—No quiero ni imaginarme cómo estará Bryan —susurré, sorbiéndome la nariz.
—¿Lo has llamado? —se interesó.
—No, no soy capaz —le dije, mirando el suelo.
—Tal vez sea hora, quizá lo entienda. Explícaselo —me suplicó.
—No puedo, Nina, no puedo.
Al final, tras varios días, decidí llamar a Brenda y cogerme un vuelo para Marbella que salía en dos semanas.
He empezado a trabajar en la empresa de Londres y todos me tratan como a una reina; algo que agradezco enormemente, dado el estado de ánimo que tengo. Las cosas van bien y tengo un par de contratos preparados.
Esa mañana, me suena el teléfono. Es Manuel, mi jefe de Marbella.
—Buenas tardes, preciosa mía —me saluda alegre.
—Buenas tardes. Te echo de menos —le confieso con tristeza.
—Bah, tonterías. —Ríe—. ¿Están tratándote bien?
—Por supuesto que sí. Tu hijo es un encanto. Todos me tratan fenomenal. Pero os echo de menos a ti y a Emy.
—Pronto haré un viaje. ¿Tienes algo preparado ya?
—Uy, sí —canturreo contenta—. Tengo dos clientes listos para cerrar el trato.
—Me alegro. Esa es mi chica. ¿Cómo está Bryan?
Se me atraganta la voz y no puedo contestar. Aquí en Londres todo el mundo está al tanto de lo que pasó, así que nadie se molesta en preguntar. Menos mal…
—Bueno…, no estamos juntos.
—¿Aún no habéis hablado? Richard me contó lo que ocurrió. Lo siento, Any.
—No, no hemos hablado. Pero es un tema que no quiero tratar. No fue culpa de él, sino mía. Los fantasmas me persiguen, ya lo sabes.
—Annia, los fantasmas no te persiguen si tú no los dejas. Piénsalo.
—Gracias. Mañana iré a Marbella y me quedaré una semana. Richard me ha dicho que necesito despejarme. Será por la cara que llevo últimamente.
—Te vendrá bien.
Nos despedimos y salgo disparada hacia la casa de Nina. Tengo que hacer las maletas, pues mañana a primera hora salgo para Málaga.
Cuando llego y me encuentro a Max en casa de mi hermana, el corazón se me detiene.
—Hola, Max.
—Hola, preciosa. ¿Cómo estás? —Me da un sonoro beso, el cual agradezco.
—Bueno, estoy. ¿Sabes algo de Bryan?
Asiente triste y me acompaña a sentarme en el sofá.
—¿Cómo está? —me intereso.
—Está mal, no voy a negártelo. Creo que deberíais hablar.
—No puedo —sentencio.
—Claro que puedes. Es más, ambos lo necesitáis.
—¿Y qué quieres que le diga?, ¿perdón por darte plantón delante de cien personas? ¿Has visto los periódicos?
—Sí, créeme que los he visto. He intentado esconderlos, pero me ha sido imposible. Aun así, tenéis que hablarlo.
Nos tiramos un extenso rato conversando. Me cuenta que no sale a ningún sitio y que, en el último mes que hace que no nos vemos, se ha dedicado a trabajar hasta altas horas de la noche. Me parte el alma, pero no soy capaz de mirarlo a la cara.
—Mañana me voy a Málaga —le informo.
—¿Y eso? —se sorprende.
—Necesito despejarme y pensar.
—¿Cuánto tiempo estarás fuera?
—Una semana más o menos. Lo mismo al final me vengo antes, pero no lo sé.
—Te vendrá bien, pero piénsalo.
—Lo haré. Y tú, ¿cómo estás?
—Bien. Tenemos mucho trabajo ahora, pero por lo demás bien.
—¿Sabes algo de la familia de Bryan?
—Sí, están todos preocupados, por él y por ti —me comenta, tocándome la nariz de manera cariñosa.
—Giselle me ha llamado varias veces y Rosaly también. Han sido muy amables conmigo.
—Son un encanto de personas.
Nos despedimos y me tumbo en el sofá con Nina. Le toco su pequeña barriguita, que ya empieza a notarse. Al final, resulta que está de más tiempo del que ella se imaginaba. ¡Qué ganas tengo de ver a mi sobrino o sobrina!
