―¡Noooo! ―gritó Gloria.
―¡Déjame, tengo que hacerlo!
―¡Madre, por favor no sigas con esto!, ¡¿por qué lo quieres hacer?! ¡No entiendo! ―cuestionaba Gloria.
―¡Tú no sabes nada, tú no sabes! ¡Quítate! ―gritaba Elia, entre lágrimas de dolor y angustia, mientras seguían forcejeando, Gloria intentando quitarle la navaja en todo momento.
―No, no lo sé, pero no voy a permitir que lo hagas, ¡por favor, madre, no me hagas esto! ―le dijo Gloria, con su voz entrecortada y al borde del llanto.
Elia, al escuchar a su hija, percibió algo en su pensamiento, como un flechazo de luz en su mente, como si regresara y saliera de un trance. En ese momento reaccionó y fijó su mirada en Gloria, esta vez era una mirada de amor y ternura.
Poco a poco fue disminuyendo la tensión y la fuerza en sus manos, hasta dejar caer la navaja en el piso. Debido al forcejeo, Gloria terminó lastimada de sus manos y con un poco de sangre.
Cuando la navaja ya estaba en el piso, las dos miraron sus manos y, casi instantáneamente, voltearon a verse de frente nuevamente, con lágrimas en sus ojos, y terminaron fundidas en un abrazo que les provocó un llanto intenso y profundo.
El tiempo transcurrió lento, mientras ellas permanecían abrazadas en el piso del baño, sin querer soltarse hasta vaciar sus emociones completamente; ese fue el momento de mayor desbordamiento sentimental para Elia y dejó salir toda su angustia con Gloria, en un llanto desgarrador, que mostraba un dolor clavado en lo más profundo de su ser, mientras su hija la acogía en sus brazos, también con llanto profundo, sin saber qué pasaba con su mamá, sólo le angustiaba pensar que si no hubiese llegado a tiempo, todo esto sería otro escenario, muy distinto, y eso le provocaba más angustia todavía.
Las emociones fueron pasando de mayor a menor, hasta que ello les permitió soltarse y mirarse a los ojos, sin decir una sola palabra. Elia se sintió avergonzada y bajó su mirada, como entrando en razón y dándose cuenta del error que estuvo a punto de cometer. Aún dentro del baño, Gloria se levantó poco a poco, sin soltar la mano de su madre y una vez estando de pie, la invitó con mucho respeto a levantarse, con un pequeño gesto y estirando suavemente su brazo.
Elia aceptó, agachó su cabeza y comenzó a levantarse, aunque estaba abatida y sin fuerzas. Gloria la apoyó, tomándola del brazo y abrazándola, y salieron del baño, caminando lento para ir a la cama.
Gloria ayudó a su madre a recostarse y se sentó junto a ella, acariciando su cabello con una gran ternura y compasión durante unos momentos.
Después de un breve tiempo, Gloria se levantó, enjuagó sus heridas y en el baño, a solas, fijó su mirada en el espejo, y fue inevitable que rodaran unas lágrimas por sus mejillas; se sentía totalmente incrédula, seguía sin entender qué era lo que había pasado con su mamá. Una vez que salió ya más tranquila del baño nuevamente, apagó las luces que faltaban de la recámara, regresó para recostarse junto a su madre y así permanecieron sin decir nada por un largo tiempo, hasta que ambas se quedaron profundamente dormidas.
Ese día para Gloria fue muy impactante, estaba sorprendida y preocupada por todo lo que había pasado.
Ella era la mayor de las hijas de Elia, tenía 27 años; era una chica muy valiente, decidida y con un fuerte carácter, su aspecto era muy parecido al de su mamá, de piel morena, complexión delgada, altura media y cabello ondulado, castaño oscuro, con ojos grandes y muy expresivos; su personalidad era imponente, inclusive ante su madre.
No comprendía bien lo que había sucedido, en su cabeza todo daba vueltas y no sabía qué hacer, sólo sabía que necesitaba ayudar a su mamá, pero no tenía idea de cómo hacerlo ni por dónde empezar o a quién recurrir, sólo se le ocurrió hablarle a su mejor amiga.
