Rodrigo Carvajal Calderón reside en la ciudad de Valle de Bravo, en México, con su esposa Janett de Carvajal, y sus dos hijas, Emily y Yunnuén. Ha sido servidor en diferentes áreas de la iglesia durante diez años, sobre todo desempeñándose en el área de los discipulados y los estudios bíblicos, siendo llamado al pastorado hace dos años, ejerciendo como pastor adjunto en su iglesia.
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Desde el fracaso y la oscuridad… a la restauración y la luz
Satanás quería distorsionar mi identidad con un letrero de “prostituta” sabiendo que mi acta de nacimiento dice “profeta de Dios”.
Por Marisol Castro
Nací en San José, Costa Rica, en cuna de infidelidad, la cual fue el pan de cada día entre mi madre y mi padre, sin saber la marca espiritual ni cómo esto afectaría mi vida. Soy la menor de tres hermanos de una familia disfuncional, donde el alcoholismo de papá era el protagonista de peleas y escenas vergonzosas a lo largo de nuestra niñez y adolescencia.
Mi mamá se hartó de la situación así que su forma de escape era frecuentar lugares de baile en donde la presencia del alcohol y malas compañías solo venía a empeorar el escenario y causar más dolor.
A sus ángeles enviará para que me guarden
Sin tener conocimiento alguno de la palabra de Dios, esta escritura se hizo carne sobre la vida de mi hermano y la mía a los ocho años, cuando mi madre tuvo la terrible idea de dejarnos al cuidado de un tío, del cual se tenía conocimiento que había abusado de otros niños.
Recuerdo ese día como si fuera ayer, cuando mi tío entró al dormitorio donde yo estaba con mi hermano. De pronto me vino un gran temor. Salí de la habitación, busqué la plancha y la encendí a la temperatura más alta, dejé que se calentara lo suficiente, la desconecté, me llené de valor y me fui corriendo a rescatar a mi hermano.
La escena que encontré me asombró, pero no me detuvo, ya que había un fuego que ardía dentro de mí ante el peligro expuesto. Mi tío estaba haciendo demostraciones obscenas, entonces extendí la plancha hacia su cuerpo y le dije: “Atrás, atrás, aléjate de él”, tratando de poner a mi hermano a salvo. El sujeto abandonó el dormitorio y se fue de casa en ese preciso momento.
Repaso la escena y no sé cómo siendo apenas una niña tuve tanto valor y capacidad para reaccionar tan rápido. La única explicación que encuentro es que Dios envió a sus ángeles que me guiaron a actuar al instante para evitar que fuésemos violados por un familiar.
A lo largo de mi vida espíritus sexuales me asecharon, debió de ser por las prácticas deshonestas, la inmoralidad sexual y una lista de pecados que cometieron mis generaciones pasadas delante de Dios.
La relación con mi mamá era pésima, al punto que ella me golpeaba hasta sacarme sangre por la nariz. Cada día era un infierno vivir bajo el mismo techo, así que yo buscaba pasar el mayor tiempo fuera, tratando de huir de un ambiente de borracheras y vicios. Mi casa se había convertido en una especie de bar en donde los vecinos más problemáticos eran las visitas constantes.
Odiaba regresar a casa después de estudiar así que comencé a desahogarme con amistades que el mundo me ofrecía, que incluían tragos y malas compañías. Estaba siguiendo el mismo patrón que mis padres, pero lo peor estaba por venir.
En una noche tranquila mi casa se tornó en un escenario de gritos y dolor cuando descubrí algo que nunca pensé que ocurriría: me dirigí al baño y allí vi a mi mamá inhalando una línea de cocaína. No lo podía creer, era lo que me faltaba para que mi vida fuera más desdichada. Sentí que el mundo se me vino encima, esa escena de horror que vi me destrozó, fue tocar fondo en una vida desgraciada.
