- ¿El Dios de la felicidad? –preguntó con asombro Mara.
- ¡Sí!, solo que algunos no se han dado cuenta y la están buscando afuera, como yo, o como tú. –Concluyó Lizy- ¡Yo decidí vivir esa felicidad!, ¡No por lo que tengo sino por lo que soy! ¡Soy hija del Dios de la felicidad! Mara, tú eres muy bendecida porque tienes a Dios, tienes salud, tienes hijos, pero, no pareces ser feliz, Mara ¿quieres ser feliz?
Mara le respondió: ¡Claro! pero ¿cómo?
- ¡Yo te voy a ayudar! –respondió Lizy con mucho entusiasmo.
Después de ese día Lizy estuvo compartiendo con Mara y sus hijos todo lo que había estado viviendo, ayudándoles, por medio de las Escrituras, a conocer realmente al Padre amoroso que Dios es.
Al poco tiempo Mara comenzó a valorar y a agradecer a su Padre Eterno todo el amor y cuidado que había tenido con ellos. Ese amor sanó su corazón y le enseñó a experimentar poco a poco la felicidad que sólo hay en Él.
Existen muchas Maras que se sienten infelices por no tener esto o aquello, también hay otras tantas Lizys que creen que la felicidad se las puede dar “alguien”, llámese hijo, novia o esposo, pero la felicidad no se encuentra afuera, la felicidad se encuentra en Dios, Él es la felicidad, por eso: ¡Felicidad comienza con FE porque sin FE es imposible vivir la verdadera felicidad!
Angélica Janet Castillo Arenalesnació en la Ciudad de México, contrajo matrimonio con Alfredo Rosas Castro, originario de la ciudad de Veracruz, en 1992. Juntos fundaron la iglesia “ROCA: Centro de Avivamiento Mundial” en la ciudad de México donde pastorean desde 1993. Procrearon tres hijos llamados Jedidías, Alfredo y Hepsiba quienes, por la gracia de Dios, lo aman y le sirven. También es presidenta del “Centro de Respuestas y Solución Integral Familiar Club de Valores la Familia A. C.”
Email: angie.rosas2811@gmail.com
Teléfonos: + 55-2271-2773 y +55-5369-6254
Facebook: Pastora Angélica Castillo de Rosas
La Llamada
Una historia de amor, de familia y de felicidad alcanzada, que no hubiera sido posible sin depender totalmente del creador y dador de todas las cosas.
Por los pastores Jorge y Elisabet Castellano
Esta historia comienza con nosotros dos. Nacimos en hogares cristianos. Nos conocimos de pequeños. Desde muy chicos comenzamos a servir al Señor con la música, en la iglesia a la que asistíamos. Siempre tuvimos en claro la importancia de trabajar para Dios. Al pasar los años, nos involucramos simultáneamente en la comisión de jóvenes de la iglesia y fuimos formando una hermosa amistad que, al poco tiempo, se convirtió en amor. Fue así como a los dieciséis años comenzó nuestro noviazgo.
Terminando los estudios secundarios, pedimos a Dios un trabajo y Él nos lo concedió. Pasados tres años, nuestra petición fue poder comprar un terreno donde construir nuestro hogar y nuevamente Dios contestó nuestra oración. Necesitábamos edificar y Él proveyó. Había que llenar la casa y nuevamente Dios nos dio todo lo que necesitábamos. En octubre de 1997 nuestro sueño de casarnos se hizo realidad.
Nuestro servicio al Señor siempre se mantuvo intacto, sin interrupciones en cada etapa que fuimos pasando. Dos años más tarde creímos que ya era tiempo de buscar un embarazo así que, como en las demás oportunidades, entregamos al Señor nuestra petición esperando que nos responda como siempre lo había hecho. Pero esta vez fue diferente.
El silencio de Dios
El tiempo transcurría y la respuesta no llegaba. Sólo había silencio. ¿Qué estaba pasando? Siempre que le pedíamos, Él nos respondía prontamente y ahora no obteníamos ninguna respuesta. Recurrimos a diferentes médicos, hicimos distintos tratamientos y nada sucedía, el embarazo no llegaba. Cuántas preguntas vinieron a nuestras mentes sin respuesta alguna. Cuántos embarazos de familiares y amigos vimos pasar en esos años y nosotros sólo teníamos silencio de parte de Dios.
