Felipe Pinto - Argentina - Las canciones de su folklore

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El folklore argentino es millonario, se puede decir, en los diferentes ritmos que aglutina. Encontraremos vidalas, zambas, cuecas, chayas, malambos, cifras, estilos, triunfos, chamamés, rasguidos dobles, bailecitos, gatos, chacareras, huaynos o escondidos, por citar los más conocidos, de una amplia lista, de estos ritmos que configuran el cancionero de su música tradicional autóctona.Tras varios lustros de investigación sobre este cancionero, Felipe Pinto, nos plasma en este libro, primero de los que integran la obra, no sólo las letras, sino la aportación de algo esencial para el entendimiento y recuerdo de sus canciones como lo son las historias, anécdotas o motivos por las que se compusieron, cada una de las que canciones que aquí figuran, así como la mayoría de los artistas que han llegado a grabar cada uno de los temas. Es, pues, además de un interesante libro de aprendizaje, un manual de consulta que entrará en los anales de la historia musical de la Argentina, de América e incluso del mundo entero.

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Este impresionante poema lírico «Adagio en mi país» fue escrito en mil novecientos setenta y tres, «año infeliz en la memoria de los uruguayos», afirma la profesora Mónica Salinas, en su obra «Poesía y mito. ALFREDO ZITARROSA». En ese año se instauró el régimen de Juan María Bordaberry Arocena y también en ese mismo año fue exiliado Zitarrosa.

El poema consta de seis estrofas. Las cuatro primeras presentan la misma estructura externa; los dos primeros versos se reproducen de manera anafórica al final de la estrofa, confiriéndole a la misma una estructura «circular». Las últimas estrofas, por otra parte, no presentan la estructura «circular» de las otras estrofas.

El yo lírico describe la experiencia psicológica que experimenta el yo de autor. La voz poética describe una transformación interna en la que las emociones se van elaborando, evolucionando de impulsos (tristeza y rencor) a sentimientos, valores, ideales y virtudes (esperanza y paz). El poeta utiliza distintos símbolos, como por ejemplo la luz del sol, para describir la conversión interna que experimenta al ascender desde las regiones más bajas de la psiquis a las esferas más altas de la conciencia.

El padre desempeña la función de un guía y protector. Es curioso destacar que éste no se remite a una etapa más gratificante de su pasado, sino que se proyecta al futuro, su función es alentar la esperanza de su hijo y también la de los lectores.

En mí país, qué tristeza

La pobreza y el rencor

Dice mi padre que ya llegará

Desde el fondo del tiempo otro tiempo

Y me dice que el sol brillará,

Sobre un pueblo que él sueña

Labrando su verde solar.

En mi país qué tristeza

La pobreza y el rencor.

La voz poética evalúa y analiza la situación del país a través de distintos puntos de vista: del padre, del poeta y del pueblo. Mónica Salinas sostiene que la postura del padre oscila entre «la profecía de un renacimiento de las gestas heroicas, y la amarga constatación del potencial destructivo del infame».

Tú no pediste la guerra/ Madre tierra, yo lo sé,

Dice mi padre que un solo traidor /puede con mil valientes;

él siente que el pueblo, en su inmenso dolor/ hoy se niega a beber

de la fuente clara del honor/

Tú no pediste la guerra/ Madre tierra, yo lo sé.

Como se observa, la obra artística de Alfredo Zitarrosa es una obra comprometida con una causa social, porque a través de ella él reconfortó a su pueblo en un momento de sufrimiento. Él es un ejemplo de que es posible que un sujeto puede trascender un contexto impregnado de sufrimiento.

ADAGIO EN MI PAÍS

Zamba

Letra y Música: Alfredo Zitarrosa

Grabado por: Alfredo Zitarrosa, Vos América, César Isella, Huerque Mapu, Sanampay, Quinteto Tiempo

En mi país, qué tristeza,

la pobreza y el rencor.

Dice mi padre que ya llegará

desde el fondo del tiempo otro tiempo

y me dice que el sol brillará

sobre un pueblo que él sueña

labrando su verde solar.

En mi país, qué tristeza,

la pobreza y el rencor.

Tú no pediste la guerra,

madre tierra, yo lo sé.

Dice mi padre que un solo traidor

puede con mil valientes;

él siente que el pueblo en su inmenso dolor

hoy se niega a beber en la fuente

clara del honor.

Tú no pediste la guerra,

madre tierra, yo lo sé.

En mi país somos duros,

el futuro lo dirá.

Canta mi pueblo una canción de paz.

Detrás de cada puerta

está alerta mi pueblo,

y ya nadie podrá

silenciar su canción

картинка 13 картинка 14

y mañana también cantará.

En mi país somos duros,

el futuro lo dirá.

En mi país, qué tibieza

cuando empieza a amanecer.

Dice mi pueblo que puede leer

en su mano de obrero el destino

y que no hay adivino ni rey

que le pueda marcar el camino

que va a recorrer.

En mi país, qué tibieza

cuando empieza a amanecer.

En mi país somos miles y miles

de lágrimas y de fusiles,

un puño y un canto vibrante,

una llama encendida, un gigante

que grita: ¡Adelante... adelante...!

