Leonardo Boff - San José, la personificación del Padre

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San José, la personificación del Padre: краткое содержание, описание и аннотация

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En primer lugar trata de conocer con más detalles al mismo san José como trabajador, esposo, padre y educador. Después expone de qué manera san José ilumina las cuestiones actuales de la familia y de la figura tan cuestionada del padre. Finalmente nos muestra cómo nos ayuda san José a entender las facetas nuevas del misterio de Dios, en cuya encarnación no sólo asumió la realidad de Jesús, sino también fue «asumida» la paternidad humana de José (Redemptoris custos 21).
Para el logro de estas metas, hay que tener en cuenta que san José no nos dejó ni siquiera una palabra. Sólo tuvo sueños, que él seguía incluso sin entenderlos. Su lenguaje era otro: san José hablaba con las manos en la carpintería; con los brazos, cargando al niño Jesús; con los pies, caminando hacia el exilio de Egipto; con el amor, estando junto a María; y con el cuidado, garantizando el sustento de la Sagrada Familia. Es modelo de los cristianos, ejemplo de gente buena y patrón de la Iglesia doméstica. Son interesantes las palabras de Paulo Coelho, gran devoto de san José: «Me gusta pensar que la mesa en la que Cristo consagró el pan y el vino habría sido hecha por José, porque allí estaría la mano de un carpintero anónimo, que se ganaba la vida con el sudor de su rostro y, precisamente por ello, permitía que los milagros se manifestasen».

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Muchos puntos aquí señalados serán aclarados a lo largo esta obra. Ahora sólo enumeramos los principales; así preparamos el campo para una reflexión más fluida después.

l. José, ¿un hombre sin mujer?

En primer lugar, no son pocos los que muestran extrañeza ante la situación singular de san José. Dicen: José es un hombre sin mujer, María una mujer sin hombre y Jesús un niño sin padre.

A éstos hemos de recordar que los textos del Nuevo Testamento afirman claramente que José tiene su mujer (cf Mt 1, 20.24), fue pri­mero novio (cf Mt 1, 18; Lc 1, 27) y después esposo (cf Mt 1, 16.19).

Era el hombre de María (cf Mt 1, 16. 18. 20. 24; Lc 1, 27; 2, 5), su único esposo.

María tuvo su hombre, José, su novio y marido (cf Mt 1, 16.19). Vi­vieron juntos (cf Mt 1, 24) y moraron en Nazaret (cf Mt 2, 23). Por eso, no obstante la concepción virginal y la virginidad preservada de María (Mt 1, 18-25; Lc 1, 26-38), los evangelios no dudan en llamar a José es­ poso de María ya María esposa de José (cf Mt 1, 16. 18-20; Lc 1, 27).

El hijo de María se convierte también en hijo de José, en razón del vínculo matrimonial que los une. Por eso los evangelios lo reconocen como el hijo de José (cfLc 3, 23; 4, 22b; Jn 1, 45; 6, 42) o el hijo del carpintero (cf Mt 13, 55), de quien aprendió la profesión, pues tam­bién lo llaman carpintero.

Constituyen una sola familia, que está presente y unida con oca­sión del nacimiento de Jesús; que experimenta el temor de la mortal persecución de Herodes, que quería sacrificar a los niños de la región de Belén, donde nació Jesús; que pasaron juntos por las amarguras de una huida apresurada a Egipto; que volvieron después de allí y fue­ron, literalmente, a esconderse a Nazaret, porque Arquelao, hijo de Herodes, reinaba en Judea y, tan sanguinario como su padre, podría querer todavía matar al niño Jesús.

En esa pequeña villa, como todos los padres piadosos, cumplen también con los ritos de la purificación, de la circuncisión y de la presentación en el Templo, inician al hijo en las fiestas sagradas y se afligen, juntos, cuando el Niño, de 12 años, no se incorpora a la ca­ravana para regresar a Nazaret y se entretiene en el Templo.

El hecho de la gravidez, misteriosa por ser obra del Espíritu Santo y no de José, no impide que haya una familia. Hay una visión pobre y re­duccionista que, cuando piensa en familia, piensa sólo en la cama de la pareja, como si la sexualidad fuese todo en la vida de una familia. Desde el punto de vista más global, pensando en todos los elementos que hacen una vida de pareja, especialmente el mutuo compromiso y la responsabi­lidad compartida, María y José forman una auténtica familia. Los bienes son comunes, común el estilo de vida, comunes las preocupaciones, co­mún la responsabilidad de educar al hijo 1. José, por tanto, no es padre por casualidad; tampoco María es madre por accidente.

2. ¿Una familia de desiguales?

