1 ...7 8 9 11 12 13 ...16 Y continúa posteriormente con la siguiente idea:
El subtítulo “Hacia una arqueología de la experiencia”, declara la preocupación básica y última que nos mueve por estos terrenos relativamente nuevos de la investigación filosófica: se trata en verdad, de buscar una experiencia en que converjan las temporalidades disgregadas de nuestras existencias. Búsqueda de una experiencia común, o lo que es lo mismo: de un tiempo realmente com ú n (1993: 12).
Queda patente su contribución al camino de la razón experiencial, como aquella posibilidad de pensar filosóficamente sobre la experiencia donde estamos ya instalados e implicados. Ahora bien, el punto que nos agrega Giannini a la reflexión sobre la experiencia es la idea de “experiencia común”. ¿Dónde radica la posibilidad de esta experiencia común? A juicio de Giannini la experiencia común radica en dos aspectos fundamentes y entrelazados.
El primer aspecto es la capacidad de diálogo como aquella credibilidad del discurso humano que se da y expresa a través de la estructura fundamental del lenguaje (5). Es decir, la posibilidad del descubrimiento del espacio común dentro de la experiencia es posible a través de una vía dialógica, o como prefiere decir Giannini, conversacional. La capacidad que tenemos de ejercer conversaciones a través del lenguaje es clave para encontrarnos con la experiencia común entre unos y otros. Una vez dentro de la experiencia común, podemos construir la comunidad, restituir la convivencia y salir del desierto de nuestra individualidad. Giannini hace referencia a la “plaza”, como aquel escenario radical de la ciudad donde nos encontramos a conversar (1993: 80). En ese espacio común dentro de la ciudad nos comunicamos, y al momento de hacerlo, expresamos nuestra fundante experiencia histórica y social que nos antecede. Todo lo que podamos decir está determinado por las modulaciones de la experiencia, que gracias al diálogo y la conversación, se constituye en algo común. Interesante en este punto es la consideración clarividente del profesor Giannini para no anular la condición de la experiencia individual. Aquella experiencia que es “mía” está representada y a salvaguardo en la idea de “domicilio”, que no es la casa habitación propia y materialmente hablando, sino, más bien, una metáfora que representa y permite comprender lo que yo soy en mi intimidad. El domicilio es el elemento posibilitante del transitar, pues si no tengo un lugar de salida, no tengo el tránsito en las calles comunes y tampoco tengo dónde regresar cuando acaba el día. Desde el domicilio, salgo, genero la experiencia común y a mi domicilio retorno:
Cuando traspaso la puerta, el biombo, o la cortina que me separa del mundo público; cuando me descalzo y me voy despojando de imposiciones y máscaras, abandonándome a la intimidad del amor, del sueño o del ensueño, entonces, cumplo el acto más simple y real de un regreso a mí mismo; o más a fondo todavía: de un regressus ad uterum -es decir, a una separatibidad protegida de la dispersión de la calle -el mundo de todos y de nadie-, o de la enajenación del trabajo (Giannini, 1993: 24).
El regreso al sí mismo está simbolizado por el recogimiento cotidiano que se da en un domicilio conformado por espacios, tiempos y cosas que son familiares. Todo orden de lo que está disponible como lo propio y familiar está vuelto esencialmente a los requerimientos del ser domiciliado.
El segundo aspecto que conforma la experiencia común es, según Giannini, la vida cotidiana. La cotidianeidad es una conformación normativa en la vivencia de la experiencia, pero que, al mismo tiempo, posibilita transgredir su propia normatividad.
