que empezar a detener a gente, aunque no tenga nada que ver. Yo detendría primero a los de su partido, y aunque no podáis cargarles el muerto, nunca mejor dicho, siempre podéis decir que habéis desarticulado una célula comunista.

—Eso ya lo hemos pensado. De hecho, esta madrugada hemos detenido a sus compañeros de piso, que también son compinches de célula, antes de que corra la noticia, y los tendremos aislados un par de días, hasta que estén blanditos, sin decirles ni mu de lo que pasa. Con esta gente, basta muy poca presión para que confiesen hasta el asesinato de Kennedy. Así, por lo menos, vamos a tener un as en la manga mientras investigamos con algo más de tranquilidad.

—Incluso, con un poco de suerte, podríais tener ya algún culpable definitivo en caso de que haya sido un crimen ocasional que no se llegue a solucionar nunca. Y, total, esos estúpidos son carne de cañón manipulables por unos o por otros.

Amelia escuchaba todo esto con verdadero interés y una sonrisa en la boca. Su madre llevaba la voz cantante. Nunca había visto a su padre contradecirla en nada. Los esfuerzos para llegar a conclusiones lógicas de sus padres le daban un poco de pena. Resonaba en su cabeza la palabra destino, la llave maestra que podía explicarlo todo. El destino del que ella había sido la mano ejecutora, la Moira, cumpliendo los designios de la Parca.

—Hija, te has quedado pensativa, y con una sonrisa que parece como si estuvieras a la vuelta de todo lo que estamos hablando. Dime, ¿qué piensa mi investigadora favorita de todo esto?

—Papá, sabes que no serviría para investigar asesinatos, ni crímenes truculentos, ni nada parecido. Me horroriza la sangre y la violencia en general. Soy pacifista por naturaleza, y siento horror por la miseria humana. Pero, si quieres saber mi opinión, alguien ha sido la mano ejecutora de un destino que estaba escrito en el firmamento. Y ese alguien u otro seguirá haciendo girar la rueda que marca el futuro de algunos hombres privilegiados.

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