Pero la consciencia clara sólo se alcanzó gracias al conocido teólogo jesuita Francisco Suárez (1617), maestro en la Universidad de Salamanca. En su comentario sobre "Los misterios de la vida de Cristo" dio un salto cualitativo. Por primera vez situó el ministerio de san José en el orden hipostático, orden propio de las personas divinas. Esto significa que José no es sólo un hombre justo y lleno de virtudes, digno de ser el padre de Jesús, sino que, además, su presencia y minis terio guardan una relación tan profunda con el misterio de la encarnación que, de alguna manera, también participa en él. Acuñó la expresión que ya no saldrá del vocabulario teológico: "José pertenece al orden de la unión hipostática" (pertinet ad unionem hypostaticam). Esto ocurrió en el siglo XVII.
Fueron necesarios dos siglos más para dar otro paso. Fue, en efecto, hacia finales del siglo XIX, cuando teólogos como G. M. Piccirelli y L. Bellover, y en el siglo XXA. Michel, B. Llamera y especialmente el teólogo canadiense-brasileño Paul-Eugene Charbonneau, fundamentaron y divulgaron esa visión. Seguramente la obra más convincente es la de Charbonneau, en cuya tesis de doctorado en Montreal afirma con todo el rigor del discurso teológico que san José pertenece al orden hipostático (1961) 5, pertenece, por tanto, al orden divino.
Así entendido, en san José ya no se ve sólo su lado humano, como esposo y padre, sino también su lado divino, su relación con la segunda persona de la Santísima Trinidad que se encarnó en Jesús. Este Jesús es hijo de su esposa María y fruto del Espíritu Santo, pero asumido por José como su hijo, con todas las vinculaciones que la paternidad implica.
Esta idea de la relación hipostática de san José con el Hijo de Dios se ha vuelto tan común entre los teólogos que el magisterio de la Iglesia, en la Exhortación Apostólica sobre san José, Redemptoris Custos (1989), de Juan Pablo 11, llega a decir claramente que, en el misterio de la encarnación, Dios no sólo asumió la realidad de Jesús, sino también "fue 'asumida' la paternidad humana de José" (n 21).
Se llegó a un nivel más alto de consciencia con André Doze, en su libro Joseph, ombre du Pere ("José, sombra del Padre") 6. Se afirma en este libro una relación singular de José, padre de Jesús, con el Padre celestial. Se elige la expresión sombra asociada a otras -tienda, nubey taberndculo-, como analizaremos más adelante, que en el Primer Testamento quiere expresar la presencia densa y poderosa de Dios en medio del pueblo de Israel o en el Templo de Jerusalén. Sombra nunca se entendió como mera metáora, sino como figura para dar un contenido real y ontológico a la presencia de Dios. Se dice que el Padre celestial tiene en san José esta presencia, fuerte y real.
El último paso lo dio un brasileño, fray Adauto Schumaker, que trabajó durante más de cincuenta años en la región amazónica del Estado do Maranhao. El día de san José, el 19 de marzo de 1987, tuvo la intuición que consignó por escrito y divulgó por donde pudo: que san José es "la personificación del Padre", así como Jesús es la personificación del Hijo, y María del Espíritu Santo 7. Con eso se llegaba a una cumbre insuperable.
Nosotros retomaremos esas afirmaciones y trataremos de construir un soporte teológico riguroso, que nos permita decir: san José, en efecto, se nos presenta como la personificación del Padre.
No sólo su ministerio (lo que él hizo) pertenece al orden hipostático, como quería Suárez, ni san José es sólo la "sombra" del Padre, como sostiene Doze. San José es el mismo Padre presente, personalizado e historizado en su persona, como intuyó fray Adauto Schumaker y nosotros reafirmamos.
El círculo se cierra: toda la Trinidad asumió nuestra condición humana y mora entre nosotros. La Trinidad celeste del Padre, Hijo y Espíritu Santo se hizo Trinidad terrestre en Jesús, María y José. Más adelante entenderemos a la Santísima Trinidad como Familia divina que, como tal, se personifica en la familia humana, en la familia de Jesús, María y José.
