Prólogo
Solo el que sabe es libre y más libre el que más sabe.
Don Miguel de Unamuno
29 de abril 1902
Agradezco la invitación para prologar este libro. Es un acierto que el enfoque del mismo sea la ciudadanía global, especialmente en estos tiempos en los que hay que saber poner en el centro de la educación la realidad de un único mundo que nos engloba a todas las personas como nunca había sucedido en la historia de la humanidad.
La extensión del virus SARS-Cov-2 por todos los continentes muestra bien lo que acabo de afirmar. La enfermedad COVID-19, causada por él, ha traspasado las fronteras y constituye una pandemia internacional. Este hecho ha manifestado con claridad a todos los habitantes de todos los países de nuestro planeta que somos interdependientes. Ahora sabemos perfectamente que no caben soluciones nacionales a problemas mundiales. Hemos de ir más allá de la acción dentro de un Estado o de un único continente. Solo políticas globales, basadas en la interdependencia de todos los pueblos, pueden solucionar los riesgos en los que nos encontramos: desde el hambre y las migraciones a la salud en todo el mundo, pasando por el cambio climático. Sin la presión social y política de una ciudadanía global, las transformaciones profundas que hay que hacer en nuestro sistema-mundo nunca se van a desarrollar. Desde esta perspectiva, este libro tiene gran relevancia.
Nuestro mundo es Tierra y Humanidad consustancialmente unidas, de ahí que los problemas ecológicos y sociales hayan de constituir una parte fundamental de los procesos educativos. Las autoras y autores de esta obra abordan esta temática teniendo presente las principales dimensiones de las grandes cuestiones mundiales: la ecología, la paz, las migraciones y la realidad de las mujeres.
Me ha agradado que exista en el libro una conexión entre los problemas sociales internacionales y el tipo de educación que necesitamos en el siglo XXI. Valoro también mucho el bloque del libro sobre propuestas educativas que están llevando a cabo escuelas, movimientos de innovación educativa y ONGD que incorporan el desarrollo y la ciudadanía global a sus trabajos para construir un mundo con mayor justicia y más ecología. Estas propuestas educativas concretas que han sido seleccionadas por el coordinador del libro, el profesor de la UCM Rafael Díaz-Salazar, me producen una gran esperanza y me ayudan a mantener mi convicción de que sí es posible cambiar nuestras sociedades y el sistema-mundo.
La transformación de la educación ha sido el ámbito al que he dedicado gran parte de mi vida, especialmente en el tiempo en el que fui director general de la Unesco. También lo es ahora a través de la Fundación Cultura de Paz, que impulso desde hace años. El contenido de este libro me ha inspirado a escribir un prólogo centrado en el tema central del mismo: la ciudadanía global.
Como magistralmente se define en el artículo primero de la Constitución de la Unesco, la educación significa ser “libres y responsables”, personas que actúan en virtud de sus propias reflexiones y no al dictado de nadie; que son conscientes de sus derechos y de sus deberes; que aplican plenamente a escala personal, local, regional y mundial los “principios democráticos”, el único contexto en el que pueden ejercerse sin cortapisas los derechos humanos. Es apremiante fomentar ser “libres y responsables” para que no se mantengan sumisos y dependientes un elevado porcentaje de ciudadanos que ahora ya disponen de tecnologías que les permiten levantar la voz y hacerse oír. El clamor popular es inaplazable.
En el Informe para la Educación en el siglo XXI que encomendé al Presidente, a la sazón, de la Comunidad Europea, señor Jacques Delors, a principios de la década de los noventa, fruto del trabajo de una gran comisión integrada por profesores de todos los grados, pedagogos, sociólogos, filósofos, etc. se proponen cuatro "avenidas" principales para el proceso educativo: aprender a conocer; aprender a hacer; aprender a ser; aprender a vivir juntos. De todas ellas quiero destacar “aprender a ser”. “La educación es —escribió hace más de un siglo D. Francisco Giner de los Ríos— dirigir con sentido la propia vida”. Sí, aprender a utilizar estas facultades distintivas y desmesuradas de la especie humana: pensar, imaginar, anticiparse, ¡crear!