Era casi la hora de salir de la oficina, cerca de las 6:00 p.m. del día siguiente. Sonó el teléfono celular de Ana, la amiga de Gloria, una mujer joven, de la misma edad que Gloria, simpática, con madurez de pensamiento, amante de la naturaleza. Ella era alta, de piel blanca, cabello largo castaño, usaba lentes con diseño casual y casi siempre vestía formal, debido al trabajo de oficina que desempeñaba.
―Amiga, ¡me urge platicar contigo! ―comentó Gloria con desesperación.
―Claro, amiga, dime ―respondió Ana, un poco sorprendida por el tono de voz de su amiga.
―No por teléfono, necesito verte ahora mismo en persona, es algo muy grave.
―¡¿Estás bien?!
―No, estoy muy preocupada, por favor vamos a vernos en el café de siempre, ¿sí?
―Está bien, nos vemos en 30 minutos ―sugirió Ana.
―¡Gracias, amiga! Allá nos vemos.
Ellas solían ir a un café en el centro de la cuidad, que estaba en una casa antigua donde tenían las mesas en los patios entre árboles muy viejos, adornado con luces, lámparas, alebrijes y objetos alternativos; el ambiente era tranquilo y la música calmada, lo que permitía platicar sin demasiado ruido. Estar en ese café era como regresar unos años a otra época; el edificio de arquitectura colonial conservaba todo su diseño original, así como muebles y arte antiguos que complementaban el entorno.
Minutos más tarde…
―Hola, amiga, estoy asustada y tú no te ves nada bien ―le dijo Ana a Gloria después de saludarla con un beso y un fuerte abrazo―. Dime qué pasa ―terminó diciendo Ana.
Gloria, a punto del llanto, le comenzó a platicar a su amiga lo ocurrido la noche anterior.
―Sé que mi mamá ha sufrido mucho, no conozco tanto de su vida, sólo lo poco que recuerdo de mi infancia y mi adolescencia. Sé que tuvo problemas personales y con mi papá, pero yo los considero dentro de lo normal, problemas por los que pasan todas las parejas que se divorcian. Pero anoche tuve la sensación de que no la conozco realmente.
Mientras decía esto, Gloria tuvo que dejar de hablar porque el llanto cortaba sus palabras. Ana la tomó de las manos y le dijo:
―Pero dime qué pasó, ¡me asustas!
Con tono desesperado, controlándose para no gritar, Gloria dijo:
―¡Mi mamá intentó suicidarse!
―¡¿Qué?! ¡¿Cómo?!... Tranquila, amiga, ¡cuéntame por favor! ―le dijo Ana, mientras la tomaba de las manos, con cara de asombro, pues jamás se imaginó que eso pudiera pasar.
―¿Recuerdas que anoche me sentí incómoda en la fiesta en que estábamos juntas y me retiré temprano, cerca de la medianoche?
―Sí, la verdad se me hizo muy raro. Pero sí te noté incómoda, no estabas disfrutando de la fiesta.
―Pues resulta que sentí un gran impulso por estar con mi mamá porque me sentía triste, no sé, algo así como con un presentimiento extraño; se me venían pensamientos que no entendía bien y me empecé a sentir confundida y muy inquieta. Por esa razón decidí irme a casa.
"Una vez que llegué y abrí la puerta despacio para no hacer ruido por la hora que era, comencé a subir las escaleras hacia la recámara de ella, de mi mamá, para darle las buenas noches; sin embargo, sentía como una opresión en mi pecho, un presentimiento, y mi corazón se aceleraba cada vez más. Entonces apuré mi paso, escuché a lo lejos unos ruidos, como si estuviera ella llorando, me puse nerviosa y subí más rápido, casi corriendo llegué hasta su cuarto y al abrir la puerta me percaté que no estaba en su cama, pero la escuché llorar en el baño, y era un llanto diferente, ¡nunca la había escuchado así! ―Gloria seguía relatando, con lágrimas en sus ojos.
"Inmediatamente me dirigí allí y, cuando entré, la encontré tirada en el piso intentando cortarse las venas con una navaja, su mirada estaba como en otro mundo, totalmente perdida.
―¡No lo puedo creer! Pero tu mamá… no sé, aparenta ser una persona firme, alegre, segura y tranquila. No puedo imaginar lo que me estás describiendo… aunque, viendo bien las cosas, tu mami cambió mucho después de su divorcio. ¿Y qué hiciste, amiga? ―exclamó incrédula Ana.
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