Leonardo Boff - San José, la personificación del Padre

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San José, la personificación del Padre: краткое содержание, описание и аннотация

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En primer lugar trata de conocer con más detalles al mismo san José como trabajador, esposo, padre y educador. Después expone de qué manera san José ilumina las cuestiones actuales de la familia y de la figura tan cuestionada del padre. Finalmente nos muestra cómo nos ayuda san José a entender las facetas nuevas del misterio de Dios, en cuya encarnación no sólo asumió la realidad de Jesús, sino también fue «asumida» la paternidad humana de José (Redemptoris custos 21).
Para el logro de estas metas, hay que tener en cuenta que san José no nos dejó ni siquiera una palabra. Sólo tuvo sueños, que él seguía incluso sin entenderlos. Su lenguaje era otro: san José hablaba con las manos en la carpintería; con los brazos, cargando al niño Jesús; con los pies, caminando hacia el exilio de Egipto; con el amor, estando junto a María; y con el cuidado, garantizando el sustento de la Sagrada Familia. Es modelo de los cristianos, ejemplo de gente buena y patrón de la Iglesia doméstica. Son interesantes las palabras de Paulo Coelho, gran devoto de san José: «Me gusta pensar que la mesa en la que Cristo consagró el pan y el vino habría sido hecha por José, porque allí estaría la mano de un carpintero anónimo, que se ganaba la vida con el sudor de su rostro y, precisamente por ello, permitía que los milagros se manifestasen».

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Lo que sabemos bien es que, de acuerdo con la tradición judaica, un hombre se solía casar de verdad, es decir, comenzaba a cohabitar con la mujer a partir de los 18 años. Según esa tradición, José tendría esa edad, un poco más o un poco menos, cuando resolvió vivir con María.

Nada se dice sobre si era viudo o viejo. Esa presunción es posterior; proviene de los apócrifos, por las razones aducidas anteriormen­te. Consiguientemente, debemos imaginar a José como padre joven, entre los 18 y 20 años 2. Como veremos después, la expresión herma­nosy hermanas no se ha de entender necesariamente como la entende­mos hoy, como hermanos y hermanas por la sangre. En la manera judaica de entender la familia ampliada, los primos y parientes cerca­nos eran llamados y tenidos como hermanos y hermanas.

Lucas y Mateo, los evangelistas que nos narran algo de la infancia de Jesús, nada nos dicen acerca de la muerte de José. Lo cierto es que en ningún momento de la vida pública de Jesús, comenzada cuando él tenía alrededor de treinta años de edad, de acuerdo con la informa­ción de san Lucas (cf 3, 23), apareció José en público al lado de Jesús. La última vez fue cuando Jesús, a la edad de 12 años (acercándose ya a la edad adulta que era a los 13), fue con sus padres al Templo de Jeru­salén, ocasión en que se quedó allí mientras la caravana de Nazaret emprendía el regreso. José y María lo encuentran y manifiestan su pe­sadumbre. Después de eso, la figura de José desaparece totalmente. Se presume que habría muerto por esa época o un poco posterior­ mente. La expectativa de vida de un ciudadano romano o judío en aquella época era de 22 años aproximadamente. José debe haber pa­sado esa barrera común.

También es seguro que José no estuvo al pie de la cruz, como estu­vieron María, otras mujeres y Juan. El hecho de que, en la cruz, Jesús haya pedido al apóstol Juan tomar a María bajo su cuidado (Jn 19, 27) nos revela que José ya no vivía.

4. ¿Había amor entre José y María?

Otros preguntan: dada la singularidad de la relación existente en­tre José y María, ¿habría realmente amor entre ellos? Daremos una respuesta más detallada en el capítulo siguiente. Aquí nos con­tentaremos con la reflexión de un filósofo católico, de los más renom­brados del siglo XX, Jean Guitton. En su libro La Vierge Marie reflexiona de manera tan convincente que nos ahorra muchas pala­bras:

En general nos hacen creer que María no amó a José realmente. Mds bien encontró en él un protector, una especie de sombra que encubría a los ojos de los otros lo que estaba sucediendo en su seno. De manera seme­jante también nos hacen creer que José amaba a María como un patriar­ca ama una criatura que le ha sido confiada. Si así fuere efectivamente el amor no habría tenido lugar en la vida de ellos. Pero preguntamos: ¿por qué razón no habría amado José? ¿Por qué no habría correspondido al amor de María? ¿No habría sentido también él la necesidad de cariño, en las tardes tranquilas, al volver cansado del trabajo? ¿No respondió al amor con amor? Sí, José experimentó el amor en una forma absoluta­mente inexpresable, faerte como los torrentes de las montañas, tranquilo y suave como un lago sereno y con el frescor del agua de una fuente cristafina. El amor del hombre se amolda al amor de la mujer, que, como há­bil educadora, le modera el impulso para que se transforme en cuidado y ternura, que lo hace capaz de recibir y dar. El amor de María y de José en la casa de Nazaret es semejante al amor de Adán y Eva en el paraíso terrenal, antes de la caída. En un momento, en la primera mañana del mundo, surgió el amor entre Adán y Eva. Así ocurrió también entre José y María 3.