En segundo lugar, señalan algunos, esta es una familia extraña, pues las relaciones entre los miembros son absolutamente desiguales. María es sierva del Señor (cf Lc 1, 38), José proveedor y padre putati­vo (cf Lc 3, 23) y Jesús, la encarnación del Verbo, que es Dios (cf Jn 1, 14). María habla y medita, guardando las cosas en el corazón; Jesús habla y hace milagros; José calla y sólo sueña. ¿Cómo articular esas diferencias dentro de una misma familia? ¿No harían de la familia una realidad meramente virtual?

A eso respondemos que los relatos evangélicos no dan base para tal excentricidad. Los evangelios nos muestran una familia normal, uni­da; hablan de los padres que van al Templo y, como padres, se preo­cupan por la desaparición del hijo y, finalmente, dicen que el Niño les era sumiso (cf Lc 3, 51).

La tesis que sustentamos en nuestro libro evita cualquier desequi­librio, pues Dios, tal como es, Padre, Hijo y Espíritu Santo, por tanto como Familia divina, deja de ser Trinidad y Familia inmanente, en­cerrada en su inefable misterio, y se hace trinidad y familia histórica, por cuanto se acerca a la existencia humana y se personaliza, asu­miendo el Padre a José; el Hijo, a Jesús; y el Espíritu Santo, a María. De ese modo, reina un perfecto equilibrio. Cada uno es diferente, pero todos entretejen una relación íntima y singular, de orden hipos­tático -como discutiremos más adelante-, con las respectivas per­sonas divinas. Cada persona de la familia humana personaliza una Persona de la Familia divina.

3. José, ¿anciano y viudo?

Otros imaginan a María como una especie de hermana en un con­vento de monjas de clausura. José sería más su guardián y protector que esposo, un patriarca anciano, canoso y con barbas blancas, que lleva al niño Jesús en un brazo, y un ramo de lirios, que simboliza su castidad, en el otro.

Estas imágenes no tienen base en los evangelios. Proceden de la imaginación, a veces fantástica, de los evangelios apócrifos, que re­presentan la teología popular de los estratos cristianos no letrados de los primeros siglos. Veremos todo esto con detalle en uno de los capí­tulos de este libro.

María aparece en los evangelios como una mujer piadosa, que dice al ángel "sí, hágase" (Lc 1, 38) y se siente sierva ante el ofrecimiento de Dios. Pero al mismo tiempo es la mujer fuerte, cuyo atrevido discurso del canto del Magníficat podría parecer más bien una proclamación re­volucionaria para un comicio político popular. Tiene la valentía de hablar del Dios que "despojó a los poderosos de sus tronos y exaltó a los humildes, llenó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías" (Lc 1, 52.53). En fin, una mujer que enfrentó el riesgo de la muerte de su bebé a manos del cruel Herodes y por eso tuvo que huir al exilio, con todos los peligros que tal fuga implicaba.

José corre el riesgo de la maledicencia al tomar consigo a María, su novia, ya grávida por el Espíritu Santo. Tiene el valor de actuar con­tra el sentir común de la gente y llevarla a su casa (cf Mt 1, 24). Asu­me las funciones propias del padre que asiste en el nacimiento, que toma la iniciativa de huir a Egipto y elige el momento de volver, que junto con su esposa hace lo que todo padre educador hacía con res­pecto a los deberes religiosos, que se preocupa por la pérdida del hijo. Todas estas cosas tienen que ver más con un padre comprometido se­riamente en su misión familiar que con un simple protector y celoso proveedor.

Con respecto a las barbas, a las canas blancas y a la edad, los evan­gelios, no dan ninguna pista que pueda sugerir la edad de José. Fue­ron los evangelios apócrifos, surgidos trescientos o cuatrocientos años después, los que inventaron la edad de José. Hemos de tener en cuenta el contexto en que fueron escritos: las preocupaciones apolo­géticas por justificar la existencia de hermanos y hermanas de Jesús de que hablan los evangelios --que serían entonces fruto de un primer matrimonio- y la necesidad de defender la virginidad de María, atestiguada también por los evangelistas.

En función de esta perspectiva, los apócrifos presentan un José viudo y anciano, pero tan anciano que, por impotencia, no pondría en riesgo, aunque quisiese, la virginidad de María. El libro apócrifo La historia de José el carpintero habla, como veremos más adelante, de un primer matrimonio de José a los cuarenta años. Vivió con su pri­mera mujer cerca de 49 años y tuvo con ella hijos e hijas (las "herma­nas" y los "hermanos" de Jesús). Solamente a la edad de 93 años se habría casado con María y habría vivido con ella 18 años. Habría muerto, pues, a los 111 años de edad, sumados todos los años. Tales afirmaciones sólo tienen fundamento en la imaginación piadosa.

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