Samuel López - Antología 8 - Felicidad comienza con fe

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Antología 8: Felicidad comienza con fe: краткое содержание, описание и аннотация

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Los lectores que accedan a este hermoso libro se encontrarán con historias plenas de felicidad de quienes han experimentado lo más trascendente que pueden llegar a vivir: haber encontrado las llaves que abren todos los tesoros; haber hallado todos los planos de las riquezas más trascendentales; en definitiva, haber dado con el gran Camino, la inmensa Verdad y la nueva Vida.

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La verdad revelada

Todo se volvió extremo. Tres de mis mejores amigos se suicidaron, y yo estaba muy cerca de eso, cuando un pastor argentino de visita en Alemania oró conmigo. Durante su oración tuve una experiencia que es imposible ponerla en palabras. Vi la gloria de Dios y entendí que Jesucristo murió por mí. Tuve que reconocer mi horrendo pecado. Había atentado contra todas las leyes de Dios. Estaba totalmente pervertido. No hay expresión para describir mi culpa y mi pecado.

Pero en un momento me mostró que Él, y solamente Él, murió en mi lugar y me lavó con Su sangre. En el mismo instante me habló, y me dijo “Tú predicarás mi palabra”, lo que me humilló hasta el polvo. Hasta ese día había blasfemado contra el Dios cristiano, me había burlado de Él en público, había hablado en Su contra palabras que no puedo repetir. Lo odiaba. Pero Él me puso en el ministerio. Y como si fuese poco, en ese tiempo estaba muy enfermo, había perdido mucha sangre y Él me sanó. Nunca más volvió esa enfermedad.

Pude terminar mis estudios en la facultad católica y entendí que la teología era la peor enemiga de mi nueva fe. Los teólogos no creen que Jesús resucitó y que volverá a buscar a Su Iglesia. Toda la Biblia comenzaba a tener sentido para mí. Me daba cuenta de que es la palabra de Dios revelada, inspirada totalmente por el Espíritu Santo.

Después de terminar mis estudios, el Señor me guio para ir como misionero a Brasil, donde alguien experimentado me introdujo al trabajo de campo. Tuve que aprender a trabajar con mis manos. Edificamos muchas casas, templos, pero también hicimos evangelismo, seminarios, enseñanzas. En el año 1981 me casé en Oberá, Misiones, con la hija de aquel pastor que había orado conmigo.

Milagro macroeconómico

En julio de 1982 nos asentamos definitivamente en Misiones, Argentina. En esa época terminaba la guerra de las Malvinas y al poco tiempo, Alfonsín asumía el gobierno en la vuelta de la democracia. El dinero que había llevado a ese país para comenzar mi existencia como misionero en Misiones, no alcanzaba para comprar ni siquiera un auto económico, como lo era un Renault 6.

Así que oré y clamé al Señor una noche, y le prometí “Si Tú cambias la economía en Argentina de tal manera que pueda comprar el auto que realmente necesito, un terreno para la iglesia y para mi casa, y algunos muebles para empezar la vida aquí, lo que me pueda ahorrar lo voy a dar para Tu obra, donde no lo aproveche yo”. Pensaba en hacer un pozo de agua en el hogar de niños de Oberá.

La mañana después de esa oración mi suegro trajo el periódico: Alfonsín había liberado el mercado económico. El dólar a las dos semanas valía mucho más. Tanto que podía comprar un buen auto, dos terrenos (uno para la iglesia y otro para mí), muebles para empezar a vivir una vida digna y hasta alquilar una casita para empezar una obra en Jardín América, donde abrimos una iglesia que se llama Peniel.

Comenzamos con lo que yo llamaba “sana doctrina de Alemania”, pensando que lo que había aprendido en mi país era mejor. ¡Oh, cuánto tenía que aprender! Mi choque cultural no demoró mucho. No voy a contar cuántos problemas tuve con mi mentalidad alemana, pero recién cuando me frustré totalmente con mi “sana doctrina” fue que empezó un pequeño avivamiento. Acepté que algunos hermanos argentinos me ayudaran con una carpa, y de ese evento unas cincuenta personas se convirtieron. Fue un pequeño avivamiento que terminó formando el núcleo de la nueva iglesia.