Ellos se veían como criaturas humanas y no como semidioses. Todo lo que es realmente humano, como el amor, el afecto y la ter­nura, podía aflorar en ellos. Podemos imaginar sus diálogos acerca del misterio que estaba ocurriendo en María. Y la curiosidad: ¿qué va a pasar con el niño? ¿Cómo será él la "alegría para todo el pueblo" o el ''signo de contradicción? (Lc 2, 34). ¿Qué quiere decir que será Emma­nuel ("Dios con nosotros") y Jesús ("Dios que salva!)? Y se llenaban de respeto mutuo, al sentirse implicados en una historia que ellos no habían inventado ni estaban en condiciones de controlar y, sin em­bargo, acogían con unción y reverencia, aunque sin entender todos los detalles; lo que, según el evangelista san Lucas (cf 2, 51), les servía de reflexión y meditación.

La virginidad perpetua de María depende de la aceptación y del apoyo de José. Eso no significa que no hubiese cariño e intimidad en­tre los dos. El cardenal León- Joseph Suenens, una de las figuras cen­trales del Concilio Vaticano II (1962-1965) y eminente teólogo, dice tal vez con un pequeño acento de exaltación:

En el corazón de esta familia de Nazaret existe una mujer, María, y su esposo, José. Su unión realiza la plenitud del amor terreno. María amó a José como tal vez ninguna otra mujer haya amado. José era para ella una permanente alegría. Ambos se aman plenamente y en perfecta sinto­nía con el llamamiento que habían recibido. La renuncia a tener hijos, además de Jesús, no representa ningún obstáculo para el amor, al contra­rio, lo eleva y fortalece. María alcanzó solamente con José, su esposo, la plena intimidad. José vio en María sólo una criatura humana y como tal la acogió. Con ella conoció una intimidad sin precedentes, la intimi­dad del amor que es tan grande como el mundo 4.

Pero seamos realistas: las tensiones, los pequeños disgustos en la lucha cotidiana y en el desarrollo de la confianza, son propios de la condición humana. Así debe haber ocurrido en las relaciones de José y María. Si no, ¿cómo se hubiera profundizado su unión? ¿Cómo se hubieran fortalecido sus virtudes? Las limitaciones de la fragilidad humana son ocasiones de purificación y maduración.

Nuestra cultura dominante, envenenada por un erotismo exacer­bado y comercial, difícilmente entiende las afirmaciones que hicimos acerca del amor entre José y María. Ha reducido el amor y sus múlti­ples formas de realización. Asocia tan estrechamente amor y sexuali­dad-genitalidad que se ha hecho incapaz de entender un amor que vaya más allá de esa forma de expresarse. Eso no sólo con respecto a José y a María, sino también con respecto a parejas de ancianos o per­sonas que se unen profundamente en un nivel espiritual. Y así no en­tiende o mal entiende el amor entre dos personas de excepcional grandeza humana y ética como María y José.

De cualquier modo, podemos imaginar la fuerza y la dulzura, la ternura y el vigor que mostraba el papá José a Jesús, su hijo. José, como todo papá toma tiernamente a su hijo, lo levanta hasta su ros­tro, lo llena de besos, le dice palabras dulces, lo arrulla con movi­mientos suaves. Cuando ya ha crecido lo carga en sus espaldas, juega con él en el suelo; como carpintero le hace juguetes de madera, carri­tos, ovejitas, vaquitas, bueyes. Todo adolescente necesita un modelo con quien compararse, en quien sentir firmeza y seguridad, experi­mentar sus limitaciones y capacidades y, al mismo tiempo, dulzura y ternura. José asumió la función psíquica de Edipo que acoge e impo­ne límites, que tiene sentido de autoridad y obliga a madurar.

5. ¿Tiene sentido un matrimonio entre María y José?

Otros preguntan y argumentan: si María era virgen y concibió por acción del Espíritu Santo, ¿por qué no siguió viviendo sola y virgen? ¿Por qué tenía que casarse con José?

Este tema ha sido tratado detalladamente en la tradición y en la teología 5. No es necesario proponer aquí los argumentos de esa dis­cusión. Sólo nos referiremos a tres que nos parecen relevantes todavía hoy.

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