Si hablar del Estado es referir al poder encarnado en instituciones y prácticas que lo especifican, pero que también desbordan sus contornos, hablar de la estatalidad en América Latina es poner en primer plano las modalidades diferenciales que adopta el capitalismo y sus estructuras de dominación en nuestra región. Tanto “lo estatal” como “lo latinoamericano”, atravesados por la noción de dependencia, tienen aristas características que también están sujetas a discusión.
En las páginas que siguen se despliegan interesantes estudios que dan cuenta de las teorizaciones sobre el Estado encaminadas a elucidar sus rasgos distintivos. Varios de los trabajos se concentran en revisitar críticamente los aportes de los teóricos de la dependencia, para recuperar los núcleos de mayor productividad analítica que persisten hasta el presente. Un especial énfasis se pone en reponer la corriente marxista del dependentismo, encarnada por Ruy Mauro Marini, Vania Bambirra y Theotonio Dos Santos, así como las contribuciones que hicieron Fernando H. Cardoso, Enzo Faletto, Agustín Cueva¸ Tilman Evers, Norbert Lechner, Marcos Kaplan, José Aricó, Guillermo O’Donnell, Florestan Fernandes y, muy especialmente, René Zavaleta Mercado, uno de los pensadores más prolíficos y productivos en el análisis de la cuestión estatal latinoamericana. Mención aparte merece la referencia al pensamiento iluminador de José Carlos Mariátegui.
En conjunto, los autores de este libro destacan acertadamente que la “especificidad histórica del Estado” en América Latina estaría dada por la heterogeneidad estructural y el carácter subordinado y dependiente de su inserción en la economía mundial, mientras que las múltiples especificidades nacionales devendrían de los procesos de conformación particular de sus clases fundamentales, sus intereses antagónicos, sus conflictos, sus luchas y sus articulaciones, en tensión permanente con su forma de inserción en los ciclos históricos de acumulación a escala global. A su vez, los autores recuperan ese rasgo genérico común para pensar las parcialidades desde una totalidad que pone de relieve elementos cognitivos centrales. Este esfuerzo de pensar el conjunto resulta muy destacable, máxime en tiempos de una fragmentación e individuación extremas, que apuntan a debilitar las estrategias comunes de los pueblos en lucha. Insistir en la mirada de la totalidad, recuperar las raíces de los condicionantes estructurales que subsisten en el presente y rescatar los aportes históricos más significativos de la producción teórica latinoamericana son aciertos indudables de esta compilación.
La “cuestión estatal” puede ser abordada de muchas maneras, pero podemos destacar dos planos que condensan aspectos sustantivos, cuya elucidación diferencial resulta relevante: uno es el relativo al Estado como referencia territorialmente situada y distinguible de otros Estados (nacionales o plurinacionales) y, simultánea y fundamentalmente, como nudo específico de las relaciones que se despliegan en el mercado mundial. El otro tiene que ver con su realidad como forma de las relaciones de poder delimitadas dentro de un territorio acotado, forma que no es ni fija ni estática y que se va reconstituyendo al compás de las luchas sociales. El Estado, así, puede ser definido como el espacio de condensación de las relaciones de fuerzas sociales que se plasman materialmente y que le dan contornos específicos y variables según las circunstancias históricas. Como instancia no neutral, recorta, conforma y reproduce la escisión clasista, racista y patriarcal del orden dominante, e internaliza los conflictos y las luchas que se derivan de tal escisión y que la reponen en su contradicción irresoluble ( Thwaites y Ouviña, 2018).
