Mientras estoy aquí, abstraída, pienso en cómo ha cambiado mi percepción del tiempo.
–Tienes para un par de horitas, así que a relajarse ¿Quieres estirar las piernas? –me dice una de las enfermeras mientras cuelga las bolsas con la medicación y las conecta a mi vía. Extrae el reposa pies para que descanse mejor, y solo necesito una mantita por encima y a dormir.
La verdad es que algunos pacientes han tenido que pedir una porque acostumbra a hacer frío en la sala, entonces te traen una sábana blanca con el logo del Hospital que es lo que tienen más a mano, y te la echas por encima como si estuvieras en tu casa. Al menos, las enfermeras hacen todo lo posible para que te sientas confortable ya que tienes que pasar el mal trago.
En los hospitales el tiempo fluye diferente, no existen las prisas, ni el estresante ir y venir de las personas en la ciudad. Cuando estás allí dentro, lo que ocurre fuera te es ajeno, no te van a cerrar el supermercado, ni llegas tarde al trabajo… tan solo es cuestión de dejarse hacer, sin más. Los días se cuentan por sesiones que vas tachando en el calendario: una más y una menos.
Y después de esta inusitada calma, no queda otra que esperar paciente, a ver si esta vez lo llevo mejor. Siempre me da sueño al llegar a casa, yo creo que me drogan (eso dice mi hijo en tono jocoso). He instaurado las siestas en mi día a día, largas siestas de más de una hora, no estoy todo el rato durmiendo pero me encanta estar en la cama vagueando. Lo malo es que después me cuesta activarme, tengo que ir poco a poco espabilándome hasta que me siento con ganas y fuerzas para aprovechar lo que queda de tarde. Es decir, para irme al sofá a ver la tele o darme un corto paseo que me distraiga un poco.
En los días sucesivos, sigo con ausencia de vómitos y mareos, ¡bien!, pero ha vuelto el estreñimiento. Esta vez no voy a esperar más de dos días a tomarme el laxante, porque no tengo ganas de volver a pasarlo mal. También he añadido alimentos ricos en fibra a mi dieta para mejorar la digestión. Ya veremos qué tal va.
Ah, y otra cosa: el pelo. He notado más pelos en la almohada, tal y como vaticinaron a partir de los 21 días empieza la acción. Pierdo vello en diversas zonas del cuerpo, en las extremidades y en el pubis. Si lo miro desde un punto de vista práctico: me voy a ahorrar dinero en peluquería y depilaciones.
Bromas aparte, cada día está más cerca el temido momento de verme pelona. Me preocupa, sí. Perder el pelo duele. Duele física y emocionalmente. A ratos siento punzadas en la cabeza como si me clavaran finas púas, según me han dicho las enfermeras es parte del proceso de alopecia.
Cada mañana veo en el espejo una imagen confusa de mí misma, enferma y débil, pero debajo de esa apariencia hay otra yo con ganas de gritarle a este ‘puto’ cáncer que le voy a ganar la batalla.
Otra sorpresa de estos días: me ha bajado la regla. El oncólogo me previno que podía desaparecer un tiempo e incluso avanzarse la menopausia, cosa a la que en su momento no le otorgué mayor importancia, ya que con 50 años recién cumplidos y dos hijos adolescentes que se me fuera la regla era el menor de mis males. Así que no la esperaba este mes, pero ¡mira tú por dónde me viene como siempre! Eso ha contribuido a que me encuentre un poco peor de estado de ánimo, al tener las hormonas revolucionadas, y físicamente, llevo unos días con una sensación rara en el estómago, en los ovarios, y dolores musculares en la espalda, en el cuello y en el brazo del PICC.
Por cierto, poco he hablado de lo engorroso que es llevar el brazo con catéter. Como es invierno, he tenido que buscar las prendas de mi armario con las mangas más anchas para evitar que me rocen, y es difícil encontrar un abrigo que te vaya bien y no te estrangule el brazo. Tampoco te puedes bañar y sumergir el artilugio, lo mejor es ducharse con un manguito protector impermeable que se puede adquirir online en tiendas de ventas de material ortopédico y en Amazon, como no.
