―¿Qué haces despierta, mami? ¿No puedes dormir?
―No, como que se me fue un poco el sueño, lo que sí es que ando cansada, tuve mucho trabajo.
―¿Pero todo está bien? ―preguntó Gloria.
―Sí, mijita, todo bien, creo que ya estoy manejando un poco mejor mis emociones, esto que siento de pronto.
―Sí, ma, te veo mejor, más tranquila, y creo que hasta te veo más contenta ―y le regaló una sonrisa muy natural.
―En verdad que sí ―volteó a ver a su hija y le dijo―, gracias por tu preocupación, por tu atención, de verdad te lo agradezco demasiado ―enseguida extendió sus brazos para abrazarla.
Gloria, por su parte, se lanzó a los brazos de su mamá y se fundieron en un abrazo lleno de amor y complicidad.
Pasaron los días, las semanas y eran ya casi dos meses desde que Elia había tenido su primera terapia en el Centro Holístico, y una semana de haber tenido la visión que la inquietaba; aunque no había vuelto a recordarla del todo, por algunos momentos venían a su mente esas imágenes y de nuevo repetía la frase para entregárselas al Señor y enviarlas a la luz, para que fuera Él quien la guiara con el mensaje.
Siguió asistiendo los martes al Centro Holístico y se dio cuenta que sus meditaciones habían mejorado; ya lograba conectar con ella misma y con su espiritualidad. De pronto le llegaban pensamientos, pero los veía y los dejaba ir, es decir, se hizo observadora de su propio pensamiento, como le habían enseñado.
A las pocas semanas de su recuerdo de niña subiendo las escaleras de su antigua casa, llegó un día que había sido tranquilo en general para Elia. Había tenido muy poco trabajo y, caída la noche, siguió su pequeño ritual de oración que ya se había convertido en un hábito para dormir tranquila, por lo que puso su cojín en el suelo, prendió la veladora que tenía en el buró y también un incienso, se sentó en posición de meditación, cerró sus ojos y empezó un diálogo con Dios.
―Padre bueno, pongo esta noche en tus manos mis problemas, mis miedos y mis angustias; no sé lo que es mejor para mí en este momento, pero Tú sí lo sabes, confío plena y absolutamente que todo lo que pase será lo mejor para mí, sólo te pido que me des la fuerza suficiente para soportar lo que venga en mi futuro. Espíritu Santo, dame la luz para verlo de otra manera o de la manera que debe de ser; no sé muchas cosas, pero aquí estoy tratando de hacer todo lo mejor, perdóname por todo lo que he hecho mal, perdona mis pecados que he cometido, guía mis pasos por el camino que Tú sabes que es mejor para mí y para mi familia. Gracias por todo, de verdad. Te pido que no me sueltes de tu mano, porque no sabría cómo seguir con tantas cosas que traigo encima. Gracias por las personas que han llegado a mi vida, gracias, gracias, gracias.
Se levantó de ahí y se acostó en su cama, dispuesta a dormir placenteramente.
Al poco tiempo, un par de horas más tarde, se despertó en la madrugada, sudando y exaltada. Su rostro parecía como si hubiera visto a la muerte. Se levantó aterrada, recordaba perfectamente lo que había estado soñando, ¿era una pesadilla? se preguntaba, o más bien un recuerdo que había ocultado durante su vida. Vislumbró claramente hacia dónde la conducían esas escaleras que había recordado en aquella visualización, supo quién era esa persona que la llevaba de la mano, y vio aterrada a dónde la condujo. Elia no lo podía creer, ¡estaba como loca!
En su desesperación, asombro e incredulidad, Elia gritó varias veces. Su hija Gloria, que descansaba en la recámara que estaba frente a la de Elia, en el segundo piso de la casa, al escucharla corrió de prisa y, asustada, entró a la recámara de su mamá.
―¡Mamá, mamá, ¿qué pasa?! ¿Por qué gritas?, ¿estás bien? ¿Qué te sucede?
