Uno de los tópicos de las discusiones en torno al origen, desarrollo y naturaleza del Estado en América Latina ha sido su relación con la heterogeneidad estructural de las formaciones sociales latinoamericanas. Desde los años sesenta, en el contexto de los debates de la teoría de la dependencia y de la escuela de la CEPAL, el problema de “la crisis del Estado en América Latina” fue analizado a partir de esta mirada. En Argentina, en particular, las nociones de “heterogeneidad estructural” y “estructura productiva desequilibrada” fueron el marco en el que se pensaron la crisis de hegemonía y la relación entre ciclo económico y ciclo político. Sin embargo, desde mediados de los años setenta, la internacionalización del capital fue el centro de un conjunto de transformaciones que afectaron profundamente la tendencia a la heterogeneización de la estructura económica y social, así como la dinámica del ciclo de acumulación.
En este capítulo nos proponemos discutir la tesis de la relación entre la especificidad de los Estados latinoamericanos y los fenómenos de la heterogeneidad estructural y de la dependencia, y analizar las transformaciones de esa relación desde mediados de los años setenta, con especial referencia al caso argentino. Pero, además, trataremos de trascender la especificidad y singularidad del caso para reflexionar en torno a qué aporte es posible hacer a la teoría marxista del Estado desde la experiencia latinoamericana.
Para ello, comenzaremos por plantear el problema a partir de la lectura crítica de tres textos clásicos de la teoría marxista del Estado en América Latina. En la siguiente sección introduciremos algunas aclaraciones conceptuales sobre la relación entre Estado, acumulación y dominación política, y sobre un concepto que nos permitirá aproximarnos al problema de la heterogeneidad estructural y la dependencia en América Latina, en particular en Argentina: el desarrollo desigual y combinado. Analizaremos luego el caso argentino entre 1955 y 2015. En las conclusiones ofreceremos una hipótesis sobre la especificidad de los Estados latinoamericanos, lo que, al mismo tiempo, nos permitirá señalar la cuestión de la heterogeneidad como problema general del Estado capitalista.
Planteamiento del problema
Ha sido recurrente en la teoría social latinoamericana poner en relación los problemas de la especificidad del Estado capitalista y de la heterogeneidad estructural en América Latina. El principal objetivo de este capítulo será problematizar esa relación. No se tratará de negarla, sino de precisarla, lo que, a su vez, nos permitirá dar cuenta de ciertos rasgos que, aunque a veces atribuidos a singularidades de los Estados latinoamericanos, son, en realidad, caracteres universales del Estado capitalista. Para el planteamiento del problema partiremos de tres textos que, entre finales de la década de 1970 y principios de los ochenta, condensaron una serie de reflexiones sobre la especificidad de los Estados latinoamericanos que apuntaron, como señala Cortés (2012), al momento estatal como momento productivo de la sociedad.
El primero de estos textos es La crisis del Estado en América Latina de Norbert Lechner (1977). Lechner parte de una afirmación fuerte sobre la naturaleza del estado capitalista:
Si bien el Estado no es una “idea”, tampoco es únicamente una estructura de poder, encarnada por el aparato estatal. El Estado organiza la esfera de mediación de la praxis social. […] El concepto de ciudadano expresa la tarea realizada por el Estado burgués: mediación del interés particular de cada individuo con el interés general implícito a la práctica de todos. El Estado sintetiza los conflictos entre los intereses particulares (contradicción de clases) bajo la forma de una esfera común a todos (ciudadanía) (Lechner, 1977, p. 392).
El Estado es (debe ser), al mismo tiempo, una relación de poder y “forma de generalidad”; como tal, resume “la racionalidad común (al menos tendencialmente) de las distintas/contradictorias prácticas” (Lechner, 1977, p. 392). La afirmación es fuerte porque establece que para la existencia de la forma Estado es condición necesaria la existencia de una praxis social común. Si el Estado puede ser mediación de una sociedad constituida por particulares y producir integración y unidad (ser factor de cohesión), es porque constituye la abstracción de una racionalidad común. Ese punto de partida es el que le permite a Lechner deducir que la heterogeneidad estructural de las sociedades latinoamericanas impide la constitución de verdaderos Estados. La heterogeneidad estructural, definida como heterogeneidad de relaciones de producción, determina la fragmentación del proceso de producción y circulación, por lo tanto, “falta la base material para la existencia de ciudadanos libres e iguales […] la falta de un mercado nacional sustrae a la democracia burguesa su fundamento económico” (Lechner, 1977, p. 393).
El Estado en América Latina, entonces, se reduce al aparato de Estado. Incapaz de producir hegemonía, solo puede dominar sobre las masas que, también producto de la heterogeneidad estructural, no pueden unificarse como clase. Por eso el conflicto suele presentarse en formatos no clasistas. Obsérvese que este argumento es relativamente independiente del otro que completa el análisis de Lechner sobre los Estados latinoamericanos; nos referimos a la internacionalización de las relaciones capitalistas. Esta se habría producido con el pasaje a la fase imperialista, a fines del siglo XIX, y sería la causa de la heterogeneidad estructural de las formaciones sociales de la región y de la dependencia (hegemonía externa) en la que se encuentran. Hay en este segundo aspecto de la explicación algo a conservar y retomar. Pero, sin importar su causa, la heterogeneidad estructural da cuenta por sí misma de la crisis del Estado. Detengámonos un momento en este argumento.
Lechner considera la racionalidad o praxis social común como una especie de sustancia social que existiría con independencia de la propia forma Estado, y esto sería su fundamento. Pero la apelación a la noción de Estado en Hegel deja de lado lo que subsiste de la crítica del joven Marx y del concepto de alienación en el Marx maduro; solo que el Marx maduro nos brinda un mecanismo causal de lo que ahora es representable como un proceso de cosificación de propiedades sociales. Veamos el modelo de explicación que nos ofrece la relación entre valor de cambio y valor: el valor no es una sustancia común que existe independientemente de la forma del valor y le da fundamento al valor de cambio; es exactamente al revés, la sustancia de valor es un efecto —una ilusión objetiva— de las relaciones entre personas que se establecen a través del intercambio de cosas (Rubin, 1985). Del mismo modo, las relaciones de intercambio tampoco son el locus de una praxis social o racionalidad común que solo habría que representar en el Estado como “forma general”; al contrario, es la forma Estado la que produce la apariencia de homogeneidad social. Ambos, valor y ciudadanía, son abstracciones reales. Pero, además, el concepto de Estado de Lechner resulta inadecuado desde el punto de vista empírico. La asimilación de verdadero Estado y democracia burguesa lo reduce a un concepto aplicable a los estados centrales desde fines del siglo XIX y no sin problemas. También, la definición de heterogeneidad estructural debiera llevarnos a la conclusión de que en Estados Unidos no hubo Estado, es decir hubo solo aparato de Estado, hasta el final de la guerra civil. Se trata a fin de cuentas de un concepto normativo que identifica como especificidad lo que en realidad es distancia respecto de una “idea”, aunque esa idea tenga la fuerza de un prejuicio social.
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