Angy Skay - Y quiéreme

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Y quiéreme: краткое содержание, описание и аннотация

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Cuando el amor golpea devastadoramente tu corazón y se hace paso sin pedir permiso, la pasión y el desenfreno ciegan detalles muy significativos de una pareja. Detalles que cuando salen a la luz atormentan. Bryan no podrá vivir sin ella, pero ¿y ella? ¿podrá vivir con inesperados y sorprendentes percances que transcurrirán, dejándola fuera de lugar? Conoceremos a Annia por completo, sin embargo, ¿qué pasa con Bryan? Esta historia abrirá muchos caminos y, con ellos, demasiadas dudas. Tras el impresionante Provócame, llega la esperada segunda parte de la Serie Solo por ti. ¿Podrás quererme?

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—Lo siento, señor Summers. —Agacha la cabeza y estira su mano para entregármelos.

Y ahí estoy yo, en primera plana, con cara de gilipollas y de rodillas. ¡Me cago en la puta! De los cinco periódicos que acabo de coger, no hay ninguno en el que me libre. A cual peor, con sus titulares de mierda y todos en portada. ¡Fantástico!

Tendré que recordar a todos los invitados a los que llamó mi madre para saber quién es el o la que se ha sacado un buen sueldo haciendo esto.

—Buenos días —me saluda Max, entrando en mi despacho.

—Buenos días para ti —le digo tajante.

—No hagas caso a esa mierda, tío. —Señala los periódicos.

—Ya. —Los repaso todos, uno a uno.

—Bryan, ¿te ocurre algo?, ¿quieres hablar?

Levanto mi vista. Creo que va a comerse mi cabreo por preguntar.

—¿Que si me ocurre algo? ¿A mí? —Me apunto con el dedo índice—. Oh, no, claro que no —digo con ironía—. ¿Qué podría ocurrirme? —Arrugo el entrecejo.

—Bryan, para… —me dice, mirándome seriamente.

—Oh, no, ¡no voy a parar! Tú me has preguntado, ¡y ahora te jodes! —Me levanto con brusquedad de la silla.

Intenta restarle importancia:

—Está bien, te escucho.

—¡¿Cómo cojones quieres que esté?! ¿Cómo? —Muevo las manos, alterado—. La mujer de mi vida me ha dado plantón delante de cien invitados. ¿Has leído los putos periódicos? ¡Soy el gilipollas de Londres! ¡Joder!

—¿Te preocupan los periódicos o ella?

Lo fulmino con la mirada.

—Ella. No digas tonterías. —Me paso la mano por el pelo, desesperado.

—¿Has hablado con Any? —se interesa.

—No.

—¿Piensas hacerlo? —cuestiona.

—No lo sé.

—¿No lo sabes?

—¡Joder, Max! ¡No, no lo sé! ¿Qué hago? Vamos, si tienes la solución, dímela, porque llevo toda la puta noche dándole vueltas.

—¿Quieres que hable yo con ella? —se ofrece, y el semblante me cambia a peor.

—¡Ni se te ocurra! —Lo señalo con el dedo—. Ya sé cómo hablas tú las cosas.

—¡Eh! No te pases, Summers. Ese tema ya estaba olvidado. —Ahora es él quien me apunta con el dedo mientras se levanta de la silla.

Nos miramos fulminándonos, hasta que caigo en la cuenta de que voy a pagarlo todo con él cuando en realidad no tiene la culpa, y sé que me he pasado.

Mi día transcurre trabajando sin darme un descanso y, cuando ya son altas horas de la noche, decido marcharme.

Rutina que cojo por costumbre últimamente; levantarme, trabajar y trabajar. Así llevo un mes aproximadamente.

No me he atrevido a llamar a Any todavía. Sé que no está bien. Mi madre me ha comentado que la llama varias veces a la semana para saber cómo se encuentra. Decidí entonces contactar con Nina. He hablado con ella prácticamente todos los días. Es mi informadora en la sombra, por llamarlo de alguna manera.

—¿Sí? —pregunta al otro lado de la línea.

—Nina, soy Bryan, ¿puedes hablar?

—Sí, dime. Any está acostada ya.

—¿Cómo sigue?

—Mal. Dice que mañana sale para Marbella.

—¿Cómo? —me sorprendo.

—Lo que oyes. Me he enterado hoy. Ha argumentado que necesita despejarse, y aquí no puede hacerlo.

—Vale. Mantenme informado de todo, por favor. Y mil gracias una vez más.

—Bryan, lo hago porque os queréis y porque sé que esto tiene solución. Pero si se enterase…, dejaría de hablarme.

—No creo que pueda dejar de hablarle a su hermana del alma. —Me río. No sería capaz.

