Índice
Capítulo 1. Viviendo en una pesadilla
Capítulo 2. Encuentro de almas
Capítulo 3. Se corre el velo
Capítulo 4. Inicia el camino
Capítulo 5. Lazos
Capítulo 6. Reconectando con el pasado
Capítulo 7. La conmoción
Capítulo 8. El inicio de la historia
Capítulo 9. Una tarde lluviosa
Capítulo 10. Decisión difícil
Capítulo 11. La gran pérdida
Capítulo 12. La ilusión del amor
Capítulo 13. La ruptura
Capítulo 14. Reacomodando las piezas
Capítulo 15. El primer eslabón
Capítulo 16. De frente con la oscuridad
Capítulo 17. Revelaciones
Capítulo 18 . El camino a la luz
Capítulo 19. El encuentro con tu ser
Capítulo 20. Un sendero
Capítulo 21. El regalo más preciado
Capítulo 22. La inspiración
Oración de UCDM
Agradecimientos
Capítulo 1
Viviendo en una pesadilla
―¡Ya no puedo más! Esto se acabó, mi vida se acabó, ¡perdóname, Dios mío!, no puedo seguir soportando este dolor y sufrimiento, ¡ya basta!
Elia estaba en su recámara, mientras intentaba ponerse de pie para dirigirse al baño en busca de una navaja o algún objeto que la ayudara a terminar. Llevaba ya varios días con un pensamiento recurrente, profundo y doloroso, de si seguir adelante o terminar definitivamente con su vida.
Habían pasado muchas cosas en su existencia que solamente ella sabía y que no se atrevía a contarle a nadie sobre la faz de la Tierra, situaciones, momentos y unos vagos recuerdos que no entendía muy bien; sin embargo, la agobiaban y sólo ella los conocía y guardaba por años, y estaba también otra situación que la sobrepasaba: su doloroso divorcio.
Por años intentó superar esos recuerdos, pero la verdad es que sólo los guardó en lo más profundo de su memoria para evitar que salieran a la luz, los escondió en lo más hondo de su corazón para evitar que siguieran doliendo y lastimando su alma, pero no fue suficiente, volvieron a salir a la luz y con más fuerza que nunca, desordenando por completo sus pensamientos y sus emociones. Volvieron a salir de su corazón para lastimar su alma, y ahora con mayor dolor y sufrimiento, tanto que nublaron su razonamiento por completo.
Elia se encontraba en ese momento en el que existe nada, en el que existe un gran vacío que sólo se puede explicar desde las palabras de quienes han estado ahí. Ese lugar en donde por un lado tienes la vida llena de sufrimiento, dolor, soledad, tormento e impotencia y que al mismo tiempo no te deja “vivir”, donde te encuentras muerta en vida; y por el otro lado, la posibilidad de dejar todo eso a un lado y realmente dejar de “existir” en esta realidad, en este momento, en esta experiencia terrenal, en este aquí y ahora físico, material y carnal, pero con la angustia de no saber qué hay más allá, qué seguirá…
La recámara lucía una decoración tradicional, acogedora, pero llena de un silencio profundo, donde sólo se escuchaba la respiración de Elia, que se aceleraba cada vez más, al mismo tiempo que su mirada se perdía y el sudor comenzaba a brotar de su frente y por toda su piel. Se levantó de la cama y caminó lentamente a la ventana, intentó abrir la cortina y, antes de tocarla, giró media vuelta y regresó hasta quedar nuevamente al pie de su cama, mirándola, como si ella misma estuviera acostada ahí y mirara con resignación y tristeza, como si estuviera despidiéndose de ella misma.
Era ya media noche y su hija llegaría pronto, había acordado en regresar antes de las 2:00 a.m. a casa. Elia tenía que actuar pronto, sabía que una vez que volviera a ver a su hija y tenerla en sus brazos, no sería capaz de tomar la decisión… ¡Era ahora o nunca!
De pronto, regresó y cayó en cuenta que le quedaba poco tiempo, volteó lentamente hacia la puerta del baño de su recámara, como si estuviera marcando la ruta a su muerte, el camino que no tiene regreso, y poco a poco comenzó a avanzar hacia él. Cada paso representaba un desafío para ella, era como si volviera a reflexionar sobre lo que había ocurrido durante toda su vida. En ese momento el tiempo era como si desapareciera, se encontraba sólo ella, sus pasos, el camino trazado y la puerta a lo desconocido.
No había pensado en los detalles, no sabía si usar las tijeras en su cuello, en sus muñecas o en alguna otra parte de su cuerpo, sólo sabía que había tomado una decisión y tenía que ejecutarla pronto…
El primer paso fue el más difícil, lo dio lento, con la mirada fija en la puerta del baño de su recámara que se encontraba entreabierta permitiendo pasar un ligero rayo de luz.
Poco a poco comenzó a avanzar hasta llegar a la puerta, intentó tomar la perilla para empujar, pero inmediatamente retiró su mano, como empujada por un impulso repentino, y dio un paso hacia atrás y comenzó a caminar rápida y desesperadamente alrededor de su cama; tomaba su cabeza, estiraba sus cabellos, luego deslizaba las manos sobre su rostro demacrado, como intentando rasguñarlo, y así siguió por un periodo corto de tiempo, hasta que hizo un alto total y, poniendo su mirada nuevamente en la puerta del baño, se lanzó sobre ella al mismo tiempo que gritaba:
―¡Ya no puedo más!
De un momento a otro se encontraba ya en el baño, con unas tijeras en sus manos y, frente al espejo, comenzó a levantar su mirada para encontrarse con ese rostro demacrado que reflejaba sufrimiento, angustia y desesperación. Entonces confirmó y decidió que era el momento de terminar con su vida, no valía la pena que esa persona que estaba mirando siguiera viviendo, era lo que pensaba.
En un último suspiro se desplomó casi por completo, como si sus piernas perdieran sus fuerzas, cayó con sus rodillas al piso envuelta en llanto y, en forma desesperada y con mucha fuerza, tomó su cabello y empezó a cortarlo con una tijeras que había en la repisa del baño; hacía cortes de su cabello de forma brusca y estirándolo con odio. De pronto se detuvo y miró hacia sus manos, enfocándose en su muñeca, mientras en la otra mano sostenía las tijeras. Hizo un recorrido con su mirada un par de veces, de las tijeras a su muñeca y viceversa, hasta que recordó las navajas de afeitar que tenía en el gabinete del lavabo. Sin pensarlo dos veces, abrió una de las puertas del gabinete y, en forma desesperada, tomando y aventando todo lo que había dentro, comenzó a buscar las navajas. En cuanto las encontró, tomó una nueva y la sostuvo lista para usar en una de sus manos; con un movimiento sigiloso dirigió la navaja hacia la muñeca, con toda la intención de cortarla para suicidarse.
Al momento en que la navaja tocó la piel de su muñeca, se abrió de forma intempestiva la puerta del baño.
―¡Mamá!, ¡pero que estás haciendo!, ¡no lo hagas!
La voz de Gloria, imperiosa y desesperada.
Tirando su bolso al piso se lanzó hacia Elia para arrebatarle la navaja, iniciando un forcejeo entre las dos.
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