La mujer se dejó usar por el Espíritu Santo como si ella viviera conmigo día y noche, era increíble cómo describía todo el proceso que estaba atravesando, me quedé perpleja. Ella terminó su encomienda, me despedí y salí del lugar impactada. ¿Acaso ella era un ángel?
Al poco tiempo aprendí lo que la Biblia describe como profetas, entonces entendí que Dios había enviado una profeta para hablarle puntualmente a mi corazón. Cosas que ella me dijo que ocurrirían acontecieron en pocas semanas de aquel encuentro.
Sabía cómo contactarla, la llamé y acordamos que me recibiría para consejería y sanidad interior. Dios hizo con ella y conmigo lo que llamaríamos “una conexión de reino”: ella pasó a ser mi pastora, el Espíritu Santo la usaba para sanarme, restaurarme y formarme como profeta. Hasta el día de hoy ella es mi madre espiritual, mi amiga y compañera de viaje en los caminos del Señor.
Ahora entiendo que satanás quería distorsionar mi identidad con un letrero de “prostituta” sabiendo que mi acta de nacimiento dice “profeta de Dios”. Siete años han pasado de aquel episodio -doloroso pero necesario- para transformar mi vida para siempre. Hoy puedo decir que experimenté en carne propia la palabra de Romanos 8:28: “A los que aman a Dios todas las cosas les ocurren para bien, a los que conforme a su propósito son llamados.”
No sé si usted está buscando esperanza en este libro o simplemente se interesó en los testimonios, lo que le puedo decir es que todos tenemos un destino, y es tener un verdadero encuentro con Jesús. Le aseguro que Él no desampara a aquellos que le buscan, y usted podría ser usado como instrumento en las manos de Dios para impactar al mundo a través de su historia de vida. Tal vez su testimonio pueda ser esa voz que clama en el desierto para algún alma desesperada por ser rescatada.
Marisol Castro reside en Heredia, Costa Rica. Trabaja en diferentes áreas de la iglesia desde hace siete años. Actualmente sirve en el “Ministerio Gloria de Sion” como profeta y en el área de consejería, y es ministra de danza. Está escribiendo su libro titulado “De prostituta a profeta”, en el que relata su vida entera, con deseos de publicarlo en distintos idiomas. Marisol es amante de los congresos de mujeres. También es empresaria, chef pastelera, y tiene sus propios negocios en la industria gastronómica.
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Misionero en Misiones
Siguiendo mi llamado, recalé en Argentina, tierra que amo y siento como mía, y donde pude experimentar Su amor, Su providencia y Sus milagros, hasta el día de hoy.
Por el pastor Olaf Smolich
Argentina para toda la vida; así dice una imagen que colgué en mi oficina. Ya se van a cumplir cuarenta años desde que contraje matrimonio conscientemente con una argentina. Tenía 27 cuando me casé, y había tenido muchas oportunidades de elegir alguna otra mujer con el objetivo de que sea la mejor de todas. Con sólo decir que durante cuatro años estudié en una facultad donde, de los ciento treinta estudiantes de mi curso, cien eran mujeres (hermosas mujeres).
Pero sin duda, cuando conocí Argentina y los diferentes matices, la variedad de razas y, especialmente, el espíritu de sus mujeres, me enamoré de ellas y de esa tierra. Son las más hermosas, no solamente por sus atributos físicos, sino más aún por su actitud, porque vi a las mujeres argentinas muy diferentes a las europeas. Están orgullosas de su patria, de su tierra, y más aún de su condición de mujeres.
Lamento tanto el movimiento feminista, el cual pude vivir de cerca en Alemania en la facultad, y en el cual parecía que ninguna mujer estaba orgullosa de serlo. Todas querían competir con los hombres, aún hasta el día de hoy. Es en ese punto donde pierden mucho, cuando no están orgullosas de lo que realmente tienen para agradecerle a quien las hizo: Ser mujer les permite ser madres, lo que para mí es lo máximo que Dios pudo crear.
Donde todo comenzó
En abril del año 1981 dimos el sí con mi esposa. Para el momento en que escribo esto, estamos por cumplir cuarenta años de casados y, todavía hoy, debemos aprender cada día a convivir, porque somos muy diferentes. Viví veintitrés años en Alemania, tres años en Brasil como misionero, y el resto del tiempo prácticamente en Argentina, el país más hermoso que he conocido. Visité muchos países, porque pude viajar bastante, pero sin dudas Argentina robó mi alma.
No hay país con tantas diferencias en sus paisajes, sus dialectos, su idiosincrasia, su cultura. Tiene varias cosas europeas, pero también mucha influencia indígena. Debo confesarlo: Estoy enamorado de Argentina. Muchos de los que lean esto probablemente tienen el privilegio de haber nacido aquí. No es mi caso. Pero sí la elegí, la abracé y la abrazo hasta hoy. Y muy probablemente, si Dios quiere, me van a enterrar en Argentina y será un orgullo para mí.
¿Cómo llegué a este país y cómo fue mi vida antes? Bien, nací en julio de 1953 en Berlín, la capital germana. Era la Alemania Oriental, en la cual, después de la Segunda Guerra Mundial, la URSS (fingiendo elecciones) impuso el sistema comunista.
Soy único hijo, y por un milagro mi padre sobrevivió a la guerra, y en especial a una muy seria enfermedad del estómago después de regresar de los campos de batalla. Creo que fue la providencia de Dios la que lo sanó. Él capitalizó ese milagro, y en cuanto tuvo la oportunidad salió con su esposa, su único hijo y su suegra, y se escapó a la parte libre de la nación, a Alemania Occidental.
Allí fue donde pude crecer y donde mi padre trató de darme la mejor escuela, buscando excelencia para mi educación. Puede ser que eso lo haya logrado, pero lamentablemente no supo prepararme para mi llamado. Durante mi niñez Dios me llamó tres veces. En tres oportunidades tuve experiencias extraordinarias (que ahora no vienen al caso) donde sentí Su llamado, y sabía que un día iba a servirle. El problema es que no hubo nadie que me explicara cómo tenía que vivir con esto y prepararme.
Conceptualmente perdido
Así que, en la escuela, que era científica, no cristiana, nadie entendía nada de esto y nada me preparaba para mi llamado. Me empecé a rebelar contra la hipocresía de mis maestros y también de mis padres. Todo el mundo a mi alrededor se decía “cristiano”, pero en el fondo nadie lo era realmente.
Mi maestro de teología de la secundaria, un profesor que hablaba perfectamente hebreo, griego y muy cultivado en su especialidad, cuando le pregunte si él creía en la existencia del diablo, me dijo “No. Es un concepto”. Entonces, en mi corazón decidí que, si ese era un concepto y no una persona, no un poder, entonces tampoco Dios existía, todo era una mentira.
Para mí el cristianismo se había convertido en la religión más mentirosa e hipócrita de todas. Una creencia en la que tanto hablaban del amor, pero lo que no se ve entre las iglesias y entre los pastores es amor; donde tanto hablaban de paz, pero ninguna otra religión causó dos guerras mundiales, sino los pueblos cristianos. Así que, con rechazo en mi corazón, comencé a buscar el sentir de la vida lejos de la cultura occidental.
Comenzó en esa época el movimiento hippie, y me volqué totalmente a esta novedosa corriente, basada en la protesta contra la cultura, la política y la religión occidental. Regalábamos flores a policías y soldados. Nuestro slogan era “Haz el amor, no la guerra”. Obviamente, tampoco éramos mejores. En ese tiempo empecé a experimentar con drogas, primero hachís, luego LSD, y me perdí totalmente.
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