—Dios te escuche —bromea.

—Mañana te llamo.

—Vale, hasta mañana.

—Adiós, Nina.

Hoy ha sido un día largo. No he parado ni para comer, y como ya es tarde, decido irme. Me sorprendo cuando se abre la puerta del despacho. Levanto la vista de la mesa y veo a Abigail mirándome como una perra en celo, ataviada con un abrigo largo hasta las rodillas y cerrado completamente.

—¿Qué haces aquí? —Me recuesto en el sillón, cansado.

—He venido a verte —me contesta seductora.

Se acerca hacia mí y se abre el chaquetón para dejar a la vista un perfecto conjunto de cuero compuesto por un sujetador, un tanga y una liga en cada pierna. La acompañan dos zapatos de diez centímetros a juego con el conjunto. Abigail no está nada mal respecto a cuerpo y es bastante buena en la cama. Ese pensamiento hace que mi bragueta se tense. Al fin y al cabo, no soy de piedra.

Se acerca más aún, se sienta frente a mí y abre sus piernas al completo para apoyar sus altísimos zapatos en los reposabrazos de mi sillón, provocando que su sexo quede expuesto ante mí. El tanga tiene una abertura que deja al descubierto todo su interior. Tira de mi corbata y me junta a ella. Mis manos están entrelazadas entre sí; de momento, no las muevo. Se acerca a mi oído y, seductoramente, me susurra:

—No tienes por qué estar así por ella. No vale la pena. Y yo puedo ofrecerte lo que ahora mismo necesitas.

Me mira con ojos lujuriosos y succiona mi cuello a la vez que aprieta mi erección con su mano. Abre mi bragueta y saca mi miembro. Desciende su mano por toda mi longitud, arriba y abajo, sin dejar de besarme el cuello. De mi boca sale un jadeo y ella sonríe. Se incorpora sin detener su ataque y de pronto me empuja. Se postra de rodillas ante mí, se introduce mi verga en la boca y la succiona ansiosa, por lo que sujeto su pelo para hacer más presión.

—Mmm… Me alegra que siga gustándote cómo te la chupo, amor —me dice, y se la mete de nuevo en la boca.

Sin llegar a correrme, la levanto con brusquedad, la coloco sobre mi mesa y le abro las piernas.

Deslizo una mano por su abertura, que está muy húmeda. La miro de arriba abajo en varias ocasiones y ella me contempla como una loba hambrienta.

—Sííí, ¡oh, sííí…! ¡No pares, Bryan! —gime mientras paseo mi mano por su sexo.

Coloco mi falo en su entrada para follármela sin miramientos, pero cuando la miro…, recuerdo que no es Any… «¡Joder! ¿Qué estás haciendo?», me recrimino. No puedo hacer esto, no está bien. No quisiera enterarme de que Any está retozando con otro por ahí. Creo que me volvería loco.

Me separo con rapidez y guardo mi verga en mis pantalones mientras ella me observa asombrada.

—¿Qué haces, Bryan? Vamos, estamos pasándolo bien.

La contemplo por un instante… ¡No, no puedo!

Salgo de mi despacho disparado y me voy hacia el lugar donde llevo varias semanas yendo por las noches. Cuando aparezco en el jardín de Nina, la casa está a oscuras. Detengo el motor de mi coche y me quedo mirando la nada. ¿Cómo he podido ser tan imbécil? Lo que me faltaba ahora es caer en las garras de Abigail, y he estado a punto.

Decido escribirle un mensaje a Any. Sé que después de tanto tiempo le parecerá extraño, pero el sentimiento de culpa me mata. Gracias a Dios que no ha sucedido nada más, porque, si no, no podría vivir con ello.

Annia

Los días y las semanas transcurren. No sé nada de Bryan, no sé nada del hombre al que amo.

No me extraña que no quiera saber nada de mí. Le di plantón delante de todos los invitados. Se ve que alguien filtró a la prensa lo que ocurrió, ya que, al día siguiente, todo Londres estaba enterado de lo sucedido. En varios periódicos se leían miles de titulares del estilo: «¿Cómo es posible que le digan que no a Bryan Summers?», «El ejecutivo más deseado de Londres, Bryan Summers, se queda postrado de rodillas mientras Annia Moreno sale corriendo» o «Le dan plantón al hombre más rico de Londres».

—Any, no mires esas cosas. Solo te harán más daño —me aconseja Nina, sentándose a mi lado.

Cuando llegué esa noche, mi hermana no entendía cómo había sido capaz de decirle que no. Pero enseguida entendió por qué cuando le conté lo transcurrido durante la noche y lo que Abigail me dijo en el baño:

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