Alicia

Quiero contar una sola historia, la que más me quedó e impresionó. Hace poco la conté a mis amigos en Gobernador Virasoro, Corrientes, donde vivo ahora. Una vez vino una mujer muy pobre, tanto como no he conocido nadie en toda mi vida. Vivía en una casita afuera de Jardín América. Había tenido ya dieciséis hijos, y con los dos o tres que ahora convivía, compartía una gran necesidad.

Así que tenía que decidir cómo ayudarla, porque muchas veces no tenía para comer. En invierno no tenían cómo calentarse y estaban casi desnudos. En una ocasión le llevé algunas cosas y me preguntaba qué iban a decir los vecinos cuando me vieran con mi auto llevar leña, comida, etc., siendo ella más o menos de mi edad. Temía por mi testimonio, pero por otro lado no podía dejarla sola, porque los niños y ella necesitaban ayuda.

Oré frente a su casa y pregunté a Dios qué tenía que hacer, si debía cuidar mi testimonio, o a una de las primeras almas de la iglesia. Entonces, tuve una visión: Vi a esta persona, llamada Alicia Sosa, en ropas blancas resplandecientes. Y escuché una voz que me dijo: “Quiero que ella esté conmigo en el cielo”. Esto me humilló terriblemente; ¿por qué había dudado en atenderla? ¿Qué importaba lo que decían los vecinos? Había que ayudarla, por lo que seguí asistiéndola.

El milagro de Cristóbal

Pronto, después de bautizarse, tuvo otro hijo, y este nació paralítico. Un día la visité con un pastor amigo de Alemania que tenía el don de profecía. Mientras orábamos con la familia, él dijo “Este niño, Cristóbal, va a caminar”. Me lo guardé bien, porque soy muy crítico con las profecías; si no se cumplen, los profetas deben ser denunciados. Así que observé a este niño durante años, y no caminaba.

Un día, Alicia llegó a la iglesia con Cristóbal en su carrito, quien más o menos tenía tres años. Mi suegro predicó y al finalizar oró por el niño. Le dijo “Cristóbal, levántate y anda”, y el niño, que nunca había caminado, se levantó de su carrito e hizo los primeros pasos.

Al tiempo ella tuvo que dejar a este niño en el hogar de mi suegro, y lo vi allí durante un tiempo, y experimenté algo maravilloso: él era el guía de un niño ciego, caminaba y lo tomaba de las manos, llevándolo por todos lados. Nunca me olvidaré de esa pareja, Cristóbal y el cieguito. Lamento haber perdido el contacto con Alicia, porque ella se fue a vivir a Posadas, donde una vez más la visité, y fue la última vez que la vi.

Luego de contarle esto a mis hermanos en Corrientes, me arrodillé junto a mi cama y pedí a Dios: “Señor, tú sabes dónde está Alicia, si vive, y si Cristóbal está bien. No quisiera contar historias que no son verídicas”. Hacía más o menos 35 años que no había visto ni escuchado nada sobre ella. Después de esa oración, pasaron dos semanas y un tal César me escribió un whatsapp: “Usted es mi pastor, quien en Jardín América tocaba la trompeta”.

“Si” le dije “Eso es verdad. Pero ¿quién eres?”.

“Soy César Sosa”, respondió.

Le pregunté “¿Cómo se llama tu mamá?”.

“Alicia Sosa” me contestó. Dios había hecho un milagro. César Sosa, el hijo mayor de Alicia, milagrosamente se comunicó conmigo. Nunca habíamos tenido contacto, ni por teléfono ni por whatsapp ni por nada. La última vez lo había visto en Jardín América treinta años atrás.

Comencé a tener contacto con Alicia, con Cristóbal (que sigue caminando, y tiene una fábrica de ladrillos y lajas en Posadas), y con muchos de los otros hijos. Pensamos encontrarnos en Posadas después de la pandemia y agradecer a Dios por sus milagros, y sobre todo por haberme elegido para ser misionero en Misiones.

Proyecto “Misión Guaraní”: Fase Uno

Entre los años 1983 y 2003 visité semanalmente las aldeas Cuñá-Pirú, Línea Cuchilla y Sapukái, donde hicimos amistad con varias familias, la cual perdura hasta hoy. En 1985 se inauguró la primera casita de oración, y en el mismo día los creyentes fueron expulsados violentamente de su aldea y se dispersaron. Durante veinte años hubo varios avivamientos pequeños y bautismos, siempre con el triste resultado de una expulsión y dispersión de los creyentes. El fruto no se podía preservar en una iglesia autóctona.

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