Álvaro Vélez Isaza - Un mundo raro

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¿Por qué Abel Antonio Villa llegó a componer un vallenato en su propio funeral? ¿Cómo hizo «Álvarito» para vivir sin cabeza por décadas? ¿Será posible que dos mujeres para sacar adelante a sus hijos vendiendo arepas y cargando lavadoras? ¿Se puede morir de amor? ¿Quién es el mejor chef del mundo? ¿Dónde queda el que se considera el refugio alienígena por excelencia? Álvaro Vélez, el Narrador de Historias, nos lleva a responder estas y otras preguntas que dan cuenta de sus años como periodista, cronista y viajero por el mundo, en estas 24 crónicas y relatos que se narran desde lugares tan dispares como las zonas en conflicto en Colombia, las reservas forestales de Zimbabue y las metrópolis norteamericanas. En fin, estas narraciones se mueven entre lo literario y lo periodístico, lo real y lo maravilloso, para sorprendernos y mostrarnos lo raro y fascinante de este, nuestro mundo extraordinario.

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Al ser interrogados en este mismo sentido, los clientes, en su gran mayoría desplazados del campo al igual que su restaurantera, anotan de manera coincidente que si algo los cautiva de aquella señora es que, después de ponerles un tazón humeante de chocolate en agua sobre la mesa, les sirve su calentado con arepa al interior de un sartén viejo o en una olla abollada y manchada por el humo del carbón en brasas. La vajilla, si así podría calificarse a unos platos de peltre desportillados y arrumados en un rincón del negocio, apenas si se usa con clientes nuevos de aspecto elegante y por una sola vez. El punto es que esta estrategia de rústica etiqueta montañera los traslada a las cocinas con piso de tierra de sus abuelos o padres. Los sabores auténticos que logra María Noelia en plena urbe y que parecían reservados a la arriería reafirman aquellos flashback.

Un bloque de supervivencia

Y así como fue creciendo la clientela en esta esquina, también lo hicieron su muchacho Jaider Eduardo, ahora con ínfulas de buen negociante, y el par de bellas criaturas que dos décadas atrás se aferraron a su falda sin dejar de sollozar y corrieron montaña abajo en la horrible noche de su destierro.

Tres hijos que se constituyeron en un bloque indestructible de supervivencia y molieron maíz, fiaron el bastimento en el granero de don Nando Restrepo tres cuadras abajo de la casa que finalmente lograron rentar al pie de la Esquina de las Arepas, cargaron bultos de arroz y fríjol y trasnocharon sin queja hasta tener todo listo para su madre, quien siempre ha comenzado a trabajar en la venta del día siguiente a las tres y media de la madrugada.

Si acaso dos horas después que su progenitora, y durante largos años, los muchachos debieron levantarse, tomar un baño de agua helada y marchar al colegio. Entre su pecho y espalda un vértigo que se hacía dolor acompañó sus vidas como si fuera un fantasma, tanto en las aulas como en los corredores y patios del plantel. Terror adherido a sus almas como amenaza latente de que un día regresarían a aquella esquina y se encontrarían con que habían perdido de nuevo su lugar sobre esta tierra. Se hicieron temerosos. Desconfiados. Las inquinas de barrio, las licencias legales y los grupos de policías que patrullaban las calles de Aranjuez atizaban su miedo y no dieron respiro mientras corrió su tiempo de infancia y adolescencia.

Quizá fue este miedo convertido en compañero fiel lo que no permitió jamás a los hijos de María Noelia que perdieran su capacidad de ensueño. Podría decirse que de manera inusual fueron sorprendidos por sus maestros y familiares «echando globos», con sus miradas perdidas y la mente jugando a que habitaban en otra realidad. Una en la que vestían con ropas de marca y habitaban en casas decoradas con lujosas lámparas, muebles y porcelanas. En la que disfrutaban de bicicletas, patines y todo tipo de juguetes nuevos. Una realidad en la que nadie aparecía de manera abrupta a ordenarles que se marcharan, que todo allí había terminado para ellos.

En ese ámbito en el que la imaginación es la que manda, María Xiomara y Angie Yasbleidy, así bautizadas las descendientes de María Noelia, jugaron por años a ser médicas que aliviaban dolores, recetaban medicamentos, inyectaban pacientes y salvaban la vida de parientes, amigos, vecinos y desconocidos. Sueños que se encarnaron profundo en su sentir y les hicieron imaginar que algo muy particular, tal vez un milagro, les permitiría alguna vez ser aquello que les estaba vedado desde la humilde condición de su madre, por más de que la consideren hasta el final de sus vidas como la más heroica vendedora de arepas que ha existido.