En mi país brillará,

yo lo sé,

el sol del pueblo arderá

nuevamente, alumbrando mi tierra.

012. Adios Catamarca, adios

Cuenta el folklorista catamarqueño Coco Melo Cabrera cómo fue testigo del momento en que Don Manuel Acosta compuso esta zamba, en 1951, en el Bar Munich de las calles Sarmiento y San Martín de Catamarca, momentos antes de partir a una gira por todo el norte del país. En ese día, integraban el conjunto Manuel Acosta Villafañe, Pebete Gerván Leguizamón, Pila Quinteros, Juan Ramón Ponce, Ramiro Espoz Saavedra, Noia y Ponce. Casi veinte años después el grupo Los Chalchaleros, formado por Juan Carlos Saravia, Ernesto Cabeza, Polo Román y Pancho Figueroa, grabó la que sin duda es la mejor versión realizada nunca de esta zamba, llena de sentimiento y amor por todos y cada uno de los bellos lugares de la provincia en la que nació el autor y cuya capital es San Fernando del Valle de Catamarca.

(Cucho Márquez)

ADIOS, CATAMARCA, ADIOS

Zamba

Letra y música: Manuel Acosta Villafañe

Grabado por: Los Chalchaleros, Margarita Palacios, Los Altamirano, Los Cantores del Alba, Ambrosio Nicoli, Los Arribeños…

¡Adiós, Catamarca, adiós!

¿Quién sabe hasta cuando será?

¡Adiós, mi cerro el Ambato;

adiós Valle Viejo, adiós Capayán!

Camino del valle me iré:

camino del bello Pomán.

Me iré cruzando los campos.

¡Adiós, mi Joyango; adiós, mi Siján!

¡Cuántos recuerdos queridos,

por largos caminos me han de acompañar!

Y aunque me encuentre distante,

de mi Catamarca no me he’i de olvidar.

¡Adiós, Catamarca, adiós!

¿Quién sabe hasta cuando será?

Al irme dejo esta zamba

pa’ que mis paisanos la puedan bailar.

¡Adiós, ya me voy, ya me voy;

cantando algún día he’i volver!

¡Adiós, mi cerro, mis viñas;

adiós, Tinogasta; adiós, mi Belén!

¡Cuántos recuerdos queridos,

por largos caminos me han de acompañar!

Y aunque me encuentre distante,

de mi Catamarca no me he’i de olvidar.

013. Adios Tucumán

Héctor Roberto Chavero, conocido artísticamente como Atahualpa Yupanqui, nació en Campo de la Cruz (Pergamino) en 1908, muriendo en 1992 en la ciudad francesa de Nimes. Como él mismo decía:

«No conviene ponerse a decir muchas cosas con la zamba porque se traicionaría el espíritu del tres por cuatro, del juego del pañuelo; se pueden insinuar, nomás. Como el único lenguaje que tiene la zamba es el pañuelo uno le puede adjudicar a la mirada, al gesto, o al silencio del hombre cosas que el pañuelo no puede decir. Pero no le adjudique demasiado porque entonces cae en la filosofía y eso guárdelo para otro asunto.»

Contaba don Ata:

«En su origen, este tema tiene una tristeza política. Unos amigos míos eran terratenientes de Raco, primos hermanos entre sí. Y yo, un Juan de afuera. Conocían ellos mi devoción por el paisaje, por el paso, el caballo, la copla, los hombres, los guardamontes y las bagualas. Pero la política los alejó de mí y de la amistad profunda que nos juntaba. Yo soy amigo de la gente sin preguntarle cómo piensa, ni para qué lado. Me basta con que sea criolla y suficiente. Bueno, esta gente empezó a no mostrarme la cara. En las cumbres de Raco yo tenía un ranchito tortiao, hecho con mis manos. Me fue para mí. Me largué del ómnibus y había un caballo que me estaba esperando en la parada, junto al boliche del turco Antin. Monté y me fui hasta una tranquera del “campo la Zanja” para poder subir» —desde allí me quedaban cuarenta minutos de viaje para arriba— y la encontré con llave. Entonces me acerco a la finca de los señores y digo: “está con llave”. No sé, me contestó uno de los peones, la habrá cerrado el niño tal o cual». Ningún niño, ninguno de los gauchos amigos míos estaba allí. Entonces me di cuenta que la intención era no facilitarme la llegada a mi pobre rancho de las cumbres de Raco. Era un descuidar la amistad, fastidio, repudio a mi condición de criollos. Ellos se sentían muy argentinos, muy partidarios de Facundo Quiroga y de Juan Manuel de Rosas. En cambio yo estaba con el pueblo, con el más golpeado, con el que tenía alpargatas. Y yo las tenía. Era lo único, mi guitarra vieja, las alpargatas y muchos sueños. Al otro día agarré mi caballo y a unos siete kilómetros monte arriba le di un guascazo en las ancas y se perdió galopando en las cumbres. «Nunca más te voy a ensillar», le dije. Me vine. Lo único que me tomé fue mi máquina de escribir y unas espuelas, de a pie vine bajando y salté la tranquera. Ya nunca más volví a Raco. De allí nació esta zamba: «Adios Tucumán».

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