Para beneficio de nuestra tesis procuraremos recoger lo mejor del pasado y, al mismo tiempo, incorporar las aportaciones de otros saberes que nos vienen de la antropología filosófica, de la tradición psicoanalítica y de la moderna cosmología. De este modo resituaremos a san José en el conjunto de las verdades de la fe cristiana, ofreceremos buenas razones para una piedad más sostenible y tendremos más motivos para alabar y bendecir a Dios que se dignó entregársenos totalmente en las figuras que forman la Trinidad terrestre, reflejo histórico de la Trinidad celeste.
La teología que nació de la alabanza (doxología) vuelve de nuevo a la misma alabanza, ahora, sin embargo, enriquecida con más razones para cantar y bendecir.
1Los libros de estos autores se citarán oportunamente a lo largo de este estudio.
2Véase R. Gauthier, Bibliographie sur SaintJoseph et la Sainte Famille, Montréal, Oratoire Saim-Joseph, 1999, con 1365 páginas; véanse también los sitios en in ternet con la bibliografía josefina: www.jozefologia.pl/bibliografia.htm; www.redemptoriscustos.org/bibliof_es.html.
3Para un estudio más preciso sobre este tema, véase Leonardo Boff, A Trindade e a Sociedade, 5ª. ed., Vozes, Petrópolis, 2003, o su versión simplificada: A SS. Trindade é a melhor comunidade, 7ª ed., Vozes, Petrópolis, 1993.
4Véase en el capítulo VI un resumen histórico más detallado de esta cuestión.
5Véase P.-E. Charbonneau, Saint-joseph appartient-il al' ordre de l' union hypos tatique? Montréal, Centre de Recherche Oratoire de Saint-Joseph et Faculté de Théologie, 1961.
6A. Doze,Joseph, ombre du Pere, Éditons du Lion de Juda, 1989; véase también Dobraczynski, L'ombra del Padre. II romanzo de Giuseppe, Brescia, 1982.
7Véase el manuscrito más importante, "Josefologia: o Pai 'personificado"', del 19 de marzo de 1987, analizado en el capítulo VII.
II
ACLARAR MALENTENDIDOS Y ESTEREOTIPOS
La figura de san José está llena de ambigüedades. Por un lado, es el buen esposo de María, el padre de Jesús, el trabajador. Los fieles le rinden especial cariño en su corazón. Millones y millones de personas de la cultura occidental -mundial- llevan el nombre de José. Centenares de movimientos religiosos, tanto de personas consagradas a Dios, como de laicos en medio del mundo, tienen a san José como patrón. Ciudades, plazas, calles, puentes, hospitales, escuelas y, sobre todo, iglesias, llevan el nombre de san José. Lo llevamos en el paisaje de nuestra cultura, familiar y pública.
Por otro lado, san José es el prototipo de la persona que sólo ayuda, silenciosa y anónima, cuya vida poco conocemos. Nadie sabe quién fue exactamente su padre, su madre, ni qué edad tenía cuando se desposó con María, ni cómo y cuándo murió. Es una sombra, aunque bienhechora.
Al lado de las cosas altamente positivas ligadas a su persona, hay también versiones, clichés y malentendidos que, desde los primeros tiempos, especialmente a causa de los apócrifos, atravesaron los siglos y llegaron hasta nosotros.
Aunque esas versiones sean cuestionables, servirán de sustrato para el imaginario que se expresó en la pintura, en las artes plásticas y en la literatura. No se apartan de nuestros ojos las escenas idílicas del nacimiento y del pesebre, donde el Niño, recostado entre el buey y el asno, tiene a su lado a María y a José, inclinados y reverentes ante el misterio de la ternura divina. Del mismo modo, el buen ancianito que carga al niño Jesús en sus brazos y lo estrecha con cariño y asombro, pues sabe que carga un misterio.
Pero como queremos hacer una obra de reflexión crítica, actualizada y de teología creativa, sentimos la necesidad de limpiar previamente el terreno. Es necesario, por tanto, deshacer prejuicios y superar clichés incrustados en el imaginario cristiano. Es semejante al proceso de limpiar los ojos. No destruimos las lentes, sino las lavamos para poder ver mejor a través de ellas. Así, vamos a aprovechar al máximo la tradición de los apócrifos, por los fragmentos de verdad que contienen, pero también debemos reconocer sus límites y los desvíos que pueden ocasionar.
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