El consultorio era acogedor, con un poco de decoración tipo zen, pero muy sencillo; tenía veladoras, inciensos, imágenes de Ganash, pero también había representaciones de ángeles, una combinación extraña, pero aun así se sentía confortable e incitaba a la calma, como que la vibración era de armonía y confianza.
Sara Castaño, quien llevaba ya varios años de experiencia como angeloterapeuta, era una mujer joven, de 38 años, divorciada, con un hijo pequeño de dos años y con una carrera ascendente como emprendedora. Sara había estudiado ingeniería y ejerció su carrera por algunos años en la industria de la región, de donde era originaria, una ciudad con desarrollo y actividad industrial, pero siempre tuvo la inquietud de conocer el aspecto espiritual de las personas con mayor profundidad, lo que la llevó a tomar cursos y talleres en varias partes del país e, incluso, en el extranjero, así como a hacer investigaciones y practicar lo aprendido, tanto en su propia vida como con las de su entorno.
Poco a poco fue tomando experiencia, hasta que se graduó y se certificó como angeloterapeuta y tomó la decisión de poner su propio consultorio, lo cual había iniciado varios años atrás, cuando aún trabajaba en la industria.
A pesar de innumerables descalabros en su aventura como emprendedora, Sara nunca se dio por vencida, hasta que conoció a una de sus mejores amigas, Wendy Aguilar, la encargada y socia en el Centro Holístico al que Elia estaba asistiendo.
Un par de años atrás, al momento en que Elia llegaba al Centro Holístico, Sara y Wendy conectaron sus caminos para comenzar con mayor fuerza y hacer realidad sus sueños de ser terapeutas, con terapias alternativas y tener su propio negocio, su propio Centro Holístico, lo cual lograron después de años de esfuerzos. Estaban apoyando a muchas personas y se daban a conocer rápidamente por los resultados y la calidad de los servicios que ofrecían. Y fue así como todo se dio en el tiempo justo para que Elia entonces llegara a ese lugar en su momento de mayor crisis existencial.
Sara se destacaba por el trato amoroso que daba en sus terapias y por la rápida conexión que hacía con sus clientes. Con Elia no fue la excepción, inmediatamente conectaron y, al iniciar la conversación, Elia se sintió con mucha confianza de platicar con Sara lo ocurrido aquella noche en su recámara.
Ya dentro del consultorio, Elia frente a Sara comenzó su relato, con su cara agachada y sin querer levantar los ojos; en una actitud de mucha vergüenza, le dijo a su terapeuta:
―La verdad no sé cómo empezar, esta situación me sobrepasa y… pues no sé qué tenía en mi mente; lo único que yo quería era terminar con todo de una vez, en ese momento no veía otra salida y sigo sin verla aún. Si no ha sido por Gloria, mi hija, lo hubiera hecho, hubiera cortado mis venas para liberarme completamente de toda esta angustia que me tiene atrapada.
―De acuerdo, sólo para que me quede claro lo que ocurrió esa noche, Elia ―comentó Sara―, intentaste suicidarte, ¿verdad?
―Sí ―respondió Elia.
―Ahora dime, ¿por qué te quieres morir?
En ese momento Elia apretó sus manos e inevitablemente empezó a llorar; escurrían sus lágrimas por sus mejillas, de manera espontánea. Aún seguían sus emociones a flor de piel. Sara, con ternura, le acercó un pañuelo para que secara las lágrimas. Elia, con voz exaltada y hasta un poco gritando, dijo:
―¡No lo sé! ¡No lo sé! Creo que ya no tengo por qué vivir, no encuentro motivo ―y continuaba llorando.
En su rostro se le notaba la angustia de no entender bien lo que le sucedía.
―¿Y tus hijos no son una razón para seguir viviendo? Ellos te necesitan ―argumentó Sara.
―Es que no sé qué me pasa realmente. Sé que ellos me necesitan, pero en el fondo estoy destrozada… Ayúdame, por favor, a saber qué está pasando en mi mente.
―Claro, vamos a verlo ―comentó Sara, y guardó silencio por un momento―. Una pregunta más, Elia, ¿es la primera vez que intentas suicidarte?
