―Sí, aquí estaré; no quiero seguir así y pondré todo de mi parte para salir lo más pronto posible de esta crisis. Sabes, siempre creí que haría esto, tratar tantos miedos que tengo, pero no sabía cuál sería el momento adecuado, hasta que de pronto me vi envuelta en esta nube de negatividad, pesimismo, miedos. Aún no sé hasta dónde pueda llegar, o qué tanto me atreva a hacer, pero siento que es el momento, el tiempo ya me ha alcanzado.
Levantó Elia su rostro, ya con un semblante un poco más tranquilo, y sonrió ligeramente a Sara.
―Me parece excelente, Elia ―le dijo Sara, con una gran sonrisa en su rostro—, y muchas felicidades, ésta es una muy buena decisión. Te voy a pedir que confíes, pero que, sobre todo, pongas tu fe en nuestro padre Dios, de verdad. Él es el que nos guiará por este camino de sanación.
―¡Gracias, Sara! Me voy más tranquila, me ha servido mucho platicar contigo.
―Así es, hermosa, a todos nos llega nuestro momento de querer cambiar o transformar nuestras circunstancias, nuestro espíritu nos lo grita ―le respondió Sara―. Estamos para servirte, Elia, y si en algún momento vuelves a sentirte mal, no importa la hora, puedes hablarme; lo que deseo es que sientas que ya no estás sola, que estamos para apoyarte en todo lo que necesites, ¿de acuerdo?
Se pusieron de pie las dos y se dieron un fuerte abrazo.
―Así lo haré; afortunadamente me siento más tranquila ―argumentó Elia.
―¡Gracias al Padre! Y bendecido día ―finalizó Sara.
Elia salió del Centro Holístico muy pensativa y cruzó muy pocas palabras con Gloria camino a casa. Como Gloria estaba inquieta y quería saber si le había hecho bien la consulta a su mamá, le preguntó:
―Mami, ¿cómo te sentiste?, ¿cómo te fue?, ¡anda, cuéntame! ―pidió Gloria, con una sonrisa en su rostro tratando de infundir entusiasmo a su madre.
―Bien, mi amor, todo bien, gracias por traerme.
―¿Nada más así? No me dejes con la incertidumbre, por fa, anda, cuéntame más… bueno, si se puede.
―Pues qué te digo, hija; la chica que me atendió es muy linda y me trató con mucho amor y platicamos de cosas, y sabes qué, me gustó que habla de Dios y eso me dio mucha confianza.
―¿En serio?, ¡qué padre, ma!, me da mucha alegría. ¿Y cuándo vas a volver?
―El próximo martes vengo a una meditación y me voy a quedar después a otra sesión con la terapeuta. A ver cómo me va.
Y así siguieron el camino de regreso a casa, platicando sobre algunos detalles de la sesión, pero sí fue evidente un pequeño cambio en la actitud de Elia, se notaba un poco más tranquila.
Los días pasaron y Elia continuó con su vida lo más normal que pudo pero, sin duda, la semilla de la esperanza de encontrar la paz ya estaba ahí en su corazón y en su mente, después de haber platicado con Sara en el Centro Holístico.
Elia nunca había meditado, lo había intentado alguna vez, pero sin éxito; sin embargo, estaba dispuesta a volver a intentarlo. Llegó el día de la cita para la meditación con Sara, pero Elia sentía un poco de incomodidad, tenía muchas dudas acerca de cómo lograr una concentración o simplemente qué técnicas se usarían allí. Aun así se animó a ir.
Llegó al Centro Holístico y saludó a la chica que la había recibido la primera vez. Ella era Wendy, quien la saludo muy cordialmente:
―¡Hola! ¿Cómo estás? ¿Vienes a la meditación? ―preguntó Wendy.
―Sí.
―¡Excelente! Me da gusto tenerte en el grupo. Por favor toma asiento, en lo que llegan las demás chicas y comenzamos la sesión.
Elia se sentó en la sala de espera. Al poco tiempo llegó Sara al recibidor, y al ver a Elia se acercó a saludarla. Con una gran sonrisa dibujada en su rostro, le dio un fuerte abrazo y le dijo:
―¡Me da muchísimo gusto verte de nuevo aquí! La verdad no dudé que ibas a venir; sabes que eres bienvenida.