A pesar de eso, nunca nos apartamos de Él ni dejamos de servirle. Tampoco le reprochamos nada. Estábamos seguros de que el milagro sucedería. Allí por el año 2007, la última opción que nos quedaba según los médicos era hacer una fertilización asistida de alta complejidad. Fuimos a la consulta médica con quien haría el procedimiento y después de una charla, nos aconsejó que nos tomáramos tres meses y volviéramos. Nuevamente la incertidumbre de lo que Dios quería hacer con nosotros.
La llamada I
“Clama a mí y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces.” (Jeremías 33:3)
En todos esos años el Señor trabajó en nosotros, y una de las cosas que aprendimos fue a clamar. Hasta entonces orábamos, pero la oración se volvió un clamor y sin dudas pusimos en práctica más que nunca la fe. Aprendimos a descansar en Dios sabiendo que Él tenía todo bajo control, inclusive el tiempo y la forma en que nuestro milagro sucedería.
En el invierno de 2008, durante un momento de clamor, desesperados por obtener la respuesta tan esperada, recibimos la llamada de un familiar, quien lo único que dijo fue: ¿Quisieran adoptar un bebé? Claramente era Dios hablando y respondiendo de una manera diferente a la que esperábamos. En ese momento nos hablaron de una joven en situación de calle que tenía un bebé de 5 meses al cual quería entregar en adopción. Nunca pudimos contactarnos con esa mujer, ni supimos nada de ella.
El Señor estaba acabando con el silencio y nos habló con una voz audible dándole otro rumbo a nuestra búsqueda. A partir de ese momento lo hablamos con nuestra familia y amigos, anunciando el cambio de planes a fin de que pudieran apoyarnos, especialmente en oración, ya que sabíamos que no era un camino fácil de recorrer. Comenzamos a averiguar cómo hacer para iniciar los trámites de adopción y pusimos en marcha la orden que habíamos recibido de parte de Dios. Para ese entonces estábamos a cargo de los músicos en la iglesia, involucrados en la “Chiquihora” (Escuela dominical para niños) y en administración.
En 2009 comenzamos a conseguir todos los papeles que necesitábamos para inscribirnos en el registro de adoptantes de diferentes provincias. En el mes de julio, un matrimonio muy cercano a nosotros nos mandó desde una ciudad próxima a la nuestra, una fotografía de un bebé de casi un año de vida que habían conocido a través de una asistente social y hermana en Cristo, con el escrito: “¡miren que hermoso bebé!” A lo que respondimos: “¡lo queremos!”, sin siquiera saber quién era.
En ese momento supimos que hacía pocos días había ingresado a un hogar, pero que no iba a ser un trámite fácil. De todos modos, algo nos llevó a comenzar a orar por ese pequeño. Pero a partir de ahí nuevamente el silencio de parte de Dios volvió a nosotros. En el mes de octubre, en el día de la madre, le pedimos al Señor una señal, algo que nos indicara que estábamos por el buen camino o si debíamos ir por otro, y que antes de fin de año nos respondiera.
La llamada II
Llegó la navidad de ese año. Decidimos pasarla solos, lejos de nuestra ciudad y familiares. Una tarde, pensando que ya terminaba el año y no había señales sobre este niño, nos invadió la tristeza, al entender que teníamos que empezar de nuevo. De repente comenzaron a llegar fotos a nuestro celular: ¡eran del bebé del que nos habían hablado! Nuevamente a través de ese matrimonio tan amado por nosotros, Dios nos estaba contestando.
¡Dios rompía una vez más con el silencio justo en la fecha de vencimiento! En ese momento recibimos la llamada de la asistente social diciendo que existía la posibilidad de adoptar a ese precioso bebé, pero que no estaba solo. Él estaba en un hogar junto a sus hermanas de cuatro y cinco años y la idea era no separar a estos pequeños.
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