Actuel Marx N° 26 - Sexo-Género/Raza/Clase. Latinoamérica desde una óptica interseccional

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En la década del 80, terminada la 2da ola feminista, surge en EEUU el concepto de interseccionalidad. El que expande su uso hacia las cs. sociales, valorado como una oportunidad teórica para comprender la complejidad de la desigualdad social.

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En el párrafo de arriba utilizamos la palabra «prefigurar», siguiendo a Williams 18, a fin de resaltar dos cuestiones. Por un lado, que la relación capital/trabajo si bien «determina» las relaciones entre los sujetos, no lo hace como una fuerza externa o preexistente que controla absolutamente sus respuestas, sino como una fuerza que fija los límites de las acciones posibles. Por otro lado, comprender la naturaleza de esta prefiguración supone, asimismo, considerar que la forma de relación entre capital/trabajo no existe por sí misma, sino como forma pervertida o fetichizada en una multiplicidad de relaciones cuya condición previa –y continuamente reproducida– es el divorcio del trabajo de sus medios y condiciones. Esta separación se manifiesta cualitativamente de diversas maneras y, muchas veces, de formas no directamente aprehensibles en la experiencia más inmediata y concreta de las condiciones de vida 19. En otras palabras, las relaciones y condiciones en las que viven los sujetos, y sobre las que pelearán y lucharán, se presentan desde una complejidad oblicua, móvil y también paradójica.

Ahora bien, esta centralidad de la relación capital/trabajo en la organización de las relaciones sociales exige, igualmente, rechazar cualquier comprensión restrictiva del mundo del trabajo; en su lugar se propone tratarlo en su sentido más amplio, como un proceso por el cual los hombres y mujeres se configuran o resisten a esa dinámica de producción explotadora de cuerpos, de recursos y de naturaleza. Visto así, pierden horizonte los calurosos debates que intentan dirimir si la relación capital/trabajo es la única que estructura el resto de las relaciones de dominación; o si, por el contrario, este papel lo ocupan otras relaciones y contradicciones –otrora despreciadas como «superestructurales» o «culturales»– como lo son las de género, de raza, las religiosas, entre otras. En la medida en que en una determinada formación social y en un momento histórico dado, todas estas fuerzas se presenten estructurando, produciendo o mediando las condiciones de existencia mediatas e inmediatas para los sujetos en relación a otros sujetos, son, en consecuencia, «básicas» y no meramente «superestructurales» 20.

Entender de esta manera la multiplicidad de procesos contestatarios en el mundo capitalista neoliberal actual no puede llevarnos a rehabilitar un concepto reduccionista y estático de clase , sino que exige navegar otros principios y otra arquitectura de su relación. Desde una mirada que rescata la posibilidad y el horizonte de la acción política de los sujetos, nuestra propuesta elige reubicar la noción de clase dentro del proceso y del campo antagonista de la lucha. De la mano de las observaciones de diversos autores contemporáneos 21, y reconociendo la influencia tripartita de Marx, Gramsci y Thompson, lo anterior nos lleva a destacar como indispensables dos claves conceptuales e interpretativas: la clase como proceso en constitución y la clase como lucha antagónica.

Lo anterior supone suspender las miradas que asumen que la clase es una condición dada ya por alguna posición prefijada de los hombres y mujeres en la estructura social; ya por la simple posesión/desposesión de medios de producción y vida; o, incluso, como una cualidad derivada de la presencia de algún tipo de atributo intrínseco o esencial a determinado conjunto de individuos. Estas posiciones dejan traslucir una visión reificada de la clase que «es definida y a la vez se define a sí misma como un grupo con cierto tipo de atributos estables ligados a una ‘colocación’ dentro del sistema (organización sindical, lucha por el salario, identidad con el Estado de Bienestar, etcétera)» 22, dando cuenta no necesariamente de una «realidad objetiva» sino, más bien, de una construcción ideológica subjetiva que opera, se reproduce y constriñe a los mismos sujetos que se nombran como «clase».

