—No lo sabes tú bien. —Vuelvo a reír. Se me da muy mal esperar.
—Una noche libraba, así que quedamos con los chicos y varios amigos suyos para ir a tomarnos algo. Al final, terminamos alargándolo y nos dieron las seis de la mañana en la discoteca.
»Yo estaba bailando y se me acercó un tío muy seductor. Se agarró a mí y empezó a bailar conmigo muy pegado. Entonces, Ulises apareció como un huracán y le quitó las manos de mi cintura para ponerlas él. Al principio me extrañó, pero se me heló la sangre del cuerpo cuando lo escuché decir: «Si alguien tiene que ponerte las manos en la cintura, ese soy yo». Any, quise morirme.
Mi cara es un poema. Los ojos se me abren más y más a cada palabra que dice.
—Vaya…, no conocía esa faceta de Ulises —le digo asombrada.
—Ni yo, amiga. El caso es que al final… nos besamos. Y entre beso y beso acabamos en mi casa, follando como conejos, para qué voy a engañarte.
—No entres en detalles, por favor. —Me tapo los oídos con dramatismo.
—Sí, sí tengo que entrar en detalles. No sabes el potencial que tiene. —Ríe sin parar.
—¡¿No?! —exclamo y río a la vez. Es que somos únicas.
—Te lo juro, tía, creo que algunas veces me desarma. —Ambas estallamos en una carcajada y, cuando por fin podemos parar de reírnos, continúa—: En fin, después de eso, me dijo todo lo que sentía por mí. Y creo que, en cierto modo, yo lo sentía también. Y mira que tú te llevas mejor con él, pero fíjate por dónde me salió.
—Me alegro mucho, y solo espero que sigáis adelante. Pero si alguna vez ocurre algo, que sepáis que no será lo mismo respecto a la amistad.
—Lo sé, y espero que no lleguemos a eso nunca, porque estoy feliz, Any, estoy muy feliz.
Nos abrazamos como dos peluches sobones durante un buen rato.
—¿Quieres salir esta noche a dar una vuelta? —me pregunta risueña.
—Sí, creo que me vendrá bien.
Nos encaminamos hacia la casa de Brenda y nos arreglamos con ligereza. Ulises no vendrá porque está trabajando, así que decidimos que nos iremos las dos solas, como hacíamos hace años.
Me introduzco dentro de mis pantalones vaqueros y me coloco un jersey morado de media manga. No necesito vestirme despampanante, puesto que no tengo que ponerme demasiado guapa para nadie. Aun así, voy bien. Brenda va más o menos igual que yo.
Nos dirigimos a un garito cercano a su casa para no tener que coger el coche. Nos bebemos todo lo que hay en el local sin dejar de bailar ni reír por nuestros comentarios. Sobre las tres de la mañana, llegamos a la puerta de la casa de Brenda hechas un desastre.
—¡Mierda! —exclama mi amiga.
—¿Qué ocurre? —le pregunto con una sonrisita en los labios.
Vamos bastante cocidas.
—Me he debido dejar las llaves en el guardarropa. ¿Me esperas aquí? No tardaré.
—Vale, no te entretengas.
Sale disparada hacia el local. Vaya cabeza que tiene.
Mientras espero, me siento en un banco que hay a pocos metros de la casa de Brenda. Alguien lo hace a mi lado, pero como es tan tarde y da la casualidad de que en este sitio donde se encuentra el banco no hay ni una farola cercana, no consigo ver al tipo.
El aire abandona mis pulmones cuando lo escucho hablar:
—Estás muy lejos de tu novio, ¿no?
—¡¿Mikel?! —me asusto.
Doy un salto y me levanto. Intento salir corriendo, pero él me sostiene del brazo y tira de mí con fuerza. Se pone de pie y empieza a empujarme hacia el callejón que hay enfrente de donde estamos. ¡Joder!
—Mikel, ¡suéltame! —chillo.
—No grites —me dice con calma mientras me tapa la boca con la otra mano. Me apoya en la pared y, sujetándome ambos brazos, aspira mi olor—: ¿Sabes? Desde lo de Londres, no he parado de pensar en ti ni una sola noche. Creo que ahora me atraes más aún. No salió bien lo de tu novio, pero ya se me ocurrirá algo, Any, no lo dudes. Aunque si colaboras conmigo, todo será mucho más fácil.