Elia se quedó pensativa y, después de un momento de silencio, respondió inclinando la cabeza, en un acto de profunda pena.
―La verdad no, no es la primera vez, ya lo había olvidado, pero en mi niñez también pensé en algún momento terminar con mi vida, pero aquella ocasión fue diferente y no estuve tan cerca de lograrlo como ahora o, al menos, no estuve tan decidida como esa noche, según lo que alcanzo a recordar.
Sara la miró directo a los ojos.
―Entonces, ¿el problema de fondo viene desde antes, desde tu niñez o tu adolescencia, Elia? ―hizo una pausa―. Me gustaría saber qué ocurrió en tu vida, para que hoy sigas pensando en terminar con ella. Pudieron haber sido uno o varios sucesos los que te marcaron con el dolor y el sufrimiento que hoy estás sintiendo. ¿Recuerdas algo más?
―No, no realmente ―titubeó Elia, como intentando rescatar algunos recuerdos o, tal vez, tratando de evadir una verdad oculta que le dolía.
Elia miraba al horizonte, se veía en su rostro la confusión en la que permanecía.
―Hace mucho que no he reflexionado o pensado en mi pasado, me refiero al tiempo antes de casarme ―aseguró Elia.
―Muy bien ―comentó Sara―, entonces déjame te explico un poco más cómo es que funcionan nuestras terapias, en la medida que vamos profundizando en tu proceso para detectar la causa raíz de esos pensamientos de suicidio que estás teniendo.
La sesión continuó por varios minutos más, con la indagación de la situación por parte de Sara; sin embargo, Elia no tuvo la apertura necesaria para trabajar con mayor profundidad, de tal forma que, ya casi al final de la sesión, Sara comentó:
―Elia, como parte del proceso, te sugiero la meditación, además de las sesiones individuales que tengamos; esto para ir calmando tu mente y tu espíritu, y que encuentres un poco de relajación y sosiego, que conectes con tu luz, con tu paz. Aquí hacemos algunas ceremonias grupales que tendremos el próximo martes, y al final te quedas conmigo nuevamente para platicar de tu experiencia en la meditación.
Elia escuchaba muy atenta las sugerencias de Sara, pero dudaba en el fondo si sería el camino correcto para seguir.
―¿Cómo ves, Elia? ―preguntó la terapeuta.
―No lo sé, te soy honesta ―Elia bajó el rostro y se frotó las manos, mostrando indecisión.
―¿Qué es lo que no sabes?, ¿qué te causa confusión?, ¿o acaso tienes miedo?
Elia suspiró hondo y miró de frente a Sara, y respondió con voz baja.
―Yo creo que es eso, Sara, porque no sé cómo tomar todo esto. La verdad siempre hui y le di la vuelta. La verdad es que sí, ¡tengo mucho miedo!
Sara la tomó de la mano y le sonrió con el afán de inspirarle confianza, y le dijo:
―Mira, vamos poco a poco, a tu ritmo, empezando con cosas sencillas como la meditación. Precisamente haremos una meditación de sanación que te ayudará mucho a conectar con tus emociones más profundas y que probablemente haga que recuerdes más cosas de tu pasado. No va a ser fácil, te lo digo de una vez, va a ser un trabajo largo, pero es tu momento. ¿Te espero, entonces, el próximo martes en punto de las 7:00 p.m.? ―preguntó Sara.
Elia se quedó pensativa. Antes de llegar al sitio, había pensado en hacerlo sólo una vez, para calmar la angustia que se había creado en su familia con ese intento de suicidio pero, la verdad, no pensaba encontrar una conexión tan especial con la terapeuta, y tampoco darse cuenta de que ya era el momento de confrontar todo. Al conversar con Sara, fue comprendiendo que si no lo hacía ahora, no sabría qué hacer con esa depresión. Pensó de nuevo en su gran necesidad de buscar la paz y dejar atrás tantos miedos pero, por otra parte, la invadía el temor a buscar y encontrar algo que no le gustaría. Era una gran decisión la que tenía que tomar en ese momento y así, sin más, sintió un impulso que salió de muy dentro de ella, y respondió:
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