Como subrayan varios trabajos de este volumen, Estado y sociedad en el capitalismo aparecen como escindidos, cuando en rigor constituyen una unidad en la cual, mientras la dinámica social impacta, desgarra y atraviesa el Estado, en un único movimiento, a su vez, este conforma lo social. Así, en los aparatos estatales no solo se materializa la violencia represiva como garante última de la dominación, sino que, a la vez, toman cuerpo las respuestas del capital a las demandas activas del polo del trabajo. Tales respuestas, expresadas en normas, instituciones y políticas, no constituyen meras concesiones calculadas astutamente por el capital para perpetuarse, sino que son conquistas acumuladas por largos procesos históricos de luchas sociales. Como tales, suelen implicar logros —tan parciales y mediatizados como concretos y tangibles— en las condiciones de vida de las clases subalternas. Al mismo tiempo, tales conquistas institucionalizadas son portadoras del efecto “fetichizador” (aparecer como lo que no son) de volver aceptable la dominación del capital, mediante la construcción del andamiaje material e ideológico que amalgama a la sociedad capitalista y la legitima. Es decir, la misma institución que puede beneficiar en las condiciones de vida presentes se convierte en soporte de la legitimación del capital para afirmar su dominio en el largo plazo. De modo que, en un mismo movimiento, en un solo proceso contradictorio, la lucha de los pueblos por obturar el orden capitalista y trascenderlo se imbrica con aquello que puede producir efectos que terminen reforzando la integración al sistema.
El Estado es una forma y también un lugar-momento de la lucha de clases cuyo rasgo esencial, que lo define como capitalista, es reproducir a la sociedad qua capitalista. Pero las formas de producción y reproducción capitalista y de entrelazamiento con el mercado mundial son diversas en los distintos espacios territoriales en los que encarnan, no son inmutables y llevan en sus entrañas la fuerza del polo del trabajo, que con su resistencia puede imponerle límites y definirle contornos a la lógica reproductiva del capital. Además, tales formas están doblemente condicionadas: por una parte, por los ciclos de acumulación a escala global, que determinan bienes y servicios de mayor o menor relevancia, según el ciclo histórico y, por la otra, por la composición de las clases fundamentales que operan en el espacio nacional y conforman las estructuras de producción y reproducción, también variables según el ciclo histórico. Es a partir de las determinaciones múltiples y contradictorias que se establecen las diversas “maneras de ser” capitalista de los Estados nacionales, con sus rasgos peculiares de estructuración interna de la dominación. Aquí es donde se plantearon históricamente las diferencias constitutivas entre los Estados del capitalismo central y la periferia subordinada y donde, tanto antes como en la actualidad, cobran sentido los análisis particulares de los espacios estatales nacionales y regionales. La identificación de los rasgos capitalistas nodales, genéricos y específicos, que connotan las realidades estatales territorialmente delimitadas en nuestra región, es lo que habilita su comprensión y, eventualmente, su transformación. La clásica interrogación acerca de la especificidad de los Estados en América Latina se inscribe en esta perspectiva, que es abordada en varios trabajos de este volumen.
Un autor muy citado en las páginas de este libro, René Zavaleta Mercado, acuñó dos conceptos para determinar lo específico y lo general capitalista en cada sociedad de América Latina: “forma primordial” y “determinación dependiente”, como pares contrarios y combinables que remiten a la dialéctica entre la lógica del lugar (las peculiaridades de cada sociedad) y la unidad del mundo (lo comparable a escala planetaria). La noción de “forma primordial” permite dar cuenta de la ecuación existente entre Estado y sociedad dentro de un territorio dado y en el marco de una historia local, porque define “el grado en que la sociedad existe hacia el Estado y lo inverso, pero también las formas de su separación o extrañamiento” ( Zavaleta, 1990). La noción de “determinación dependiente”, por su parte, refiere al conjunto de condicionamientos externos que ponen un límite (o margen de maniobra) a los procesos de configuración de carácter endógeno. Según Zavaleta, “cada sociedad, incluso la más débil y aislada, tiene siempre un margen de autodeterminación; pero no lo tiene en absoluto si no conoce las condiciones o particularidades de su dependencia. En otros términos, cada historia nacional crea un patrón específico de autonomía, pero también engendra una modalidad concreta de dependencia” (1990, p. 123). Es decir, la condición dependiente de una formación social asume rasgos propios que la caracterizan como tal, pero estos no son pétreos ni inmunes a los procesos de lucha capaces de alterar la ecuación estatal en un sentido emancipador para las masas populares.
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