Mirian Ethel Barberena - La enseñanza de la ética a través de la Regla de Oro

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La enseñanza de la ética a través Regla de Oro nos invita a pensar desde una nueva perspectiva los desafíos que enfrentan hoy las escuelas secundarias, instituciones concebidas como selectivas y expulsivas pero que hoy necesitan incluir a todos los jóvenes. Lejos de llevarnos a la convivencia armónica que imaginó Rousseau, el proyecto de la Modernidad, con su promesa de democracia creciente, nos ha traído a un presente donde las desintegraciones se manifiestan en la violencia social y en la interioridad de las personas.
Frente a esta crisis, algunos miran con nostalgia un pasado donde los conflictos se resolvían desde el llamado paradigma punitivista que en apariencia posibilitaba escuelas más ordenadas.
La autora, en cambio, piensa que la salida es hacia un futuro con más y mejor democracia. Y de la mano de Paul Ricoeur y de Silo afirma que un camino es practicar y enseñar la Regla de Oro: «Trata a los demás como quieres que te traten»; un principio que los filósofos encuentran, no inventan.
A pesar de que algunos ven a esta regla como ingenua -un trivial dicho, al decir de Kant-, en la argumentación expuesta a lo largo del trabajo se mostró cómo la obediencia a la Regla de Oro es un camino ético que borra la distancia entre la obediencia externa (que caracteriza a la personalidad autoritaria que posibilitó Auschwitz) y la obediencia a lo mejor del sí mismo. Y, desde su experiencia desde adentro de las instituciones y del testimonio que surge de las entrevistas analizadas, la autora nos muestra el potencial que tienen las escuelas secundarias para contribuir a una sociedad más democrática y más justa.
Una obra que contribuye a repensar el trabajo para la buena convivencia en las escuelas pero también en otras organizaciones o instituciones.

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En este primer capítulo veremos cómo estos temas han sido abordados desde las ciencias sociales por algunos autores que nos permiten profundizar el análisis y poner en diálogo la relación entre la educación secundaria y el disciplinamiento social.

1.1. La educación secundaria y los límites de proyecto ilustrado

Cualquier propuesta que se refiera a la educación secundaria no puede ignorar el contexto de crisis profunda en la que está inmersa. Dubet (2006) la describe con precisión a partir de mostrar y comparar el funcionamiento de diferentes profesiones que trabajan para la formación y el cuidado de otros seres humanos: enfermería, trabajadores sociales y docentes. El autor señala que si bien en esta era posmoderna la crisis afecta a todas las instituciones, las escuelas de nivel secundario tienen sus propias particularidades que las ponen en el centro de la escena. Los docentes de ese nivel fueron formados pensando en una educación meritocrática y expulsiva, pero trabajan en un contexto que se propone su universalización.

Al servicio del proyecto moderno estuvo lo que Dubet (2006) llama el “programa institucional”. Eran las instituciones del Estado moderno las que producirían un tipo especial de socialización que, al tiempo que socializa al individuo lo constituye en sujeto:

Esa es la verdadera magia del programa institucional, que produce un individuo autónomo, es decir un actor conforme a las normas, a las reglas sociales, y un sujeto dueño de sí mismo, un individuo cuyo Yo reflexivo nunca puede confundirse del todo con su Yo social. (p. 44)

El programa institucional es “un tipo particular de relación social” (p. 52) que deja afuera las pasiones y los sentimientos. Las personas reales quedan afuera y son reemplazadas por roles: docentes, alumnos, médicos, pacientes, asistentes sociales, etc.

En el programa institucional la sanción y el castigo tenían un sentido moral. Estaban al servicio de lograr que los sujetos internalicen la ley. Por esto, afirma Dubet, el programa institucional ha encontrado en los psicoanalistas sus mejores defensores en los últimos años (p. 54). Para ser moral y eficaz, la sanción escolar debe ser medida, justa, desprovista de crueldad. Este marco sin embargo, posibilitaba (posibilita, en realidad) que en el trabajo cotidiano los actores aplicaran con buena conciencia “medidas represivas que hoy estamos tentados de percibir como intolerables y crueles”. Durante mucho tiempo los maestros han castigado y golpeado a sus alumnos sin ser estigmatizados. Esto explica en gran parte el asombro y hasta el escándalo con que se presentan hoy a nivel mediático situaciones en las que se visibilizan los maltratos en las relaciones adentro de las instituciones escolares.