¿En qué sentido es normativo lo cotidiano? La rutina o la realidad de todos los días en la ciudad se expresa en las diferentes normas que regulan la convivencia, el tránsito, la circulación peatonal, los códigos que regulan lo laboral, las normas más generales de la organización política y social, hasta la Constitución política de una nación. El entramado normativo se constituye en la rutina del transitar a través de la calle. La normatividad es aquello que regula toda manifestación del espacio común. Gracias a la normatividad está asegurado y prescrito el comportamiento de los sujetos dentro de la sociedad, de manera que nadie escapa al rol que deben cumplir todos los días, cotidianamente. Sin embargo, la calle encierra dentro de sí no solo esa normatividad constitutiva, sino también es lo abierto. Posibilidad de detenerme ante lo desconocido, lo nuevo, lo digno de ser narrado. La calle es el campo abierto para hacerme de la palabra en público y emitir un mensaje expresando tal vez resentimientos, problemas, confesiones o incluso exhortaciones. Como vemos, la calle tiene normas, pero ofrece al mismo tiempo una puerta para lo imprevisible, llama a la seducción de la transgresión de lo normativo. La conversación emerge de nuevo en la calle como la posibilidad de constituirse en el germen de la experiencia común como transgresión de lo rutinario. La conversación es aquello en dónde “acontece un tiempo del todo original en la existencia humana: tiempo mediante el cual la vida diaria se recoge de su dispersión, se expresa y se exhibe libremente como restauraci ó n de esa experiencia común que en definitiva nos permite ser una comunidad ” (Giannini, 1993: 39).
Queda en evidencia, bajo esta línea reflexiva, la emergencia de una razón comunicativa. La razón es un órgano de comunicación en medio de la vida que permite la profundidad experiencial. La razón, no es primeramente una razón de cálculo estratégico, sino que es el órgano dialógico por medio del cual el individuo racional recibe, acoge y expresa la cualidad expansiva y comunicante de su ser experiencial.
Convengamos por ahora que no cabe negar, al menos abierta y públicamente, esto: que el intento de hablar con otro ser humano – de comunicarle algo- supone la existencia de alguna comprensión compartida de las cosas y, por tanto, de ciertos significados comunes. Así, pues, si queremos, como es el caso, hablar sobre “el mundo de la vida”, debemos conceder que tal experiencia común constituye un criterio ineliminable, como ya habrá ocasión de ver, para la comprensión de ese mundo. (Giannini, 1992: 14).
La experiencia común se manifiesta gracias a nuestra capacidad de comunicarnos con otros. Esa experiencia común está repleta de hechos compartidos y de significados comunes. Cualquier posibilidad de una democracia participativa, tiene que considerar la radicalidad de esta experiencia común. Esta experiencia común es, a nuestro juicio, la explicación por la cual las organizaciones comunitarias, libres y voluntarias, son imparables dentro de un sistema político institucionalizado. Estas asociaciones están ávidas de encarnar valores, temas y razones que defiendan intereses universalizables que pueden presionar al poder político institucional. Las organizaciones comunitarias responden dialógicamente a su auto organización porque comparten no solo aspectos formales, sino porque se experimenta la capacidad que les otorga el “estar juntos” y de convivir unidos en torno a significados comunes y razonamientos comunes, constituyentes de la raíz última de toda democracia. Lo que denota, como muy bien expresa Adela Cortina, que, “aunque el sujeto se desvanezca en mecanismos sin sujeto, es de los sujetos de quienes se espera en último término la radicalización de la democracia” (Cortina, 2012: 121). Bajo esta perspectiva emerge la concepción de un sujeto-ciudadano no individualista, pues no puede el ciudadano obviar y negar la dimensión originaria de su experiencia compartida con otros. Tenemos que reconocer bajo este punto de vista que estamos ante un sujeto finito, que se reconoce en la interacción intersubjetiva y lingüística, de manera que la asimilación de un ciudadano experiencial se funda en la percepción de la alteridad como un componente constitutivo para todo conocimiento y toda acción ciudadana de asociación y transformación de su medio. Según Adela Cortina este es el punto de partida de la reflexión filosófica en tanto Ética Discursiva. A saber, que la reflexión sobre la ética en términos discursivos no parte de individuos atomizados, sino que parte de una muy concreta y experiencial intersubjetividad que es el corazón del reconocimiento rec í proco entre seres que están dotados de una competencia comunicativa, que se reconocen por su capacidad de elevar pretensiones de validez y ofrecer respuestas argumentadas y racionales (Cortina, 2014: 105).
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