—Déjame. No pienso hacer nada de eso —le digo, zafándome de su mano.
—Oh, vamos, nena. Juntos seríamos felices, y con la fortuna de ese gilipollas, seríamos los reyes del mambo. Piénsalo.
—Olvídate de mí. Deberías estar en la cárcel.
—No digas eso. Debería estar metido entre tus piernas.
Baja su mano por mi abdomen y la introduce dentro de mis bragas hasta llegar a tocarme el clítoris. ¡Será cabrón! Lo masajea con lentitud y pellizca mi bulto.
—¡Para! —grito en su cara.
—¿No te gusta? ¿Acaso vas a decirme que no? —murmura risueño.
Empieza a buscar mi boca y yo le muerdo el labio. Se aparta y, cuando va a pegarme un bofetón, Brenda llega de repente y le da con el bolso en la cabeza.
—¡Maldito cabrón! ¡Déjala en paz!
—Vámonos, Brenda —apremio a mi amiga.
Antes de irme, me giro y le doy una patada en las pelotas con todas las ganas del mundo, lo que ocasiona que caiga de rodillas debido al dolor.
—Me encargaré de que te pudras en la cárcel —siseo, señalándolo con un dedo.
Salimos del callejón y nos encaminamos a la casa de Brenda, quien, gracias a Dios, ha encontrado las llaves en el local.
Mmm… Aaarg…
Mi estómago otra vez, ¡maldita sea!
Me incorporo rápidamente y salgo disparada hacia el cuarto de baño, dispuesta a echar hasta mi último aliento por el retrete. ¡Joder!
—Any, ¿te encuentras bien? —me pregunta Brenda detrás de mí.
—Ufff… —Me limpio con un trozo de papel—. Este virus no se me quita ni a tiros.
—¿Virus? Querrás decir la borrachera que llevabas anoche. —Se ríe de mí.
—No seas exagerada. —Pongo los ojos en blanco—. Llevo dos meses más o menos así. El alcohol no ha sido.
—¿Has ido al médico? —me pregunta a la vez que se sienta en la tapa del váter.
—No. Con todo esto de Bryan, al final se me olvidó.
—Pues deberías. Podrías ponerte peor. ¿Me pasas una compresa del armario?
Cojo la compresa y se la doy mientras me seco la cara. De repente, mi rostro empieza a transformarse y me quedo mirándome fijamente en el espejo. Brenda, ajena a todo, se da cuenta de que la toalla ha caído al suelo y me mira.
—¿Te encuentras bien?
Corro hacia el dormitorio y, antes de entrar, veo cómo Ulises me mira con cara de «¿Qué ocurre?». Entro e, inmediatamente, vacío mi neceser, mi bolso, la bolsa de la ropa y todo lo que encuentro a mi alcance. Busco mis píldoras como una histérica hasta que las encuentro entre el montón de cosas que acabo de tirar. Me caigo de culo al suelo cuando las saco de la caja y veo que están las mismas que había el día antes de que Mikel me secuestrara.
—Any… —Brenda se pone de rodillas a mi lado—, no me digas que…
—No puede ser… —la corto. Me pongo las manos en la cara.
Me levanto y me visto con lo primero que veo, cojo mi bolso y salgo como un huracán del dormitorio. Estoy atónita por lo que acabo de descubrir. Esto quiere decir que llevo cerca de dos meses sin tomarme las píldoras. ¡Me cago en mi suerte y en mi cabeza!
—Any, ¿adónde vas? —me pregunta Brenda a mi lado.
—¡A la farmacia! —exclamo histérica.
—¡Espera! ¡Tranquilízate, por Dios! —me detiene, sujetándome de los hombros.
Empiezo a llorar de nuevo y Ulises se apiada de mí:
—Any, ¿crees que podría ser?
—No lo sé… ¡Joder! Claro que podría ser. —Me tapo la boca con las manos.
—Espera aquí. Yo bajaré a comprarte una prueba.
Asiento frenéticamente y Brenda me sienta en el sofá antes de irse a prepararme una tila.
—Tómate esto. Te calmará los nervios.
—Dios mío… —murmuro, mirando la nada.
—Any, tener un bebé no es nada malo. No te lo tomes así.
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