Lista para irme, me siento en el taburete de la cocina, absorta en mis pensamientos. Nina está preparando beicon con tortitas, algo que a mí no me hace gracia. Donde se ponga una buena tostada con jamón serrano, que se quite lo demás. Se me revuelve el estómago del olor a tocino quemado y pongo mala cara.
—¿No te gusta cómo huele? —me pregunta sorprendida.
—El caso es que no me afecta, pero está entrándome un asco… No sé cómo puedes meterte ese desayuno.
—Es costumbre aquí, Any. Los años hacen que te amoldes al estilo de vida. —Sonríe.
—Ja, donde se ponga el jamón…
Me mira y ambas reímos como tontas. Cojo mis maletas y salimos para dirigirnos al aeropuerto, ya que el vuelo sale en dos horas. Cuando llegamos, facturamos las maletas y nos tomamos un café mientras espero para embarcar.
—Entonces, ¿cuándo vienes? —me pregunta John, con quien estoy teniendo bastante afinidad desde que está con mi hermana.
—Al final, estaré solo cuatro días y volveré. No quiero perderme la ecografía del bebé.
—¡Bien! —aplaude Nina.
Llega la hora y me despido de ellos, no sin antes preguntarle a mi hermana una cosa cuando John se aparta:
—Nina, ¿sabes si Bryan ha estado por tu casa?
—Te refieres a si ha estado por las noches en la puerta, ¿verdad?
—Sí —le pregunto asombrada—. ¿Lo sabías?
—Sí, lo sabía. John se lo cruzó un par de veces, pero no estabas bien como para dejarlo entrar. Además, él tampoco dijo que quisiera hacerlo. Después lo he visto varias noches con el coche aparcado en el jardín y al rato se iba.
Me despido de nuevo y me dirijo al control policial del aeropuerto. Ha estado en la puerta de la casa de mi hermana y yo sin enterarme… De todas maneras, prefiero no contarle lo que ocurrió anoche. Es algo que ni yo misma entiendo todavía. Pero, en cierto modo, es normal; estamos confundidos.
Me giro para decirle adiós a Nina otra vez, pero cuando me doy la vuelta, ya no está. Me dirijo hacia la zona de embarque y, esperando en la cola para entrar en el avión, algo llama mi atención. Me quedo en el sitio paralizada cuando veo que Bryan sale de detrás de una de las columnas situadas a varios metros de mi puerta de embarque… ¡Dios mío! ¿Cómo es posible? Debe conocer a alguien muy influyente en la seguridad del aeropuerto, de lo contrario, no sé cómo han podido dejarlo entrar en esta zona.
Mi corazón se acelera de tal manera que creo que va a salírseme. Va perfectamente arreglado con su traje gris, solo que no lleva corbata. Me mira directamente a los ojos. Se le ve triste y cansado a la vez, y aunque intente disimularlo, yo lo conozco demasiado bien como para saber de qué manera está.
La gente me empuja. El avión va lleno hasta la bola, pero no me muevo del sitio. No soy capaz ni de menear un pie. Bryan levanta la mano a modo saludo, pero mis manos no quieren reaccionar. ¡Maldita sea!
Al final lo consigo y la alzo con timidez para decirle adiós. Me doy la vuelta con los ojos llenos de lágrimas y, antes de entrar en la pasarela que me lleva hasta mi avión, vuelvo a girarme. Quiero grabar su imagen a fuego lento en mi mente para que jamás se me olvide ni el mínimo detalle de él.
Mis lágrimas empiezan a correr por mis mejillas e, inmediatamente, me pongo a temblar. Hace el amago de dar un paso hacia mí, pero levanto mi mano para que se detenga. Niego con la cabeza y me mira dolido. Le tiro un beso con mi mano y, muy despacio, le digo «Te quiero» para que me entienda. Me contempla con ojos tristes.
Me doy la vuelta y entro en el avión llorando como una niña pequeña.
Al llegar a Málaga, mi fiel amiga Brenda me recibe con un enorme abrazo.
—¡Any! ¡Qué delgada estás! ¿Es que no comes? —me regaña, arrugando el entrecejo.
—Hola a ti también. Y sí, sí como. —Me río.
—¿Has llorado? —me pregunta preocupada.