A las “avenidas” de la comisión de Jacques Delors añadí “aprender a emprender”, porque —lo he comentado muchas veces—, después de una estancia larga en el Departamento de Bioquímica de la Universidad de Oxford, en cuyo emblema del condado figura la frase ¡sapere aude! (¡atrévete a saber!), cuando regresaba a España pensé que junto a atreverse a saber hay que saber atreverse, ya que, si el riesgo sin conocimiento es peligroso, el conocimiento sin riesgo es inútil.
No se debe olvidar la importante distinción entre educación y capacitación. La capacitación varía a veces de forma sustantiva, fijando el progreso en la adquisición de nuevos conocimientos. En cambio, la educación no se basa en aptitudes, sino en actitudes; es decir, el seguimiento de unos principios intransitorios que se derivan de las facultades exclusivas de la condición humana. Ambos no tienen más exigencias comunes y permanentes que la calidad y el rigor, donde no caben parcialidades, sesgos ni geometrías políticas.
Hemos entrado en una nueva era en la que los seres humanos ya no vivirán aislados territorial e intelectualmente; en que la longevidad procurará una formidable experiencia que debe ser plenamente utilizada; en que los jóvenes, conocedores de la Tierra, con conciencia y ciudadanía global, contribuirán con su imaginación y su impulso a hacer realidad, por fin, los cambios radicales que, enfrentados por primera vez en la historia a procesos potencialmente irreversibles, son apremiantes. La inercia es el gran enemigo.
Ahora que tenemos conciencia global, medios para expresarnos con libertad irrestricta y un porcentaje proporcionalmente mayor de mujeres en la toma de decisiones, debemos descubrir e inventar nuevos caminos y esclarecer los sombríos horizontes actuales, para que el legado que debemos dejar a los que llegan a un paso de nosotros esté a la altura de la dignidad humana. Cada ser humano es capaz de crear nuestra esperanza.
Necesitamos formar a través de la educación ciudadanos del mundo con una “nueva mirada” para abarcar la Tierra entera, libres y responsables para llevar a cabo las acciones cotidianas que pueden enmendar las sombrías proyecciones de la realidad en la que vivimos. No es posible continuar con más informes y diagnósticos. Ha llegado la hora de los tratamientos a tiempo, antes de que se alcancen puntos de no retorno.
El mayor logro alcanzado para asegurar un futuro sostenible ha sido, en los últimos tiempos, alcanzar, tanto a escala personal como colectiva, una conciencia global sobre el estado de la Tierra como patrimonio común de toda la humanidad. A través, sobre todo, de la educación en sus distintos grados, pero también del impacto de los informes elaborados por la comunidad científica y académica, así como por las Naciones Unidas, se ha conseguido difundir el sentimiento de una auténtica emergencia planetaria por el progresivo deterioro ambiental.
Hay que fomentar la implicación de los ciudadanos, que no deben permanecer como testigos impasibles, sino que tienen que aportar su contribución, por pequeña que sea, a paliar la situación presente y evitar, en la medida de lo posible, ulteriores agravamientos.
A través de la educación y de la información existe ya una conciencia a escala planetaria de que debemos conservar esta auténtica maravilla que es la naturaleza entre todos. Desgraciadamente no hemos logrado la implicación, la involucración ciudadana que es absolutamente imprescindible. Y que conste que ahora, por primera vez, existe la posibilidad de participación no presencial, a través de la moderna tecnología de la comunicación. Ya no hay excusa: las instituciones científicas y académicas, las universidades, etc. no pueden seguir calladas, contemplando la degradación medioambiental y aceptando las mentiras que, durante tanto tiempo, han intentado confundir a la gente minusvalorando el cambio climático y la producción de gases con efecto invernadero, porque estaban al servicio de las grandes corporaciones internacionales de combustibles fósiles.
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