De noche es peor, ya no sé cómo ponerme para dormir, cambio de postura continuamente cuando noto el brazo entumecido. Temo aplastar la vía y que se bloquee el flujo sanguíneo o se mueva, cualquier cosa, y entonces me desvelo. Afortunadamente no me cuesta volver a conciliar el sueño, me despierto varias veces por molestias y sensaciones varias. Me levanto al lavabo y me vuelvo a la cama junto con mi marido y dos almohadas que voy alternando de la cabeza a los brazos y dándoles vueltas cuando se calientan demasiado.
Mi sensación térmica también ha cambiado con la medicación y paso de tener frío a un calor insoportable, con lo cual tengo que llevar varias capas encima para poder quitar y poner según se tercie.
A veces me quedo sentada en la cama mirando el vacío, sí, literalmente. No sabéis lo que puede dar de sí mirar una pared, es como un lienzo o una página en blanco por donde tu imaginación divaga y tus pensamientos se pierden por lugares sin retorno. Me obligo a reaccionar y pensar en cosas que me saquen de ese ensimismamiento pues sé lo importante que es el pensamiento positivo para superar esta enfermedad, pero como podéis intuir no siempre es fácil, todavía trato de asimilar todo lo que conlleva esto.
Estoy en la segunda semana que se supone que te encuentras mejor, pero no está siendo así. Desafortunadamente me ha surgido una nueva complicación. Hace unos días he empezado a notar dolor en el brazo donde llevo instalado el PICC. Pensaba que podía ser del malestar muscular que produce la medicación, pero no mejora ni tomando analgésicos y las venas tienen un aspecto cada vez más azul y marcadas como las de un culturista.
No tiene buena pinta, así que decido hacer uso del teléfono de atención de las enfermeras del Hospital de Día, y estas me aconsejan que acuda cuanto antes para examinarlo. Salgo corriendo para allí, un tanto angustiada. Por suerte está María, la enfermera que me instaló el PICC y la que domina el tema. Me voy con ella a un espacio reservado con una camilla y un ecógrafo con el cual realiza un examen del recorrido de la vía por mi brazo para confirmar sus peores sospechas: se habían formado pequeñas trombosis en diversas venas des del brazo hasta la entrada de la yugular.
¡Madre mía, lo que faltaba! ¿Y ahora qué va a pasar?
Más agobio y más frustración. Tengo que esperar a que el cirujano vascular corrobore el diagnóstico de la enfermera. Salgo de su consulta con la confirmación, no hay duda, tengo unas pequeñas trombosis en el brazo, pero no presentan mayor gravedad, tan solo se han de tratar con inyecciones de heparina para que se disuelvan los coágulos.
¿Por qué me ha pasado esto? No es una cosa habitual, pero tampoco es tan inusual que esto suceda. Me ha tocado a mí y punto. Una hipótesis puede ser que mi cuerpo rechace el catéter, es un elemento extraño introducido en mis venas, y a eso hay que sumarle el daño que ocasiona la quimio. En especial, la medicación que me están poniendo en este primer ciclo es bastante heavy, «la roja» como la llaman las enfermeras, pues ese es el color del líquido que contiene la bolsa. Y, por cierto, también es el color que tiene la orina cuando vas al baño después de haberte puesto la dosis correspondiente. Normalmente te lo advierte la enfermera, pero por si se le olvida, ya lo sabéis cuando vayáis al lavabo. ¡No os asustéis!
A pesar de este mal rollo, puedo estar contenta porque no va a afectar al ritmo del tratamiento. Lo único que tendré que hacer es pincharme diariamente mientras tenga la vía en el brazo y una vez me la extraigan tres meses más por precaución. ¡Buf! van a ser unas cuantas inyecciones, pero supongo que ya no me viene de aquí ¿verdad?
Paso unos días desanimada por este accidentado comienzo, hasta que veo que el dolor del brazo va disminuyendo poco a poco y decido que no vale la pena atormentarme. El cirujano me ha asegurado que no voy a tener más problemas, mientras me ponga la heparina no correré el riesgo de que se formen más trombos. Tocaré madera.
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