Un préstamo de ensueño

Dueña ya de su local y de una solvencia económica estable y digna, María Noelia se sintió en capacidad de pedir un modesto préstamo a un banco. Requería un dinero que le permitiera remozar su local. Debía poner piso de cemento, cambiar mesas y vitrinas, agrandar el horno, nueva parrilla y, si quedaba algo, comprar ollas y demás utensilios de cocina.

Aun sin historial crediticio alguno, cualquier día, un par de emisarias del banco visitaron a la mentada dueña de la Esquina de las Arepas del barrio Aranjuez. Estaban obligadas a conocer de manera presencial las garantías que esta podía ofrecer para respaldar la deuda. Luego darían media vuelta hacia el banco, pero entre arepas, calentado y café de cortesía, María Noelia logró prolongar la estadía de las funcionarias en su local y hacer que escucharan su historia.

Debieron irse muy impresionadas porque no solo le adjudicaron el préstamo a María Noelia, sino que al poco tiempo llegó hasta su esquina el presidente de la cadena bancaria, ampliamente informado de su vida y obra. El hombre con hablado de torero cordobés se tomó fotos junto a ella con el local de fondo, la interrogó acerca de algunos detalles de su pasado y no quiso marcharse hasta hablar con las dos hijas acerca del futuro que soñaban tener.

Pasados algunos días, una llamada al celular de Yasbleidy la puso al habla con una mujer. En tono emocionado esta le informaba que había sido seleccionada como una de las becadas por el banco. El presidente de la entidad, directamente, deseaba que se convirtiera en la médica que tanto anhelaba ser. Le informaba que gozaría además de un subsidio por dos millones cien mil pesos para su sostenimiento durante el tiempo que permaneciera cursando sus semestres en la universidad.

Con este respiro económico como puntal, María Noelia encontró el camino para hacer que María Xiomara, su otra hija consentida e incondicional aliada, tuviera los recursos para estudiar medicina así como su hermana. Un aire que también oxigena el alma y permite a la familia Sora dar una mirada atrás. Entonces no pueden evitar verse aterrados y a orillas de carretera, inmersos en esa pesadilla de la que solo el coraje, la persistencia y una gran dosis de fe logró rescatarlos, hasta situarlos ante un presente del que se sienten dueños y tan sólidos como para que nadie se atreva a acercarse de nuevo a su puerta con intenciones de lanzarlos al destierro.

2

Refugio alienígena en la Tierra

La llaman la cueva alienígena. Fue hallada en la selva veracruzana, en México. Sus grabados en piedra describen, con cierta claridad, lo que algunos creen es la evidencia de la relación entre extraterrestres y habitantes de la Tierra. El Instituto Nacional de Antropología e Historia de México promete visitarla alguna vez para dar rigor científico o echar por tierra las versiones de que el lugar es y ha sido refugio de seres de otros mundos.

¿Y de qué carajo sirvió su avanzada existencia si de todas maneras permitieron que la raza humana destruyera el planeta en el que con tanto celo evitaron hacer presencia clara, franca y contundente? ¿Cómo negar desde la razón que en este universo de infinitas dimensiones existe vida inteligente además de la nuestra? En tanto que este par de interrogantes se confrontan alrededor del globo, México levanta su mano para arrojar evidencia en una de las dos bandejas de la balanza que sin afanes busca dictaminar si es falso o verdadero el tema de la vida extraterrestre inteligente que nos visita.

Esas cabezas ovaladas y de extrañas proporciones, esculpidas en piedra por aborígenes de innumerables asentamientos alrededor del planeta Tierra, aparecieron también en una cueva de la selva virgen de Veracruz a la que hoy solo se llega, de parte civilizada, desde Ciudad Mendoza, después de dos horas de avanzar en campero por la estrechez de una carretera que termina en trocha en algún punto sin nombre. Se debe continuar a pie, por tres horas, entre quebradas de aguas diáfanas y la espesura de una vegetación que mimetiza serpientes, alacranes, ranas y hormigas tan venenosas como el arsénico.

El hallazgo, cabe decirlo, se dio mucho antes del reciente anuncio de su existencia. Los aldeanos tomaron como asunto suyo algunos eventos que casi cuarenta años atrás llenaron de estupor a su comunidad dispersa en aquella selva. Tal vez pensaron que los tomarían por locos si hablaban de marcianos y platillos voladores, pero al tiempo quisieron explorar la cueva, por si aquello que buscaban los extraterrestres también resultaba de valor para ellos. Y así el tiempo fue pasando en tanto que obtenían algunos billetes de uno que otro explorador interesado en aquella leyenda de la que solo se sabía por un incipiente voz a voz.

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