—Un poco…
—¿No has hablado con él?
—Ayer lo vi… —le digo, agachando la cabeza.
—¿Cómo?
—Vino a casa de Nina por la noche.
Brenda palidece, pero enseguida reacciona:
—¿Hablasteis?
—No. —Niego con la cabeza.
Arquea una ceja, no entiende nada, y antes de que me formule la pregunta, se lo digo yo misma:
—Nos acostamos una y otra vez, una y otra vez…
Se tapa la boca con las manos. No da crédito a lo que acabo de contarle.
En el trayecto hacia su casa, le relato lo que ha ocurrido en estos dos últimos días que no hemos hablado, incluido que he visto a Bryan antes de coger el avión. Llegamos a casa de Brenda y coloco mi ropa en el cuarto de invitados. De llevarla en la maleta, se me ha arrugado todo. Me he traído poca; lo justo. Aunque estemos a mediados del mes de noviembre, aquí sigue haciendo calor. He echado un par de chaquetas por si vamos a algún sitio.
Voy al salón y me encuentro a Ulises.
—Hola, amigo.
Nos fundimos en un tierno abrazo.
—Hola, ¿cómo estás?
—Fatal —le contesto, y me echo a llorar entre sus brazos.
—Shhh, tranquila.
Me consuela como puede y nos sentamos.
—Lo siento, pero estoy muy llorona. Quizá, todo esto esté superándome.
—No tienes por qué disculparte. Sabemos que no se pasa bien.
Pedimos unas pizzas , puesto que no tengo ganas de salir a ningún lado. Estoy cansada y me apetece dormir.
—Tenemos que contarte algo —me dice Brenda, mirando a Ulises.
—¿Va todo bien? —Cojo un trozo de pizza . Veo cómo ambos sonríen y se miran. ¡Aquí sucede algo!—. ¿Qué ocurre? —les pregunto intrigada.
—No queríamos decirle nada a nadie hasta que no te lo dijéramos a ti.
¡Me pongo alerta!
—¡Vamos ya! ¿Qué demonios pasa?
—Any…, Ulises y yo estamos juntos.
¿Qué? Mis ojos se abren como platos por la sorpresa.
—¿Juntos? ¿Cómo de juntos? —les pregunto asombrada.
—Juntos de juntos, de que somos pareja —me responde Ulises, preocupado.
Me llevo las manos a la boca por la euforia y enseguida me abalanzo sobre ellos. Empiezo a besuquearlos y se ríen.
—¡Vaya! Si llego a saber que ibas a ponerte así, te lo habría dicho por teléfono —se entusiasma Brenda, riéndose.
—¿Por qué no me lo habéis dicho antes? ¿Desde cuándo estáis juntos?
—Desde hace un mes, pero como tú estabas mal, no queríamos calentarte la cabeza —añade Ulises con tacto.
—¡Oh, vamos! Si es una noticia maravillosa. Estoy muy contenta.
Después del notición, que aún me cuesta creer, me dirijo a mi habitación para descansar. Mañana iré a ver a Manuel y a Emy. Me apetece estar con ellos un rato.
Miro mi teléfono, pero no hay ni rastro de mi hombre, así que no le doy más vueltas y me duermo profundamente.
A la mañana siguiente decido ir a hacer unas cuantas compras. Me vendrá bien para despejarme. Le digo a Brenda que me acompañe y esta lo hace encantada. Pasamos toda la mañana y parte de la tarde andando y comprando de tienda en tienda. No nos entra nada más en el coche, y la verdad es que los pies están matándome. Nos sentamos en una terraza y pedimos unas bebidas para refrescar nuestras gargantas.
—Así que estáis juntos... ¡Dios mío, todavía no me lo creo! —exclamo sin dar crédito.
—No, yo tampoco me lo creo, pero fíjate —dice ilusionada.
—Bueno, cuéntame cómo surgió. —Estoy interesadísima.
—Pues, mira, fue una tontería. Sabes que Ulises está trabajando de sol a sol, ¿verdad? —Asiento—. Con esto de ser guarda de seguridad y los recortes, le han asignado más horas y apenas logro verlo, ya lo sabes.
—Vamos, Brenda, al grano, que te vas por las ramas. —Me río.
—Voy, voy. Qué impaciente.
Читать дальше