―Gracias, Sara ―comento Elia―. La verdad es que sí lo dude, pero no se me olvidaron tus palabras y bueno, aquí estoy. Aunque tengo muchas dudas sobre esto, sobre cómo calmar mi mente para meditar.
―Pues felicidades de nuevo, muy buena decisión. Mira, es normal que tengas dudas; para empezar, no es necesario poner tu mente en blanco, sólo sé observadora de tus pensamientos y, en cuanto veas alguno, simplemente déjalo ir, no te enganches en él, y vuelve a conectarte con la guía que estarás escuchando o con tu propia conexión, ¿sale?
―Bueno, haré mi mejor esfuerzo ―respondió Elia.
―Muy bien, entonces pasa a la sala y acomódate en donde tú quieras.
―Sí, gracias.
Así Elia se encaminó a la sala de meditación.
Aún no había mucha gente, así que escogió un buen lugar, o al menos el que le resultó más cómodo. Se sentía un poco extraña, esta actividad no era algo conocido para ella; sin embargo, estaba dispuesta a aventurarse en este nuevo mundo.
Enseguida comenzaron a llegar más personas a la meditación. Se percató de que todas se saludaban con mucha familiaridad y cariño, como una familia.
Sara se incorporó a la sala, se acomodó en su lugar de siempre y con una gran sonrisa dio la bienvenida al grupo, y dijo:
―En esta tarde vamos a hacer una meditación de sanación, transmutando energías estancadas, y será con la asistencia de la llama violeta, del arcángel Zadquiel y del maestro ascendido san Germain, para trabajar la transmutación y el perdón.
Y explicó lo siguiente:
―La llama violeta es un fuego sagrado y usado por el maestro san Germain, quien empezó a compartirlo a la humanidad con el fin de sanar nuestros karmas, sanar errores de vidas pasadas. Todos venimos a sanar en esta experiencia humana, y la llama violeta es una herramienta, una ayuda para este fin; también contribuye a transmutar las energías negativas. En este caso vamos a trabajar con el perdón, perdonar los errores que creamos que hemos cometido con algún hermano o aún más allá, perdonarnos a nosotros mismos. Bueno, vamos a comenzar, tomamos una posición cómoda, donde nada te moleste.
Wendy, quien auxiliaba a Sara en la sesión, apagó las luces del lugar, y sólo quedó iluminado con algunas veladoras encendidas; también, previamente, habían encendido algunos inciensos. Así, a media luz y con el aroma de los inciensos, se generaba un ambiente muy místico.
Sin embargo, Elia se sentía como fuera de lugar, era algo completamente desconocido para ella y no se consideraba lista para hacerlo. Mientras tanto, continuó Sara con la meditación; con voz pausada y relajante dijo:
―Vamos a conectarnos con nuestra respiración, inhalamos y exhalamos lentamente; inhala paz, inhala tranquilidad y exhala toda molestia, toda tensión que esté presente en ti. Ahora invocamos la amada presencia de los ángeles de la transmutación, para que vengan, vengan, vengan y nos asistan en esta meditación. Empieza a visualizar esferas de luz que comienzan a descender a este lugar; descienden, descienden, descienden y estas energías angelicales en forma de esferas se colocan frente a ti. Esta energía angelical te envía luz violeta. Empieza a inhalar, inhalar, inhalar esta energía violeta y permite que esta luz se expanda, se expanda, se expanda por todo tu cuerpo, y permite que todo ese miedo, esa energía de preocupación que está dentro de ti salga por tu boca, y esta esfera de luz violeta la recibe, la recibe, la recibe.
Elia estaba sentada con sus piernas cruzadas y con sus ojos cerrados, haciendo los ejercicios de respiración y tratando de imaginar lo que la terapeuta decía, aunque de pronto recordaba que al día siguiente tenía mucho trabajo y que había que ir con el proveedor por algunos productos, y se percataba que no estaba poniendo atención y volvía a intentar concentrase.
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