Decidí que a mis veinte años era tiempo de dejar el nido e ir a nadar con tiburones en este océano llamado mundo. Hubo temporadas en las que trabajé como modelo, pero he de expresar que hay una línea muy delgada entre “modelaje” y prostitución fina.
Cualquiera que haya sido la línea, yo la cruce y aún más. Las ofertas por salir con hombres mayores, adinerados, no se hicieron esperar y en pocos años esas propuestas cruzaban las fronteras engrosando mis cuentas bancarias y llenando mi pasaporte con sellos de otras naciones.
Un pacto con el diablo
En la vida disipada que llevaba había un destino que estaba en mi lista de viajes deseados: Las Vegas, Nevada. Conocida como “la ciudad del pecado” era como si esa tierra me atrajera, y cuando finalmente llegó la invitación para ir accedí. Era como firmar un contrato con el diablo y tener que cumplirlo.
Al cabo de algunas semanas un avión rumbo a Las Vegas cumplía mi sueño y el del diablo también. La suite presidencial del Caesar Palace nos daba la bienvenida a “Sodoma y Gomorra” y una temporada de inmoralidad sexual se abría para mi agenda, ya que este destino me recibió catorce veces más. Las ligaduras del pecado te llevan a su origen. Ciertamente solo el poder de la sangre de Jesús puede anular pactos con las tinieblas.
La primera vez que me susurraste
En mi cuento de princesas no se contemplaba el sueño de ser esposa, madre o tener una familia, era inalcanzable por todas las marcas de dolor que albergaba desde mi niñez. En marzo de 2012, fui a una cafetería para comprar algo y mientras hacía fila para pagar un hombre me dijo: “Hola, ¿te he visto en el gimnasio?”
“No creo conocerle”, respondí. Entonces, una suave voz me susurró al oído diciéndome: ¡mírale a los ojos! Eso hice, pero no me pareció nada especial ni atractivo aquel hombre. La conversación continuó y la misma voz susurró una y otra vez lo mismo: ¡mírale a los ojos! No entendí el propósito de aquella voz, pagué lo que compré y salí del lugar. Lo siguiente que supe fue que había conducido kilómetros pensando en aquel hombre de ojos verdes brillosos.
Una semana después el mismo hombre apareció en el gimnasio, me saludó, pero no le di mucha importancia, no tenía interés en involucrarme sentimentalmente con nadie. Yo era una dama de compañía con pasaporte y agenda en mano que vivía entre aeropuertos y hoteles.
Inesperadamente surgió una amistad con él que continuó por meses, cuando de pronto, no sé cómo ocurrió, pero el hombre de los ojos verdes me atrajo como si fuera el único disponible en el planeta. Cada mañana mi primer pensamiento eran su rostro y su voz. Pero existía un gran problema: él era cristiano, y yo una mujer del mundo.
Ese hombre persistió en enamorarme como si hubiese tenido una reunión cara a cara con Dios y fuese un mandato del Padre. Dios sabía que la única manera para que yo abandonara el mundo era dándome unos brazos en donde refugiarme para sentir verdadero amor, bondad y paz.
Experimentar aquel amor era algo nuevo para mí, de inmediato me vi en una batalla espiritual: debía elegir entre el beso que me despertaría cada mañana o conquistar más destinos turísticos, engrosar mis cuentas bancarias y llenar mi pasaporte con más sellos como un álbum de estampitas.
Me sentía entre la espada y la pared: mi corazón quería una cosa, pero mi naturaleza pecaminosa otra, tenía dos caminos delante de mí y era hora de elegir si continuaba siendo una prostituta que daba la vuelta al mundo o convertirme en una esposa felizmente realizada.
Elegí amar y “dejar el pasado atrás” pero cometí un fatal error, no cortar de raíz todo lo correspondiente a mi vida pasada. Seguía estando en contacto con algunas personas. Cuando cierres puertas de pecado asegúrate de que no haya ventanas ni celosías abiertas porque el enemigo buscará entrar por ellas y destruirte.
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