—¿Cuándo vas al médico? Tengo ganas de saber si va a ser un niño o una niña.
—Lo tengo la semana que viene, así que tendrás que estar para acompañarme. John trabaja.
—Eso, tienes que acompañarla —interviene John, entrando en el salón.
—Claro que sí —le garantizo.
—Sea lo que sea, será igual de precioso o preciosa que su madre —añade, dándole un beso en los labios.
—¡Vale, ya está bien! ¡Idos al dormitorio! —Me tapo los ojos con dramatismo.
Me acuesto en mi cama y, como todas las noches desde hace un mes, empiezo a dar vueltas y a pensar. No sé cuánto tiempo voy a poder seguir con esta agonía.
Me vibra el teléfono y me extraño. Lo cojo y abro el mensaje que tengo. Es de Bryan. El aire abandona mis pulmones.
Bryan:
Te quiero.
Las lágrimas corren como ríos por mis mejillas. No sé qué contestarle, hasta que decido hacerlo:
Annia:
Yo también te quiero. Lo siento, pero no soy capaz de mirarte a la cara. Sé que esperas una explicación, pero tampoco soy capaz de dártela. Lo siento mucho, Bryan.
No dudes jamás que te quiero y que te querré más que a mi vida.
La respuesta no tarda ni dos segundos en llegar:
Bryan:
Pues entonces hablemos. No tienes que explicarme nada.
No puedo seguir sin ti.
Annia:
Me voy a primera hora a Málaga. Necesito despejarme.
Cuando vuelva, te prometo que te llamaré.
Buenas noches. Te quiero.
Bryan:
Está bien. Entonces, espero a que me llames.
Más te quiero yo.
Que descanses.
Abrazo mi móvil contra mi pecho como si estuviera a mi lado y no hablando por mensajes. Me siento en la cama y escucho el ruido de un motor de coche al arrancar. Con agilidad, me asomo a la ventana y veo cómo se aleja.
Es él...
Mi vista se nubla, y hecha un mar de lágrimas, me siento en el borde de la cama. Si llego a saberlo, seguramente habría salido corriendo para tirarme a sus brazos. Cómo lo echo de menos… Cómo necesito que me abrace, que me bese.
Abro la ventana de mi habitación para que el aire frío golpee mis mejillas una noche más mientras duermo. Miro la carretera vacía, esperando poder ver al hombre de mis sueños, pero no es así.
Me despierto a mitad de la noche para ir a por un vaso de agua. Al levantarme, doy un pequeño grito cuando noto que una sombra me tapa la boca con la mano. Está detrás de mí.
—Chss, chss. Soy yo —me chista, pegado a mi cuerpo, y comienza un pequeño reguero de besos por mi cuello.
Me doy la vuelta y lo veo con su ropa deportiva y barba de unos cuantos días.
—Bryan… —susurro con un hilo de voz.
—Te necesito.
Me abalanzo sobre él y lo beso con fuerza. Mientras lloro sin consuelo, él me aprieta contra su cuerpo de manera desesperada. Mis manos vuelan por su cuerpo y le quito la camiseta. Él hace lo mismo y me despoja de lo único que llevo puesto: mi camiseta de dormir. Le bajo los pantalones junto con el bóxer y ambos nos quedamos completamente desnudos. Ninguno de los dos habla. Nos besamos con auténtica pasión y nos adoramos el uno al otro con devoción.
Me sujeta por la cintura y me empuja hacia la cama. Al caer en ella, noto cómo entra en mi interior, provocando que de mi boca salga un pequeño jadeo, al igual que de la suya. Después de pasar parte de la noche revolcándonos sin parar, me quedo sumida en un profundo sueño abrazada a Bryan como si fuese un salvavidas.
A las pocas horas me despierto. No sé si ha sido un sueño o realmente estuvo anoche aquí, pero al mirar y tocar las sábanas, están frías y solitarias. Acerco mi nariz a la almohada y se me inundan las fosas nasales de su aroma. Me levanto y voy al baño. Al mirarme en el espejo, tengo el pelo revuelto. Regreso a la habitación y encuentro mi camiseta tirada en la otra punta del dormitorio. Sí, no cabe duda de que no ha sido un sueño. En parte, me siento un poco decepcionada porque él no está aquí, aunque supongo que, como yo, necesitará tiempo para reflexionar acerca de lo nuestro también.
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