Por el contrario, hablar de clase es hablar de un proceso de constitución de sujetos políticos, pero de un proceso que no es «cualquier proceso». Es que la clase remite a una forma de subjetividad política en la cual los sujetos se reconocen y actúan en el marco de un conjunto de enfrentamientos antagónicos que tienen con otros sujetos por establecer, reorganizar o alterar sus condiciones sociales de existencia. Esas condiciones no son otra cosa que la sedimentación de relaciones sociales que regulan y organizan histórica y contradictoriamente dinámicas culturales, sociales, ideológicas, institucionales y políticas en las que esos sujetos viven y, ocasionalmente, luchan. Así, la constitución de clase es un devenir posible (mas no necesario) a partir del momento en que un colectivo social asume una «disposición a la lucha» 23originada en una experiencia común de específicas e históricas condiciones de vida.

Ello es lo que habilita potencial o actualmente antagonismos y contiendas de intereses y grupos. Es decir, las contradicciones inmanentes a las relaciones sociales capitalistas «disponen» o «crean las condiciones» a participar de una lucha política, por lo que son potencialmente «conflictivas». Pero la lucha política y los sujetos que a partir de ella se constituyen no se activan «automáticamente». La comprensión de la clase , en tanto sujeto político, es siempre un estado potencial cuya condensación como tal depende tanto de las tensiones estructurantes de las relaciones sociales, como del proceso de subjetividad política que se despliega y desarrolla a partir de aquellas contradicciones y conflictos.

Entonces, como advierten Gramsci y Thompson, el estudio de la clase no debe abordarse desde una perspectiva de sujetos constituidos , sino más bien como un espacio heterogéneo y disgregado de sujetos en constitución, reconstitución o «desconstitución» 24. De esto se trata, de analizar la clase como «proceso» y no como «cosa»; de analizar la clase desde su inherente variabilidad y cambio, y no desde su fijación a un lugar o posición 25.

Pero, además de lo anterior, resaltamos que la configuración subjetiva de clase se realiza, siempre, al interior de una relación social y, por lo tanto, no se puede aprehender más que a través de una relación y, de manera específica, en una relación de lucha con otros. La clase sólo aparece como sujeto político activo cuando sostiene una lucha común que atañe a condiciones de vida también comunes: «los diferentes individuos sólo forman una clase en cuanto se ven obligados a sostener una lucha común contra otra clase» 26.

Los términos «clase» y «relación de clase» son intercambiables, refieren a un tipo particular de relación, específicamente a una relación de lucha 27. Dentro de una misma unidad conceptual, la clase no es un a priori a la lucha ni tampoco se alcanza definitivamente a través de ella, pero es en la lucha donde y cuando las clases se constituyen, reconstituyen y, por supuesto, también es en la lucha donde las clases se destruyen o desaparecen. En esta línea, Marín sugiere que no se trata de encontrar qué es lo primario, si las clases o su lucha, sino de entender que el proceso mismo de formación de una clase o, el proceso mismo de su desarrollo, «presupone no sólo la génesis y la formación de clases sociales, sino que la génesis y el desarrollo mismo de las clases sociales es la forma en que se expresa el enfrentamiento entre ellas» 28.

La constitución de los sujetos como clase no se produce de una vez y para siempre, y a «una hora determinada» 29, ni tiene exactamente los mismo, «enemigos» contra quienes se cuestionan y disputan, siempre, las mismas condiciones de vida. Al contrario, la constitución como clase produce muchas veces, se pierde y se encuentra de nuevo; tiene que ser afirmada y desarrollada continua y prácticamente en el desarrollo de su acción política. Los sujetos, en su acción política, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado para comenzarlo de nuevo, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos, parece que sólo derriban a su adversario para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellos, retroceden constantemente aterrados ante la vaga enormidad de sus propios fines, hasta que se crea una situación que no permite volver atrás y las circunstancias mismas gritan: Hic Rhodus, hic salta! (¡Aquí está la rosa, baila aquí!) 30

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