A la crisis general del “programa institucional” los docentes de nivel secundario suman una crisis específica en cuanto a la definición de cuál es en realidad su oficio; su profesión fue pensada para una educación meritocrática y elitista pero hoy la tendencia creciente es ampliarla a toda la población. A sus aulas ya no llegan solo los “becarios” y los “herederos”, sino también “los invasores” (p. 157). Es la situación en nuestro país, que desde el 2006 legisló la educación secundaria como obligatoria. Ahora a nuestras aulas no llegan solo los que por su condición sociocultural pueden transitar con familiaridad la educación secundaria; llegan alumnos que desconocen completamente el “oficio” del alumno y que no están dispuestos a dejarse disciplinar mediante el temor o las amenazas.

En este contexto, la tendencia creciente a “democratizar” la gestión de las escuelas secundarias no hace más que facilitar la exteriorización de los conflictos. La respuesta frente a esa situación es gestionar las escuelas mediante acuerdos a los que se los llama los “AIC”: los Acuerdos Institucionales de Convivencia.

A esta respuesta frente a la crisis de la educación secundaria claramente la ubicamos en el horizonte de la Modernidad. Es el “contrato social” de Rousseau, que desembocaría en la armonía colectiva a partir de regular las relaciones entre individuos libres, autónomos, racionales, sobre la base de la reciprocidad. Promesa que la Modernidad no cumplió y que ha llevado a muchos a descartar todo el proyecto moderno y a considerar la democracia como un imposible (Badiou 2015, pp. 58-59).

El proyecto moderno hoy puede asombrarnos por su ingenuidad. Sin embargo, cuando frente a los más diversos problemas sociales –desde violencia, inseguridad, desocupación, hasta la basura y problemas de tránsito–, escuchamos a las más variadas voces decir que “todo es un problema de educación”, nos damos cuenta de que el proyecto moderno sigue presente como representación social. Frente a estas expectativas, no puede extrañarnos que las críticas al sistema educativo sean feroces. La escuela ideal y la escuela real parecen estar cada vez más lejos.

La tentación de considerar imposible la gestión democrática atraviesa la experiencia cotidiana en la mayoría de las escuelas secundarias. La discusión sobre la convivencia es aprovechada rápidamente por los adolescentes para avanzar sobre decisiones que las escuelas no están dispuestas a negociar: circular libremente por la escuela y fuera de ella, entrar y salir del aula, usar celulares, usar gorra, fumar marihuana, no asistir, etc., etc. Muchos alumnos reclaman que sus docentes los traten bien sin estar dispuestos a dar ese mismo buen trato a otros compañeros y docentes.

Esta situación está descripta con mucha lucidez en “Entre muros”, película francesa muy cercana a un documental, de 2008, dirigida por Laurent Cantet. Souleymane es un típico “invasor”, que reiteradamente tiene problemas de relación con sus profesores. En una situación en el aula en la que unas alumnas se han sentido ofendidas por el profesor se da el siguiente diálogo:

Souleymane: —¿Cómo les va a hablar de ese modo? ¿Qué tiene en la cabeza?

Profesor: —¿Tú vas a decirnos cómo hay que hablar a las chicas? Tú siempre insultas a todo el mundo, pero no hay problema contigo, ¿verdad? ¡Demuestra un poco de respeto a los profesores!

Souleymane: —¡Yo lo respeto si quiero!

Esta secuencia va escalando en agresiones mutuas hasta que el alumno se va intempestivamente de la clase frente a la impotencia del profesor para retenerlo y deriva en una crisis institucional importante en la que intervienen otros actores de la escuela. Estas situaciones y otras equivalentes ponen a prueba el optimismo de los docentes para seguir pensando que los Acuerdos de Convivencia son un camino posible.

Sin embargo, si bien podemos decir que Souleymane es un “invasor” en el sentido de Dubet, también podemos decir de él que es un alumno “emancipado” en el sentido de Jacotot/Rancière (2003). Estar emancipado es lo contrario de estar atontado. Estar emancipado es “ser consciente del verdadero poder del espíritu humano”. El hombre emancipado se sabe igual a todos los hombres, y sabe que no existen jerarquías en la capacidad intelectual ya que todos comparten la misma potencialidad de inteligencia. Inteligencia y espíritu son lo mismo para Jacotot. En palabras de Rancière: “Es la toma de conciencia de esta igualdad de naturaleza la que se llama emancipación”. Todos los seres humanos, por participar de una comunidad de hablantes, entran en contacto con ese espíritu, esa inteligencia. Souleymane ha aprendido esto por sí mismo, sin maestro explicador. Cito a Rancière:

Lo que a nosotros nos interesa es la exploración de los poderes de todo hombre cuando se juzga igual que todos los otros y juzga a todos los otros como iguales a él (…) El ser racional es ante todo un ser que conoce su potencia, que no se engaña sobre ella. (2003, p. 34)

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