Dirigiéndose a Elia, la tomó en sus brazos; Elia, por su parte, también se entregó a los brazos de su hija, pero sin responder nada; sólo lloraba, le parecía demasiado como para contárselo a su hija, o más bien no lo sabía con certeza. En ese momento venían a su mente demasiadas cosas, no sabía cómo poner orden a su mente, se sentía aturdida.
Después de estar varios minutos abrazadas, se fueron separando y, con mucha ternura y suavidad, Gloria le preguntó qué fue lo que pasó.
―Fue una pesadilla, sólo que me asusté mucho; discúlpame, no quería espantarte así.
―Ay, mamita, no te disculpes, ya sabes que lo que más deseo es que estés bien.
―Sí, hija, muchas gracias, pero ya estaré mejor, más tranquila ―pero lo decía sólo de los dientes para afuera, porque la realidad era otra, y ella se veía pálida.
―Mami, la verdad no sé, te veo desencajada, ¿qué fue lo que soñaste?
―Ahhh, pues fue de esos sueños muy revueltos que no entiendes, ¡pero sí me asusté!
―¿Cuándo te toca ver a Sara?, a lo mejor ella te ayuda a entender qué fue, o descifrarlo.
―Sí, creo que pasado mañana, y sí siento que necesito hablarlo con ella.
―Súper bien. ¿Quieres que me quede a dormir aquí contigo?
―Sí, por favor, hija, acomódate aquí junto a mí, no me dejes sola hoy.
Y así Gloria se acurrucó con su mamá y enseguida se quedó dormida, mientras que Elia seguía muy sorprendida por todo lo que había recordado, y no podía concebir el sueño.
Pensaba una y otra vez en el sueño y la invadió una enorme tristeza. Fue entendiendo varias cosas, como su baja autoestima, ese sentimiento de culpa que siempre la acompañó y, por otro lado, se quedó conforme con la decisión de no contarle nada a su hija. Necesitaba ella misma digerirlo y luego ya pensar qué hacer, y así transcurrió gran parte de la noche. Finalmente, ya muy de madrugada, logró dormir.
En la mañana siguiente Elia se sentía muy atormentada, consternada, literalmente se sentía que había despertado de una pesadilla. Lo primero que hizo fue buscar el teléfono del Centro Holístico para llamar, pero recordó algunas cosas que tenía que revisar antes de llamar para confirmar su cita con la angeloterapeuta y, de paso, revisar si podían adelantarla.
Capítulo 3
Se corre el velo
Era un miércoles por la mañana, alrededor de las 11:11 a.m. De pronto sonó el teléfono y…
―Centro Holístico, buenos días.
―Hola, buenos días, disculpe, me urge hablar con Sara, ¿me podrá recibir la llamada?
―No, se encuentra en una sesión, está ocupada.
―¿Wendy?
―Sí, ¿quién habla?
―Soy Elia Montenegro y tengo agendada una sesión con Sara para mañana, pero me urge verla antes, ¿tendrá espacio en su agenda para vernos hoy mismo? ¿Me podrá recibir? ―denotaba angustia en su voz.
―Por supuesto, Elia, vente de inmediato, te esperamos. Precisamente tiene libres dos espacios terminando la sesión en la que está. Sara ya va a terminar y te puede atender sin problema, de una vez te anoto aquí para separarte el lugar.
―¡Gracias, Wendy! Colgando contigo me voy de inmediato para allá.
Ese día, Elia se sentía muy extraña, como que se veía al espejo y no se reconocía. Tardó mucho en arreglarse, no se sentía conectada con la realidad, con el aquí y el ahora; hizo lo mejor que pudo, se vistió con lo primero que se encontró y, así, se dirigió a la cocina para tratar de comer algo. Ya su hija se había ido al trabajo, por lo que se encontraba sola, y no pudo más que comer una manzana, no le caía nada en el estómago. Verdaderamente estaba muy afectada por lo que había sucedido en la noche, no había parado de llorar desde ese momento, traía sus ojos hinchados y enrojecidos, tenía una gran tristeza, mezclada con coraje y rabia; eran muchos sentimientos y muy fuertes.
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